terça-feira, 30 de junho de 2015

Contos de Calvino: Consciência (02)

Ítalo Calvino



Consciência


Veio uma guerra e um tal de Luigi perguntou se podia ir, como voluntário.

Todos lhe fizeram um monte de cumprimentos. Luigi foi ao lugar onde davam os fuzis, pegou um e disse: - Agora vou matar um tal de Alberto.

Perguntaram-lhe quem era esse Alberto.

- Um inimigo – respondeu -, um inimigo que eu tenho.

Os outros o fizeram compreender que devia matar inimigos de um determinado tipo, e não os que ele queria matar.

- Eu, hein? – disse Luigi. – Estão achando que eu sou ignorante? Esse tal de Alberto é exatamente desse tipo e desse tal país. Quando eu soube que vocês estavam em guerra contra eles, pensei: também vou, assim posso matar o Alberto. Por isso é que eu vim, eu o conheço: é um patife e, em troca de uns poucos tostões, me fez fazer um papelão na frente de uma mulher. São histórias antigas. Se não acreditam, conto tudo em detalhes.

Eles disseram que sim, que estava tudo bem.

- Então – disse Luigi – me expliquem onde está o Alberto, assim eu vou lá e luto contra ele.

Eles disseram que não sabiam.

- Não faz mal - disse Luigi -, eu vou dar um jeito. Mais cedo ou mais tarde vou encontrá-lo.

Os outros lhe disseram que era impossível, que ele devia fazer a guerra onde o pusessem, matar quem aparecesse, e que de Alberto ou não Alberto eles não sabiam de nada.

- Estão vendo – Luigi insistia -, eu realmente preciso contar para vocês. Porque esse aí é um verdadeiro patife e vocês fazem bem de guerrear contra ele.

Mas os outros não queriam nem saber.

Luigi não conseguia entender: - Desculpem, mas, para vocês, se mato um inimigo ou se mato um outro é a mesma coisa. Mas, para mim, matar alguém que talvez não tenha nada a ver com Alberto não me agrada.

Os outros perderam a paciência. Alguém lhe explicou as muitas razões para se fazer uma guerra e como fazê-la, e que ninguém podia ir atrás de quem bem entendesse.

Luigi deu de ombros. – Se é assim – disse -, eu não fico.

- Fica e vai! – eles gritaram.

- Avante-marchar, um-dois, um-dois! – E o mandaram ir para a guerra.

Luigi não estava contente. Matava inimigos, assim, para ver se por acaso matava também Alberto ou algum parente dele. Davam-lhe uma medalha por cada inimigo que matava, mas ele não estava contente. – Se eu não matar Alberto – pensava -, terei matado muita gente à toa. – E sentia remorso.

Enquanto isso, recebia uma medalha atrás da outra, de todos os metais.

Luigi pensava: - Mate hoje, mate amanhã, os inimigos diminuirão e também chegará a vez daquele patife.

Mas os inimigos se renderam antes que Luigi tivesse encontrado Alberto. Sentiu remorso de ter matado tanta gente à toa, e, quando chegou a paz, ele pôs todas as medalhas num saco e vagou pela terra dos inimigos para oferecê-las aos filhos e às mulheres dos mortos.

Acontece que, vagando, encontrou Alberto.

- Muito bem – disse -, antes tarde do que nunca. – E o matou.

Foi então que o prenderam, processaram-no por homicídio e o enforcaram. Durante o processo ele não se cansava de repetir que tinha feito aquilo para ficar em paz com a sua consciência, mas ninguém quis ouvi-lo.



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Leia também:

Contos de Calvino:
A Ovelha Negra (03)




Italo Calvino (1923 – 85) nasceu em Santiago de Las Vegas, Cuba, e foi para a Itália logo após o nascimento. Participou da resistência ao fascismo durante a guerra e foi membro do Partido Comunista até 1956. Publicou sua primeira obra, A trilha dos ninhos da aranha, em 1947.



Calvino, Italo, 1923-1985.

Um general na biblioteca / Italo Calvino ; tradução Rosa Freire d’Aguiar – São Paulo: compainha das Letras, 2001.


Título original: Prima che tu dica “pronto”.

Federico García Lorca (España)

Los Poetas del Amor (26)



Preciosa y el Aire


A Dámaso Alonso

Su luna de pergamino
Preciosa tocando viene
por un anfibio sendero
de cristales y laureles.
El silencio sin estrellas,
huyendo del sonsonete,
cae donde el mar bate y canta
su noche llena de peces.
En los picos de la sierra
los carabineros duermen
guardando las blancas torres
donde viven los ingleses.
Y los gitanos del agua
levantan por distraerse
glorietas de caracolas
y ramas de pino verde.

Su luna de pergamino
Preciosa tocando viene.
Al verla se ha levantado
el viento que nunca duerme.
San Cristobalón desnudo,
lleno de lenguas celestes,
mira a la niña tocando
una dulce gaita ausente.
-Niña, deja que levante
tu vestido para verte.
Abre en mis dedos antiguos
la rosa azul de tu vientre.

Preciosa tira el panadero
y corre sin detenerse.
El viento-hombrón la persigue
con una espada caliente.

Frunce su rumor el mar.
Los olivos palidecen.
Cantan las flautas de umbría
y el liso gong de nieve.

¡Preciosa, corre, Preciosa,
que te coge el viento verde!
¡Preciosa, corre, Preciosa!
¡Miralo por dónde viene!
Sátiro de estrellas bajas
con sus lenguas relucientes.

Preciosa, llena de miedo,
entra en la casa que tiene,
mas arriba de los pinos,
el consul de los ingleses.

Asustados por los gritos
tres carabineros vienen,
sus negras capas ceñidas
y los gorros en las sienes.

El inglés da a la gitana
un vaso de tibia leche,
y una copa de ginebra
que Preciosa no se bebe.

Y mientras cuenta, llorando,
su aventura a aquella gente,
en las tejas de pizarra
el viento furioso muerde.





Pablo Neruda (Chile)



El Miedo


Qué pasó? Qué pasó? Còmo pasó?
Cómo pudo pasar? Pero lo cierto
es que pasó y lo claro es que pasó,
se fue, se fue el dolor a no volver:
cayó el error en su terrible embudo,
de allí nació su juventud de acero.
Y la esperanza levantó sus dedos. 
Ay sombría bandera que cubrió 
la hoz victoriosa, el peso del martillo 
con una sola pavorosa efigie!

Yo la vi en mármol, en hierro platean,
en la tosca madera del Ural 
y sus bigotes eran dos raíces, 
y la vi en plata, en nácar, en cartón, 
en corcho, en piedra, en cinc, en 
alabastro, 
en azúcar, en piedra, en sal, en jade, 
en carbón, en cemento, en seda, en 
barro,
en plástico, en arcilla, en hueso, en 
oro
de un metro, de diez metros, de cien 
metros,
de dos milímetros en un grano de 
arroz, 
de mil kilómetros en tela colorada. 
Siempre aquellas estatuas estucadas 
de bigotudo dios con botas puestas 
y aquellos pantalones impecables 
que planchó el servilismo realista. 
Yo vi a la entrada del hotel, en medio 
de la mesa, en la tienda, en la 
estaciòn, 
en los aeropuertos constelados, 
aquella efigie fría de un distante:
de un ser que, entre uno y otro 
movimiento,
se quedó inmòvil, muerto en la 
victoria.
Y aquel muerto regía la crueldad 
desde su propia estatua innumerable 
aquel inmòvil gobernò la vida.








José Martí (Cuba)



Versos Sencillos


Yo soy un hombre sincero
De donde crece la palma.
Y antes de morirme quiero
Echar mis versos del alma.
Yo vengo de todas partes,
Y hacia todas partes voy:
Arte soy entre las artes,
En los montes, monte soy.
Yo sé los nombres extraños
De las yerbas y las flores,
Y de mortales engaños,
Y de sublimes dolores.
Yo he visto en la noche oscura
Llover sobre mi cabeza
Los rayos de lumbre pura
De la divina belleza.
Alas nacer vi en los hombros
De las mujeres hermosas:
Y salir de los escombros
Volando las mariposas.
He visto vivir a un hombre
Con el puñal al costado,
Sin decir jamás el nombre
De aquella que lo ha matado.
Rápida, como un reflejo,
Dos veces vi el alma, dos:
Cuando murió el pobre viejo,
Cuando ella me dijo adiós.
Temblé una vez –en la reja,
A la entrada de la viña.—
Cuando la bárbara abeja
Picó en la frente a mi niña.
Gocé una vez, de tal suerte
Que gocé cual nunca: --cuando
La sentencia de mi muerte
Leyó el alcalde llorando.

Oigo un suspiro, a través
De las tierras y la mar,
Y no es un suspiro, --es
Que mi hijo va a despertar.
Si dicen que del joyero
Tome la joya mejor
Tomo a un amigo sincero
Y pongo a un lado el amor.
Yo he visto al águila herida
Volar al azul sereno,
Y morir en su guarida
La víbora del veneno.
Yo sé bien que cuando el mundo
Cede, lívido, al descanso,
Sobre el silencio profundo
Murmura el arroyo manso.
Yo he puesto la mano osada
De horror y júbilo yerta,
Sobre la estrella apagada
Que cayó frente a mi puerta.
Oculto en mi pecho bravo
La pena que me lo hiere:
El hijo de un pueblo esclavo
Vive por él, calla, y muere.
Todo es hermoso y constante,
Todo es música y razón,
Y todo, como el diamante,
Antes que luz es carbón.
Yo sé que el necio se entierra
Con gran lujo y con gran llanto,--
Y que no hay fruta en la tierra
Como la del camposanto.
Callo, y entiendo, y me quito
La pompa del rimador:
Cuelgo de un árbol marchito
Mi muceta de doctor.


V

Si ves un monte de espumas,
Es mi verso lo que ves:
Mi verso es un monte, y es
Un abanico de plumas.
Mi verso es como un puñal
Que por el puño echa flor:
Mi verso es un surtidor
Que da un agua de coral.
Mi verso es de un verde claro
Y de un carmín encendido:
Mi verso es un ciervo herido
Que busca en el monte amparo.
Mi verso al valiente agrada:
Mi verso, breve y sincero,
Es del vigor del acero
Con que se funde la espada.


X

El alma trémula y sola
Padece al anochecer:
Hay baile; vamos a ver
La bailarina española.
Han hecho bien en quitar
El banderón de la acera;
Porque si está la bandera,
No sé, yo no puedo entrar.
Ya llega la bailarina:
Soberbia y pálida llega:
¿Cómo dicen que es gallega?
Pues dicen mal: es divina.
Lleva un sombrero torero
Y una capa carmesí:
¡Lo mismo que un alelí!
Que se pusiese un sombrero!
Se ve, de paso, la ceja,
Ceja de mora traidora:
Y la mirada, de mora:
Y como nieve la oreja.
Preludian, bajan la luz,
Y sale en bata y mantón,
La virgen de la Asunción
Bailando un baile andaluz.
Alza, retando, la frente;
Crúzase al hombre la manta:
En arco el brazo levanta:
Mueve despacio el pie ardiente.
Repica con los tacones
El tablado zalamera,
Como si la tabla fuera
Tablado de corazones.
Y va el convite creciendo
En las llamas de los ojos,
Y el manto de flecos rojos
Se va en el aire meciendo.
Súbito, de un salto arranca:
Húrtase, se quiebra, gira:
Abre en dos la cachemira,
Ofrece la bata blanca.
El cuerpo cede y ondea;
La boca abierta provoca;
Es un rosa la boca:
Lentamente taconea.
Recoge, de un débil giro,
El manto de flecos rojos:
Se va, cerrando los ojos,
Se va, como en un suspiro...
Baila muy bien la española;
Es blanco y rojo el mantón:
¡Vuelve, fosca a su rincón,
El alma trémula y sola!


XI

Yo tengo un paje muy fiel
Que me cuida y que me gruñe,
Y al salir, me limpia y bruñe
Mi corona de laurel.
Yo tengo un paje ejemplar
Que no come, que no duerme,
Y que se acurruca a verme
Trabajar, y sollozar.
Salgo, y el vil se desliza
Y en mi bolsillo aparece;
Vuelvo, y el terco me ofrece
Una taza de ceniza.
Si duermo, al rayar el día
Se sienta junto a mi cama:
Si escribo, sangre derrama
Mi paje en la escribanía.
Mi paje, hombre de respeto,
Al andar castañetea:
Hiela mi paje, y chispea:
Mi paje es un esqueleto.


XVIII

Es rubia: el cabello suelto
Da más luz al ojo moro:
Voy, desde entonces, envuelto
En un torbellino de oro.
La abeja estival que zumba
Más ágil por la flor nueva,
No dice, como antes, "tumba":
"Eva" dice: todo es "Eva".
Bajo, en lo oscuro, al temido
Raudal de la catarata:
¡Y brilla el iris, tendido
Sobre las hojas de plata!
Miro, ceñudo, la agreste
Pompa del monte irritado;
¡Y en el alma azul celeste
Brota un jacinto rosado!
Voy, por el bosque, a paseo
A la laguna vecina:
Y entre las ramas la veo,
Y por el agua camina.
La serpiente del jardín
Silva, escupe, y se resbala
Por su agujero: el clarín
Me tiende, trinando, el ala.
¡Arpa soy, salterio soy
Donde vibra el Universo:
Vengo del sol, y al sol voy:
Soy el amor: soy el verso!


XII

Estoy en el baile extraño
De polaina y casaquín
Que dan, del año hacia el fin,
Los cazadores del año.
Una duquesa violeta
Va con un frac colorado:
Marca un vizconde pintado
El tiempo en la pandereta.
Y pasan las chupas rojas;
Pasan los tules de fuego,
Como delante de un ciego
Pasan volando las hojas.


XLV

Sueño con claustros de mármol
Donde en silencio divino
Los héroes, de pie, reposan:
¡De noche, a la luz del alma,
Hablo con ellos: de noche!
Están en fila: paseo
Entre las filas: las manos
De piedra les beso: abren
Los ojos de piedra: mueven
Los labios de piedra: tiemblan
Las barbas de piedra: empuñan
La espada de piedra: lloran:
¡Vibra la espada en la vaina!:
Mudo, les beso la mano.
Hablo con ellos, de noche!
Están en fila: paseo
Entre las filas: lloroso
Me abrazo a un mármol: "Oh mármol,
Dicen que beben tus hijos
Su propia sangre en las copas
Venenosas de sus dueños!
Que hablan la lengua podrida
De sus rufianes! que comen
Juntos el pan del oprobio,
En la mesa ensangrentada!!
Que pierden en lengua inútil
El último fuego!: ¡dicen,
Oh mármol, mármol dormido,
Que ya se ha muerto tu raza!"
Échame en tierra de un bote
El héroe que abrazo: me ase
Del cuello: barre la tierra
Con mi cabeza: levanta
El brazo, ¡el brazo le luce
Lo mismo que un sol!: resuena
La piedra: buscan el cinto
Las manos blancas: del soclo
Saltan los hombres de mármol!


XLVI

Vierte, corazón, tu pena
Donde no se llegue a ver,
Por soberbia, y por no ser
Motivo de pena ajena.
Yo te quiero, verso amigo,
Porque cuando siento el pecho
Ya muy cargado y deshecho,
Parto la carga contigo.
Tú me sufres, tú aposentas
En tu regazo amoroso,
Todo mi ardor doloroso,
Todas mis ansias y afrentas.

Tú, porque yo pueda en calma
Amar y hacer bien, consientes
En enturbiar tus corrientes
En cuanto me agobia el alma.
Tú, porque yo cruce fiero
La tierra, y sin odio, y puro,
Te arrastras, pálido y duro,
Mi amoroso compañero.
Mi vida así se encamina
Al cielo limpia y serena,
Y tú me cargas mi pena
Con tu paciencia divina.
Y porque mi cruel costumbre
De echarme en ti te desvía
De tu dichosa armonía
Y natural mansedumbre;
Porque mis penas arrojo
Sobre tu seno, y lo azotan,
Y tu corriente alborotan,
Y acá lívido, allá rojo,
Blanco allá como la muerte,
Ora arremetes y ruges,
Ora con el peso crujes
De un dolor más que tú fuerte.
¿Habré, como me aconseja
Un corazón mal nacido,
De dejar en el olvido
A aquel que nunca deja?
¡Verso, nos hablan de un Dios
A donde van los difuntos:
Verso, o nos condenan juntos,
O nos salvamos los dos!


segunda-feira, 29 de junho de 2015

Te Molesta Mi Amor


Silvio Rodriguez



"Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor [...]"

Salvador Allende 
11 de septiembre de 1973



Te Molesta Mi Amor





Te Molesta Mi Amor


¿Te molesta mi amor?
Mi amor de juventud,
y mi amor es un arte
en virtud.
¿Te molesta mi amor?
Mi amor sin antifaz,
y mi amor es un arte
de paz.
¿Te molesta mi amor?
Mi amor de humanidad,
y mi amor es un arte
en su edad.
¿Te molesta mi amor?
Mi amor de surtidor,
y mi amor es un arte
mayor.
Mi amor es mi prenda encantada,
es mi extensa morada,
es mi espacio sin fin.
Mi amor no precisa fronteras;
como la primavera,
no prefiere jardín.
Mi amor no es amor de mercado,
porque un amor sangrado
no es amor de lucrar.
Mi amor es todo cuanto tengo;
si lo niego o lo vendo,
¿para qué respirar?
¿Te molesta mi amor?
Mi amor de juventud,
y mi amor es un arte
en virtud.
¿Te molesta mi amor?
Mi amor sin antifaz,
y mi amor es un arte
de paz.
¿Te molesta mi amor?
Mi amor de humanidad,
y mi amor es un arte
en su edad.
¿Te molesta mi amor?
Mi amor de surtidor,
y mi amor es un arte
mayor.
Mi amor no es amor de uno solo,
sino alma de todo
lo que urge sanar.
Mi amor es un amor de abajo
que el devenir me trajo
para hacerlo empinar.
Mi amor, el más enamorado,
es del más olvidado
en su antiguo dolor.
Mi amor abre pecho a la muerte
y despeña su suerte
por un tiempo mejor.
Mi amor, este amor aguerrido,
es un sol encendido,
por quién merece amor.




Ojalá





Ojalá
Silvio Rodriguez


Ojalá que las hojas no te toquen el cuerpo
Cuando caigan
Para que no las puedas convertir en cristal
Ojalá que la lluvia deje de ser milagro
Que baja por tu cuerpo
Ojalá que la luna pueda salir sin ti
Ojalá que la tierra no te bese los pasos

Ojalá se te acabe la mirada constante
La palabra precisa, la sonrisa perfecta
Ojalá pase algo que te borre de pronto
Una luz cegadora un disparo de nieve
Ojalá por lo menos que me lleve la muerte
Para no verte tanto para no verte siempre
En todos los segundos en todas las visiones
Ojalá que no pueda tocarte ni en canciones

Ojalá que la aurora no dé gritos que caigan
En mi espalda
Ojalá que tu nombre se le olvide a esa voz
Ojalá las paredes no retengan tu ruido
De camino cansado
Ojalá que el deseo se vaya tras de ti
A tu viejo gobierno de difuntos y flores

Ojalá se te acabe la mirada constante
La palabra precisa la sonrisa perfecta
Ojalá pase algo que te borre de pronto
Una luz cegadora un disparo de nieve
Ojalá por lo menos que me lleve la muerte
Para no verte tanto para no verte siempre
En todos los segundos en todas las visiones
Ojalá que no pueda tocarte ni en canciones


Composição: Silvio Rodríguez




Pablo Milanes
Yo no te pido







Pablo Milanés
Yo pisaré las calles nuevamente





Yo Pisaré Las Calles Nuevamente
Pablo Milanés


Yo pisaré las calles nuevamente
De lo que fue santiago ensangrentada
Y en una hermosa plaza liberada
Me detendré a llorar por los ausentes

Yo vendré del desierto calcinante
Y saldré de los bosques y los lagos
Y evocaré en un cerro de santiago
A mis hermanos que murieron antes

Yo unido al que hizo mucho y poco
Al que quiere la patria liberada
Dispararé las primeras balas
Más temprano que tarde, sin reposo

Retornarán los libros, las canciones
Que quemaron las manos asesinas
Renacerá mi pueblo de su ruina
Y pagarán su culpa los traidores

Un niño jugará en una alameda
Y cantará con sus amigos nuevos
Y ese canto será el canto del suelo
A una vida segada en la moneda

Yo pisaré las calles nuevamente
De lo que fue santiago ensangrentada
Y en una hermosa plaza liberada
Me detendré a llorar por los ausentes


Composição: Pablo Milanés




sábado, 27 de junho de 2015

Contos de Calvino: O Homem Que Chamava Teresa (01)

Ítalo Calvino


O Homem Que Chamava Teresa



Desci da calçada, recuei uns passos, olhando para cima, e, chegando no meio da rua, levei as mãos à boca, como um megafone, e gritei para os últimos andares do prédio:

- Teresa!

A minha sombra se assustou com a lua e se agachou entre meus pés.

Passou alguém. Chamei de novo:

- Teresa!

A pessoa se aproximou, disse:

- Se não chamar mais alto não vão escutar. Vamos tentar nós dois. Assim: conto até três, no três gritamos juntos. – E disse: - Um, dois, três.

E juntos gritamos: - Tereeeesaaa!

Passou um grupinho de amigos que voltavam do teatro ou do café e viram nós dois chamando. Disseram: - Bom, também podemos ajudar com a nossa voz. – E também foram para o meio da rua e o primeiro dizia um, dois, três e então todos gritavam em coro: - Te-reeee-saaa!

Passou mais um e juntou-se a nós; quinze minutos depois estávamos reunidos num grupo, uns vinte, quase. E de vez em quando chegava mais um.

Não foi fácil chegarmos a um acordo para gritarmos direito, todos juntos. Havia sempre um que começava antes do “três” ou que demorava demais, mas no final já conseguíamos fazer alguma coisa bem-feita. Combinou-se que “Te” seria dito baixo e longo, “re”, agudo e longo, e “sa”, baixo e breve. Funcionou muito bem. Mas, vez por outra, havia uma briga porque alguém desafinava.

Já começávamos a perder o fôlego quando um de nós, que a julgar pela voz devia ter a cara cheia de sardas, perguntou: - Mas vocês têm certeza que ela está em casa?

- Eu não – respondi.

- Que confusão – disse um outro. – Esqueceu a chave, não é?

- Na verdade – disse eu -, estou com a chave aqui.

- Então – me perguntaram -, por que não sobe?

- Mas eu nem moro aqui – respondi. – Moro no outro lado da cidade.

- Mas então, desculpe a curiosidade – perguntou circunspecto o sujeito da voz cheia de sardas -, quem é que mora aqui?

- Para falar a verdade, não sei – disse eu.

Houve um certo descontentamento ao redor.

- Mas então se pode saber – perguntou outro com a voz cheia de dentes – por que está chamando Teresa aqui de baixo?

- Por mim – respondi – também podemos chamar outro nome, ou em outro lugar. Não custa nada.

Os outros estavam meio aborrecidos.

- O senhor não teria desejado fazer uma brincadeira conosco? – perguntou o das sardas, desconfiado.

- Eu, hein! – disse, ofendido, e me virei para os outros para pedir que confirmassem minhas boas intenções. Os outros ficaram calados, mostrando não terem captado a insinuação.

Houve um instante de constrangimento.

- Vejamos – disse um deles, bondoso. – Podemos chamar Teresa mais uma vez, e depois vamos para casa.

E chamamos mais uma vez – um, dois, três, Teresa! -, mas já não deu muito certo. Depois nos dispersamos, uns por aqui, outros por ali.

Eu já havia chegado à praça quando tive a impressão de ainda ouvir uma voz que gritava: - Tee-reee-sa!

Alguém deve ter ficado chamando, obstinado.




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Leia também:
Contos de Calvino:
Consciência (02)




Italo Calvino (1923 – 85) nasceu em Santiago de Las Vegas, Cuba, e foi para a Itália logo após o nascimento. Participou da resistência ao fascismo durante a guerra e foi membro do Partido Comunista até 1956. Publicou sua primeira obra, A trilha dos ninhos da aranha, em 1947.





Calvino, Italo, 1923-1985.

             Um general na biblioteca / Italo Calvino ; tradução Rosa Freire d’Aguiar – São Paulo:                          Compainha das Letras, 2001.

Título original: Prima che tu dica “pronto”.

segunda-feira, 22 de junho de 2015

XXII – Mitologia dos Orixás: Ibejis [213] [214]

Ibejis


Reginaldo Prandi


Os Ibejis nascem de Oiá e são criados por Oxum


Oiá andava pelo mundo disfarçada de novilha. Um dia Oxóssi a viu sem a pele e se apaixonou. Casou-se com Oiá e escondeu a pele de novilha, para ela não fugir dele.

Oiá teve dezesseis filhos com Oxóssi.

Oxum, que era a primeira esposa de Oxóssi e que não tinha filhos, foi quem criou todos os filhos de Oiá. O primeiro a nascer chamou-se Togum.

Depois nasceram os gêmeos, os Ibejis, e depois deles, Idoú. Nasceu depois a menina Alabá, seguida do menino Odobé.

E depois os demais filhos de Oiá e Oxóssi.

Os meninos pareciam-se com o pai, as meninas, com a mãe. Oiá tinha os filhos que Oxum criava e assim viviam na casa de Oxóssi.

Um dia as duas mães se desentenderam. Oxum mostrou a Oiá onde estava sua pele. Oiá recuperou a pele de novilha, reassumiu sua forma animal e fugiu.


[213]




Os Ibejis são transformados numa estatueta

São filhos de Iemanjá os dois meninos gêmeos, os Ibejis.

Os Ibejis passavam o dia a brincar. Eram crianças e brincavam com Logum Edé e brincavam com Euá. Um dia, brincavam numa cachoeira e um deles se afogou.

O Ibeji que ficou começou a definhar, tão grandes eram sua tristeza e solidão, melancólico e sem interesse pela vida.

Foi então a Orunmilá e suplicou que Orunmilá trouxesse o irmão de volta. Que Orunmilá os reunisse de novo, para que brincassem juntos como antes.

Orunmilá não podia ou não queria fazer tal coisa, mas transformou a ambos em imagens de madeira e ordenou que ficassem juntos para sempre.

Nunca mais cresceriam, não se separariam. São dois gêmeos-meninos brincando eternamente, são crianças.

[214]



______________

Leia também:

XXI – Mitologia dos Orixás: Iá Mi Oxorongá [204]


XXIII – Mitologia dos Orixás: Iemanjá [220] [221]



Reginaldo Prandi, paulista de Potirendaba e professor titular de sociologia da Universidade de São Paulo, é autor de três dezenas de livros. Pela editora Hucitec publicou Os candomblés de São Paulo, pela Edusp, Um sopro do Espírito, e pela Cosac Naify, Os príncipes do destino. Dele, a Companhia das Letras publicou também Segredos guardados: orixás na alma brasileira; Morte nos búzios; Ifá, o Adivinho; Xangô, o Trovão; Oxumarê, o Arco-Íris; Contos e lendas afro-brasileiros: a criação do mundo; Minha querida assombração; Jogo de escolhas e Feliz Aniversário.



Prandi, Reginaldo. Mitologia dos Orixás / Reginaldo Prandi; ilustrações de Pedro Rafael. - São Paulo: Companhia das Letras, 2001.

domingo, 21 de junho de 2015

Histórias de avoinha: Yao ê auê Onilé é dona de tudo ie aô, a Mãe Terra, Aiyê

Ensaio 54B – 2ª edição 1ª reimpressão


baitasar


Tempos depois de chegá no casarão com o fiô piquinino nas mão, o saco dos pano na cacunda, foi qui ficô sabendo: o siô da Hora tava lhe dando aviso de confinamento dentro da prisão do cativêro, ê chora chora chora preta bunita, num purugunta pur qui tanta dô, yao ê auê, Onilé é tudo yao ê auê, a Mãe da Terra yao ê auê vestida de terra auê a a, é pura terra é pura céu andando sempre ao meu lado, yao ê auê, não vou mais usar os seus serviços de cama, pelo menos, por enquanto, estou melhor servido, mas fique a negrinha sabendo que se não for eu... ninguém mais vai lhe usar, criolo ou branco, entendido?

Yao ê auê Onilé é dona de tudo ie aô, a Mãe Terra, Aiyê, pur qui tanto dô ie aô, pur qui tanto noite sem lua ie aô, pur qui tanto escuridão sem estrela, pur qui tanto dô

A mocinha precisa ajutório?

Num é preciso, respondeu Milagres, ocê já fez bastante da minha parte, apontô as vista pra fervura das água, isso é assunto meu. As duas muié se oiô, num era preciso concordá nem disputá bobice, a dú pé, disse Rita, eu qui agradeço, respondeu Milagres, o galo já se recoiêu e o dia foi durumi, vosmecê ajunte o cansaço e deixe aqui a  dô, vá pra sua choça durumi u qui dé pra durumi. O pouco qui fô já vai dá ajuda pra continuá, pode inté acontecê de tê sonho de passeá no céu, visitá nosso siô.

O Cristo nasceu, mais num levantô pra eu, Milagres.

Cuidado, essas coisa de pensá num é bão, a desesperança num ensina coisa boa, ela acomoda a quentura da vida, esfria as mão, congela os pé, afraca os assopro qui avisa e chama pra dançá. Num deixa as coisa ruim ficá maió qui a vida, num perde a voação dos sonho, ocê murcha inté sê guardada num buraco escuro, sem nada, num vai voltá assombração. Mais se voltá, num esquece qui assombração num tem os pé na terra.

Mais pode incomodá...

É isso qui ocê qué, incomodá, nenhuma das muié tinha urgência de sofrê mais nem gosto de vê a otra perdida. Um abafamento de agitação pra num acordá antes do tempo de fugí, querê fugí era tê vida na urgência de se soltá mundo afora, com liceça do dono de terra, com liceça da siá moça, ocê purugunta aonde vô, iô vô navegá, iô vô passeá, levo junto Onilé qui é dona de tudo. Um passeio de barco no Gravataí, iô vô vê o entardecê do sol avermeiado, num precisa abrí o berrêro vô voltá depois de sentí a doçura dos remo na água, sorrindo, desembaraçando a voz murcha, envergonhada de tão desacostumada de saí da garganta, engravidada da vida qui num é intriga, solta à deriva nas água. Iô vô tê os remo das asa borboleta, iô vô sorrí colorida e nervosa, as asa colorida remando o podê terrestre das água, sem tirano sem injustiça sem pulícia sem dono de tudo, ninguém qui me mande. Um anoitecê pra num recoiê os remo, ficá na estrada das água, cantá alegria tristeza, como deve sê a vida, milagrosa, espaiada da juventude inté a caduquice, agitando os dia qui vai e num volta. Num adianta querê as coisa qui foi, num tem volta, é bão deixá o qui passô debaixo do oiá quente dos espritu mais antigo... ficá vagueando no otro mundo desse mundo pode esperá

Vô me recoiê, e ocê, Milagres... faça da noite uma coisa boa.

Boa noite, Rita, qui o pai ofereça cavalaria de escolta contra os brabo e violento, a mãinha do capitão-do-mato oiô nas suas vista e viu o qui já tinha sido no sangue. Era antigo o tempo qui tinha valentia, sem medo de ganhá barriga nem de tirá. Naquela noite, o sorriso num tinha só desamparo e desconsolo, ia durumi de camisola sem lua pra iluminá o terrêro. Virô as costa pra Milagres e saiu arrastando os pé, resmungando, a vida pode sê dura, otras veiz pode num sê, mais pra muié preta a dô nasce junto e acompanha inté nos canto, yao ê, Ererê ai ogum bê, num purugunta aonde vô, se vô num vô voltá, ê num chora chora piquinina ê num chora chora, levo na cacunda a cambada da Mãe África, a cavalaria na caravela vai saí pra fazê o caminho de voltá

Num tinha mais nem a gingação da tristeza, era só quebranto, tava sem reza sem santo sem guerrêro, tanto cansaço, sem céu, só tinha terra pra pisá, vestimenta de terra cama de terra, era toda terra. Perdeu o encantamento, sobrô a sina de vivê qui arrastava a carcaça. Resmungô de novo, quando eu morrê me enterre sem vestimenta de pano, me chega a cobertura da terra, num ganhei nada num quero nada num levo nada.

Cruz e credo, Rita! É de muita tristeza as despedida do dia.

Eu qui sei, mocinha, a dô qui tem vivê sem nenhuma das coisa boa da escuridão se oferecendo, peço desculpa dessa minha saída, mais num vô amamentá a nascença do dia. Ocê qui se cuide. Obrigado Olorum, sua bondade de criá tudo e oferecê seus fiô pra povoá o mundo qui existe. Como o siô já tava sabendo mais qui tudo, cada um tomô o rumo do seu destino. E vô tomá o meu caminho. Espero qui Olorum esteja satisfeito, mais num acho qui tá. O mundo num para de sê criado, ela pariu ali, na saída, já de costas pra Milagres, as água das vista mais dolorida qui nunca antes tinha derramado. Todo o sangue africano lhe descia, banhava os pé. Entrô no chão tabuado todo seu desespero. A tormenta nunca passava, a sua valentia perdeu o veneno. Saiu

Qui o santo vigia lhe cuide dos passo.

Santo Jorge me guia, Milagres, foi sumindo inté num tá mais lá.

A escrava se fez anunciá com duas batida piquinina na porta do quarto de siá, entre, tava anunciada e com liceça de aparecê. Empurrô a porta com cuidado, antes de entrá toda. Enfiô o oiá com feitio cuidadoso. A siá tava sentada com sua frente no espêio, escavava a cabelêra na claridade amarelada das lamparina. A escova descia da coroa da cabeça inté as ponta, parecia acariciá cada linha da terra com os dedo do arado

Com liceça, siá. A Rita avisô da sua vontade... a dona de quase tudo lhe parô a voz humilde e resignada, num tirô as vista do espêio nem parô de cariciá os fio, continuava puxando a escova de cima inté embaixo

O que foi que a Rita lhe disse?

A muié preta largô a porta, deu otro passo piquinino quarto adentro, os pé nu fincava Milagres no tabuado. As vista largada no chão, os braço pendurado ao lado do corpo, abriu a boca pra soltá as palavra qui conta as história do seu povo desde a Mãe África inté naquele lugá de dô e corrente. Calô. Achô qui as conversa guardada no seu silêncio num tinha serventia nem curiosidade nem importância pra siá, achô meió calá pra modo de precaução, só soltá as palavra qui atendê as purugunta feita, a Rita avisô qui siá qué tomá seu banho.

A dona da casa e de quase tudo largô a escova na mesa do espêio, levantô e virô toda pra mucama, num disse nada, mais deu pra oiá qui ela sentiu vontade de fazê revelação de muié. Falá do medo de num sabê fazê o fiô do marido, o dono de tudo. O desalento de num sê mãe era um peso muito grande, isso desafiava as coisa qui num mexia na barriga, o seu saco de criação. Parecia caminhá como Oxalá, sem nunca chegá no lugá da criação das lebre, dos pássaro, das galinha, e dos hôme, num queria pensá tristeza, sabia qui se continuava com esse feitio de cismá acabava numa cabana decadente, durumindo na beirada da estrada. Deu um passo, pareceu decidida contá tudo duma veiz. O desabafo de um só fôlego, sem chance de arrependimento. As mão ajuntava apertando os dedo da otra mão, ficava enlaçando uma na otra. Parô. Num deu o otro passo nem voltô atrás, ficô aonde já tava, indecisa e perigosa, inté qui confirmô as palavra da Rita, pois lhe disse certo, é isso mesmo.

As duas deu o mesmo passo atrás, a preta em carne viva retrucô, então, vô fechá as janela e trancá o vento da friagem lá fora. Já foi saindo de costas, curvada na frente, as vista no tabuado. Um pé depois dotro. Os dedo dos pé esborrachando, o tabuado resistindo qui nem respirá se atrevia. A otra muié parecia poema sem verso, boniteza sem encantamento. Os cabelo alongado, os fio solto. A brancura corrediça e opaca parecia querê se escondê da preta cristalina com os rastro de matagal, quero meu banho com os cheiros do mato, Milagres. Gosto da suavidade do cheiro das ervas e plantas. Acredito que as ervas podem curar.

Carrego um saquinho de mato agarrado na cintura.

Pois leve o mato para o meu banho.

Já apronto as água e os chêro, com a liceça da siá dona da casa, fechô a porta. Correu inté a cozinha. Encontrô o fogo azulando a chapa, as água borbuiando brotava do calô das lenha queimando. Cantarolava bem baixinho, eita fogo fogaréu, fogo fogo fogo, fogo lá do céu, eita fogo fogaréu, fogo fogo fogo, fogo lá do céu, as duas língua dançando, coziando água derretendo frio, tava no ponto de carregá inté o quarto de banho. Carregô uma tina e derramô toda água vaporosa na louça da lavação. A quentura da água derretida espaiô no quarto, queimava só de oiá. Mais uma tina foi derramada. Milagres esperô o vapô sê desventado pra vê o tamaiô da cambada de água. Saiu na porta do corredô com a tina vazia, fez mais duas ida e volta, uma caminhada sem chorá, otra caminhada sem alegrá, água da quentura germinando. O último estirão fez com água fria. Despencô de uma veiz a tina com a fria, depois foi derramando com parcimonia a tina reserva com quentura, sempre guardava no alcance da mão alguma fervura. Experimentando e derramando otro tanto da fervida, fez assim inté chegá no ponto de alívio e aconchego. Abriu um pequeno saco de pano qui carregava amarrado na cintura, retirô os chêro do mato: um punhado das fôia moída do alecrim-de-jardim, alfavaca, eucalipto, hortelã-pimenta, as semente de sete-sangria. Jogô tudo nas água do banho. Esperô o aroma soltá do lago e subí o mato. Num ficô satisfeita, enfiô a mão otra veiz na sacola, apanhô as pétala das violeta e largô no banho da siá. Num esqueceu de deixá uma qui otra no chão tabuado. Respirô. Ainda num tinha terminado, agarrô um pouco de raiz de guaxuma, já tava toda picada. Misturô. Sorriu. A peça de louça pro banho da siá Casta tinha os chêro forte e delicado do mato. Separô as tôaia pra desempapá a moça das água lavada. Oiô na volta, as duas lamparina e o nevoêro do respiramento qui subia da louça retirô da claridade a brilhatura, amarelô o lugá desalumiado qui se mostrava sem deixá vê, tá perfeito, consegui misturá na água do banho a bruma do mato, sorriu e pendurô o saquinho na cinta de corda. O quarto do banho tava mudado. A preta se comoveu inté qui lembrô: aquilo num era pra ela nem pra lavá as mão. Fechô a portaria do corredô, oiô na sua volta mais otra veiz, continuava satisfeita. Atravessô o quarto do banho e bateu na porta de siá, tava na hora de avisá

Entra, Milagres.

Entrô, o banho tá pronto, siá Casta.

A dona de quase tudo levantô, parecia querê puruguntá, aparentava querê pedí, mais num era coisa fácil de contecê, ajude-me com as roupas, num foi pedido, num foi purugunta, a preta obedeceu e chegô nas vizinhança da siá. Assistiu na soltura das camada com muito cuidado. A dona da casa usava dois forro pra protegê a reputação das entranha qui precisava ficá escondida. Uma brancura mais branca começô aparecê, as vontade da carne se aprontando pra descarregá usando as vestimenta de muié. Abandonô no chão tabuado a rouparia de patroa. A brancura anunciava uma louçaria escura e abundante nas virilha

A siá qué qui faça o serviço de reparo e corte, a purugunta desarranjô a dona da casa, a patroa queria dizê qui num qué, a muié queria aceitá qui sim, a preta se aproximô

Não... é melhor que fique assim, os bico rosado num parecia envergonhado das vista da otra muié, as vista da siá tava no chão tabuado, queria escondê as água batendo nas rocha, mais num tem vontade decidida qui num possa sê esquecida. A quentura lhe deixô rosada, tesa e tolerante. A fartura das água alagava, a bruma escondia o ímpeto das onda. Num tinha hôme qui sabia dominá as água revolta. As muié aprende fazê assim desde o saco da criação, se afogá nas próprias água. Num soltá o amontoado do dilúvio qui sobe das profundeza e descontrola tudo qui respira, termina e faz nascê o mundo. Uma fortuna de pecado e perdão.

A siá lhe virô as costa e caminhô inté as água. Milagres subiu as vista, tava decidido, ela qué, eu quero, vô dá banho na muié branca.

Ela entrô na banhêra de louça e afundô, merguiô toda na água do mato. Voltô do fundo e encontrô o oiá da otra muié toda preta. As duas brilhava de vontade, deu a mão pra otra. As água juntô as duas vontade cantando, dançando, provocando as subida e descida num abismo sem fundura, o balanço do navio negrêro rasgava a estrada das água, nada fazia ele pará. No porão escuro, apertado e perverso, os negro nu e acorrentado afrôxava a dô com as lágrima. A saudade estreitava as corrente. O peso de vivê insuportável. Os branco nunca quis entendê a dô das corrente balançando no meio do nada, pra lugá nenhum, num importava o lugá de chegá. Num tinha branco indignado com a indecência das corrente nem do pelourinho ou dos abuso com as muriquinha piquinina. Eles só julga as indecência qui eles diz qui é perdição, acusa de intolerante e bruxaria os acorrentado qui ele acorrentô e obriga trabaiá, metade hôme, metade bicho. Compra seus braço, suas perna, mais num compra o coração. Então, esmaga tudo e se rejubila ao vê os negro nas suas ocupação de escravo. Ah, qui lindo escândalo seria essa Milagres se movendo tranquila adentro do céu, incendiando com a sua terra, requebrando inté amanhecê, sacudindo o vento da respiração e a constelação dos gemido imprudente. Ah, qui lindo escândalo vai sê quando o castigo nunca chegá!



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Leia também:

Histórias de avoinha: A terra. O baobá. A muié enraizando.
Ensaio 53B – 2ª edição 1ª reimpressão


Histórias de avoinha: O tempo é um rio seco
Ensaio 55B – 2ª edição 1ª reimpressão

sexta-feira, 19 de junho de 2015

Chico e os 71

... anos




BUDAPESTE

Autor: BUARQUE, CHICO
Idioma: PORTUGUÊS
Editora: COMPANHIA DAS LETRAS
Assunto: Literatura Nacional - Romances
Edição: 1
Ano: 2003






LEITE DERRAMADO

Autor: BUARQUE, CHICO
Idioma: PORTUGUÊS
Editora: COMPANHIA DAS LETRAS
Assunto: Literatura Nacional - Romances
Edição: 1
Ano: 2009







O IRMAO ALEMAO

Autor: BUARQUE, CHICO
Idioma: PORTUGUÊS
Editora: COMPANHIA DAS LETRAS
Assunto: Literatura Nacional - Romances
Edição: 1
Ano: 2014






Cecília





Angélica






Pedaço de mim






Pedaço de Mim
Chico Buarque


Oh, pedaço de mim
Oh, metade afastada de mim
Leva o teu olhar
Que a saudade é o pior tormento
É pior do que o esquecimento
É pior do que se entrevar

Oh, pedaço de mim
Oh, metade exilada de mim
Leva os teus sinais
Que a saudade dói como um barco
Que aos poucos descreve um arco
E evita atracar no cais

Oh, pedaço de mim
Oh, metade arrancada de mim
Leva o vulto teu
Que a saudade é o revés de um parto
A saudade é arrumar o quarto
Do filho que já morreu

Oh, pedaço de mim
Oh, metade amputada de mim
Leva o que há de ti
Que a saudade dói latejada
É assim como uma fisgada
No membro que já perdi

Oh, pedaço de mim
Oh, metade adorada de mim
Lava os olhos meus
Que a saudade é o pior castigo
E eu não quero levar comigo
A mortalha do amor
Adeus

Composição: Chico Buarque



Calabar - O Elogio da Traição






Sinal Fechado






1984





1971 - Construção





1966 - Álbum Completo







Tatuagem





Tatuagem
Chico Buarque


Quero ficar no teu corpo
Feito tatuagem
Que é pra te dar coragem
Pra seguir viagem
Quando a noite vem

E também pra me perpetuar
Em tua escrava
Que você pega, esfrega
Nega, mas não lava

Quero brincar no teu corpo
Feito bailarina
Que logo te alucina
Salta e se ilumina
Quando a noite vem

E nos músculos exaustos
Do teu braço
Repousar frouxa, murcha, farta,
Morta de cansaço

Quero pesar feito cruz
Nas tuas costas
Que te retalha em postas
Mas no fundo gostas
Quando a noite vem

Quero ser a cicatriz
Risonha e corrosiva
Marcada a frio
Ferro e fogo
Em carne viva

Corações de mãe, arpões
Sereias e serpentes
Que te rabiscam
O corpo todo
Mas não sentes


Composição: Chico Buarque




Eu te Amo





João e Maria








quarta-feira, 17 de junho de 2015

Pablo Neruda (Chile)

Los Poetas del Amor (25)



O outono volotea, revolotea, y desaparece.



Mariposa de Otoño


La mariposa volotea
y arde -con el sol- a veces.

Mancha volante y llamarada,
ahora se queda parada
sobre una hoja: que la mece.

Me decían: -No tienes nada.
No estás enfermo. Te parece.

Yo tampoco decía nada.
Y pasò el tiempo de las mieses.

Hoy una mano de congoja
llena de otoño el horizonte.
Y hasta de mi alma caen hojas.

Me decían: -No tienes nada.
No estás enfermo. Te parece.

Era la hora de las espigas.
El sol, ahora,
convalece.

Todo se va en la vida, amigos.
Se va o perece.

Se va la manò que te induce.
Se va o perece.

Se va la rosa que desates.
También la boca que te bese.

El agua, la sombra y el vaso.
Se va o perece.

Pasò la hora de las espigas.
El sol, ahora,
convalece.

Su lengua tibia me rodea.
También me dice: -Te parece.

La mariposa volotea,
revolotea,
y desaparece.






José Martí (Cuba)



Canto de Otoño


Bien; ya lo sé!: -la muerte está sentada
A mis umbrales: cautelosa viene,
Porque sus llantos y su amor no apronten
En mi defensa, cuando lejos viven
Padres e hijo.-al retornar ceñudo
De mi estéril labor, triste y oscura,
Con que a mi casa del invierno abrigo,
De pie sobre las hojas amarillas,
En la mano fatal la flor del sueño,
La negra toca en alas rematada,
Ávido el rostro, - trémulo la miro
Cada tarde aguardándome a mi puerta
En mi hijo pienso, y de la dama oscura
Huyo sin fuerzas devorado el pecho
De un frenético amor! Mujer más bella
No hay que la muerte!: por un beso suyo
Bosques espesos de laureles varios,
Y las adelfas del amor, y el gozo
De remembrarme mis niñeces diera!
...Pienso en aquél a quien el amor culpable
trajo a vivir, - y, sollozando, esquivo
de mi amada los brazos: - mas ya gozo
de la aurora perenne el bien seguro.
Oh, vida, adios: - quien va a morir, va muerto.
Oh, duelos con la sombra: oh, pobladores
Ocultos del espacio: oh formidables
Gigantes que a los vivos azorados
Mueren, dirigen, postran, precipitan!
Oh, cónclave de jueces, blandos sólo
A la virtud, que nube tenebrosa,
En grueso manto de oro recogidos,
Y duros como peña, aguardan torvos
A que al volver de la batalla rindan
-como el frutal sus frutos-
de sus obras de paz los hombres cuenta,
de sus divinas alas!... de los nuevos
árboles que sembraron, de las tristes
lágrimas que enjugaron, de las fosas
que a los tigres y vívoras abrieron,
y de las fortalezas eminentes
que al amor de los hombres levantaron!
¡esta es la dama, el Rey, la patria, el premio
apetecido, la arrogante mora
que a su brusco señor cautiva espera
llorando en la desierta espera barbacana!:
este el santo Salem, este el Sepulcro
de los hombres modernos:-no se vierta
más sangre que la propia! No se bata
sino al que odia el amor! Únjase presto
soldados del amor los hombres todos!:
la tierra entera marcha a la conquista
De este Rey y señor, que guarda el cielo!
...Viles: el que es traidor a sus deberes.
Muere como traidor, del golpe propio
De su arma ociosa el pecho atravesado!
¡Ved que no acaba el drama de la vida
En esta parte oscura! ¡Ved que luego
Tras la losa de mármol o la blanda
Cortina de humo y césped se reanuda
El drama portentoso! ¡y ved, oh viles,
Que los buenos, los tristes, los burlados,
Serán een la otra parte burladores!
Otros de lirio y sangre se alimenten:
¡Yo no! ¡yo no! Los lóbregos espacios
rasgué desde mi infancia con los tristes
Penetradores ojos: el misterio
En una hora feliz de sueño acaso
De los jueces así, y amé la vida
Porque del doloroso mal me salva
De volverla a vivi. Alegremente
El peso eché del infortunio al hombro:
Porque el que en huelga y regocijo vive
Y huye el dolor, y esquiva las sabrosas
Penas de la virtud, irá confuso
Del frío y torvo juez a la sentencia,
Cual soldado cobarde que en herrumbre
Dejó las nobles armas; ¡y los jueces
No en su dosel lo ampararán, no en brazos
Lo encumbrarán, mas lo echarán altivos
A odiar, a amar y a batallar de nuevo
En la fogosa y sofocante arena!
¡Oh! ¿qué mortal que se asomó a la vida
vivir de nuevo quiere? ...
Puede ansiosa
La Muerte, pues, de pie en las hojas secas,
Esperarme a mi umbral con cada turbia
Tarde de Otoño, y silenciosa puede
Irme tejiendo con helados copos
Mi manto funeral.
No di al olvido
Las armas del amor: no de otra púrpura
Vestí que de mi sangre.
Abre los brazos, listo estoy, madre Muerte:
Al juez me lleva!
Hijo!...Qué imagen miro? qué llorosa
Visión rompe la sombra, y blandamente
Como con luz de estrella la ilumina?
Hijo!... qué me demandan tus abiertos
Brazos? A qué descubres tu afligido
Pecho? Por qué me muestran tus desnudos
Pies, aún no heridos, y las blancas manos
Vuelves a mí?
Cesa! calla! reposa! Vive: el padre
No ha de morir hasta que la ardua lucha
Rico de todas armas lance al hijo!-
Ven, oh mi hijuelo, y que tus alas blancas
De los abrazos de la muerte oscura
Y de su manto funeral me libren!







Rubén Darío (Nicaragua)




Canción de Otoño en Primavera


Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer...

Plural ha sido la celeste
historia de mi corazón.
Era una dulce niña, en este
mundo de duelo y de aflicción.

Miraba como el alba pura;
sonreía como una flor.
Era su cabellera obscura
hecha de noche y de dolor.

Yo era tímido como un niño.
Ella, naturalmente, fue,
para mi amor hecho de armiño,
Herodías y Salomé...

Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer...

Y más consoladora y más
halagadora y expresiva,
la otra fue más sensitiva
cual no pensé encontrar jamás.

Pues a su continua ternura
una pasión violenta unía.
En un peplo de gasa pura
una bacante se envolvía...

En sus brazos tomó mi ensueño
y lo arrulló como a un bebé...
Y te mató, triste y pequeño,
falto de luz, falto de fe...

Juventud, divino tesoro,
¡te fuiste para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer...

Otra juzgó que era mi boca
el estuche de su pasión;
y que me roería, loca,
con sus dientes el corazón.

Poniendo en un amor de exceso
la mira de su voluntad,
mientras eran abrazo y beso
síntesis de la eternidad;

y de nuestra carne ligera
imaginar siempre un Edén,
sin pensar que la Primavera
y la carne acaban también...

Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer.

¡Y las demás! En tantos climas,
en tantas tierras siempre son,
si no pretextos de mis rimas
fantasmas de mi corazón.

En vano busqué a la princesa
que estaba triste de esperar.
La vida es dura. Amarga y pesa.
¡Ya no hay princesa que cantar!

Mas a pesar del tiempo terco,
mi sed de amor no tiene fin;
con el cabello gris, me acerco
a los rosales del jardín...

Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer...
¡Mas es mía el Alba de oro!
 


quinta-feira, 11 de junho de 2015

"O Capeta Carybé"

Carybé



O Nordeste.com











Carybé


Carybé (Hector Julio Páride Bernabó)
07/02/1911, Lanús, Argentina
01/10/1997, Salvador, Bahia

Da Redação
Em São Paulo

Argentino naturalizado brasileiro, Hector Julio Páride Bernabó ficou internacionalmente conhecido como Carybé, um destacado artista plástico figurativo do século 20.

Nascido em 7 de fevereiro de 1911, na pequena cidade de Lanús, subúrbio de Buenos Aires, o pintor viveu em Gênova e Roma (Itália) dos 6 meses aos 8 anos. Em 1919, veio morar no Brasil onde completou os estudos secundários no Rio de Janeiro e estudou na Escola Nacional de Belas Artes.

Em 1927, retornou para a Argentina, onde trabalhou em diversos jornais, até que o periódico "Prégon" o contratou para viajar por vários países fazendo e enviando desenhos e reportagens de onde passasse. Com isso, Carybé começou a ter contato com várias culturas e diferentes formas de expressão artística, que influenciaram o seu trabalho como pintor. Em uma dessas viagens conheceu Salvador, onde começou a ter contato com a cultura baiana.

Até meados dos anos 40, Carybé viveu entre vários países, mas sempre retornando ao Brasil. Neste período, trabalhou como ilustrador de obras literárias e traduziu o livro Macunaíma, de Mário de Andrade, para o espanhol. Em 1943, fez sua primeira exposição individual e ilustrou o livro "Macumba, Relatos de la Tierra Verde", de Bernardo Kordan.

Em 1946, casou-se com Nancy, na província argentina de Salta, com quem teve dois filhos, o artista plástico Ramiro e a bióloga Solange. Após várias viagens para Salvador, em 1950 foi morar definitivamente na capital baiana, onde, através de uma carta de recomendação de Rubem Braga, foi contratado para fazer murais em prédios e obras públicas.

Durante os quase 50 anos em que viveu na Bahia, Carybé desenvolveu uma profunda relação com a cultura e com os artistas de Salvador. As manifestações culturais locais, como o candomblé, a capoeira e o samba de roda, passaram a marcar a sua obra. Ao lado de outros artistas plásticos, como Jenner Augusto, Mário Cravo e Genaro de Carvalho, participou ativamente do movimento de renovação das artes plásticas no Estado.

Bastante eclético, Carybé experimentou ao longo de sua vida grande parte das técnicas artísticas conhecidas, como aquarelas, desenhos, esculturas, talhas, cerâmicas, entre outros. Além desses trabalhos, destacou-se também na criação de diversos murais pelo mundo, entre eles, um no Aeroporto de Nova York.

Em 1957, o artista naturalizou-se brasileiro. Entre seus grandes amigos no país, destacou-se o escritor Jorge Amado, que escreveu, em sua homenagem, "O Capeta Carybé"Na obra, o artista foi definido como "feito de enganos, confusões, histórias absurdas, aparentes contradições, e, ao mesmo tempo, é a própria simplicidade". Carybé fez desenhos em inúmeras obras de Amado, além de ilustrar trabalhos para livros de outros autores de grande expressão, como Mário de Andrade, Gabriel García Márquez e Pierre Verger.

O artista também escreveu livros como"Olha o Boi" e foi co-autor da obra "Bahia, Boa Terra Bahia" com Jorge Amado. Em 1981, após 30 anos de pesquisa, publicou a Iconografia dos Deuses Africanos no Candomblé da Bahia. Realizou também roteiros gráficos, direção artística e figurinos para teatro e cinema.

Por quase toda a sua vida, o pintor acreditou que o seu apelido Carybé provinha de um pássaro da fauna brasileira. Somente muitos anos depois, através do amigo Rubem Braga, descobriu que a sua alcunha significava "mingau ralo", o que lhe rendeu diversas brincadeiras.

Freqüentador do terreiro de candomblé Ilê Axé Opô Afonjá, Carybé morreu aos 86 anos, no dia 1° de outubro de 1997, em Salvador, durante uma cerimônia no próprio terreiro. O artista deixou como legado mais de 5.000 trabalhos, entre pinturas, desenhos, esculturas e esboços.





















Fonte: educacao

terça-feira, 9 de junho de 2015

Histórias de avoinha: A terra. O baobá. A muié enraizando.

Ensaio 53B – 2ª edição 1ª reimpressão


baitasar



Enquanto o dia anunciava suas despedida, com liceça do siô moço, qui o dia num era bobo de saí do céu sem pedí licença, com liceça dos dono de terra, gente boa e crente das coisa do céu qui num gosta de repartí autoridade nem de autorizá qualqué mistura de gente, vô me a retirá, só então a noite aprontava o seu começo à cavalo ou vindo à pé, o siô dono das terra tava avisado, ei ei chora chora gongo chora, chora chora chora gongo do boi bumbá, ei ei chora chora num purugunta onde ele vai, ele vai mais volta logo, gongo do boi bumbá. A cantoria seguia enquanto o céu azul avermeiava a fazenda Humaitá, os apelo subia inté lá no alto das terra baixa qui podia dá passagem pra Aldeia dos Anjo. Era tudo puro céu, quase tudo, só num era puro céu dentro dos palácio e das casa grande; nas senzala num tinha céu nem inferno era puro terra.

Siá Casta terminô mais um jantá sem as conversa silenciosa do siô da Hora. Ele num conversa das coisa de muié, isso num é conversa de hôme tê. E das coisa dos hôme ele trata com os hôme. A muié das conversa silenciosa segurô mais otro suspiro, tava cheia de suspiro guardado, tinha inté medo da veiz qui o seu saco de suspiro pudesse vazá um qui otro, deu ordem pra preta Rita retirá as louça da mesa, avise Milagres que quero lhe ver, a escrava num parô as tarefa qui sabia tê qui fazê com precisão e ligerêza, siá Casta num gostava de tê as coisa pra fora do lugá. A mesa com seu tampo de madêra toda desenhada como se tivesse arranhada era o cartão da casa pras visita; os raro visitante qui se animava saí das terra alta, coisa qui acontecia nos dia de muita quentura e pouca chuva. Uma lápide solitária e vazia com um vaso de flô da estação: azaleia, sálvia e quaresmêra ajudava com o cinza dos dia nublado e frio; copos de leite, dálias e alecrim equilibrava os dia de luz dura e volumosa. Na volta da sua primêra ida inté a cozinha, a escrava Rita respondeu sem desafiá, sem fazê intrigação da preta ausente, sem pará a fazedura das obrigação

Siá Casta... Milagres foi fazê serviço de mato, recoiê lenha e...

Quando voltar das suas obrigações avise que quero lhe ver, levantô da cadêra. Deixô a mesa sozinha, cada uma com seu isolamento. Foi inté a janela contemplá aquela boniteza avermeiada, o sol parecia caindo em fogo do céu, desapressado, se escondendo das mágica da lua. A noite é cheia de truque e promessa, dava um trabáio grande desbaratá no dia seguinte. O dia reclamava das esperança da noite, num é as mesma cobiçada na luz do dia. Num tem as mesma virtude, é tudo diferente, acontecimento e assombração num pode se misturá, o desafogo duma num é o desembaraço dotra; a noite se divertia as gargaiada, uma encoraja a otra com o sonhado ou o exato, tudo é vida, camará... num seja tão casmurro, sorria, aconseiava a noite. A vida é a mesma, os esconderijo de cada um é qui às veiz num tem as mesma urgência de se abrí nem o mesmo atrevimento. A siá num escutava as algazarra da noite, mais escutava os barulho das louça. A escrava Rita era a única preta dos serviço da casarão qui num lascava nem quebrava as louça qui recôia pra lavá, do lugá qui tava continuô as encomendação, quero deixar dito as recomendações do dia, e ocê... virô as vista no lugá onde sabia qui Rita só podia tá, recôendo as última louça da campa de madêra, a escrava se parô com as louça nas mão, num tava apressada nem demorada, sabia qui tinha qui esperá, esperô o fim da falação, quando terminar pode se retirar, tinha veiz qui Rita jurava, sem invocá o nome de nenhum dos orixá, qui a siá Casta devia tê sido superiô nas vida qui teve num qui otro convento das frêra da castidade nos pensamento, essa é uma muié muito boa, qui otra muié ia recebê eu com o fiô qui tenho?

O recado da siá vai sê dado.

As duas muié se oiava, enxergava na otra o qui num foi, mais podia tê sido em otro tempo, otro lugá. Duas muié diferente na cô e nas tarefa, mais com o mesmo quefazê de esperá. Depois qui siá se retirô sem fazê ou sem sabê fazê algum balanço, Rita balançô as suas tristeza e atirô as vista pra longe do casarão, oiô da janela qui já teve siá. As duas oiô os mesmo acontecimento, mais viu assombração diferente, se a vida da siá Casta num consegue tê alegria de ocupação, como eu posso esperá tê alegria de espritu, num dá, ó meu pai, mensagêro dos segredo, pra quem nada é novidade e tudo qui contece já foi contecido antes, trouxe pra sua fome: frutas, doce, pimenta, vinho e o sangue desse animal de crista e pluma.

Milagres tava ali, no mato fechado cantando, dançando, conversando. Carregava o seu incômodo e pedia solução, um remédio mágico. Pro mais novo pedido feito os espritu mais véio devia sê louvado antes de qualqué trabáio. Ela degolô o animal de bico e pena, verteu o sangue nos lugá do mato, depois colocô no lugá dos alimento, na cabaça do ebó

Peço ao meu pai qui leve inté mãinha o meu pedido e de Josino: tê um fiô, qui pode sê uma fia. Ela bailava como o vento, desprendia o perfume do amô qui a ventania do mato havia de levá inté Josino, flutuava com o sopro qui dava em cada giro do corpo. O preto foi feito como um pombo pra voá, ganhô a liberdade e foi tê com as carne arretada de Milagres. Os dois ficô em transe, lambuzado, perfumado, um com os gosto do otro num carregava mais a cisma de tá desabitado. O manto da escuridão mais um pouco provocava as cantoria qui chegô com ele. Ela balançando nos canto da mata as dança do amô provocava a sedução do seu hôme, tava nua e brilhava do suô qui lhe corria do corpo, fugia inté o chão das fóia morta semeando a terra. O hôme semeando a terra. Enraizava suas água na terra derretida, povoada com todas as história dos trovão, lasca da luz qui iluminava a vida na escuridão. O barravento cantava no tambô, o hôme-pássaro chegô, vem vem ia urê, vem na cacunda, vem vem assuntá, ele sabe aonde vai, o hôme-pássaro chegô, vem vem ia urê.

Josino apareceu, ele sempre atendia os chamado encantado. O choro de Milagres ficava escondido atrás da cascata de contas colorida. O oiá curioso antecipava sua belezura e a gostosura doce do amô. Ela cantava, girava, batia as palma das mão, as raiz e a terra se juntando. O bem e o mau derretendo no terrêro. O seu hôme veio com jeito caminho de puro terra, ele tem o propósito de enraizá na sua muié de mãe África as raiz do baobá, vem camará me entrá, vem brincá esse jogo, pode ví criolo bunito, vem me acavalá, já chego e vô te dá suadôro, vem camará me entrá, vem brincá esse jogo, lhe trouxe pra me entrá, tô dentro então me acavalo, vem camará me entrá, vem brincá esse jogo, tá de munta conversa, só tenho ocê qui me mande, àárò omode omoge àárò.

Os dois tava com o corpo tomado em moradia pelo baobá. Eles entoava as cantiga de Oxum, amante ardorosa de formas finas, Nhem-nhem-nhem Orumimá Orumi maió Orumimá oê abadó oraiê iê ô ai ai ai da Oxum mirerê ô, Deus é maió, ele ajuda a vencê, sinta a paz meu criolo bunito, escuta Oxum, ela oferece momento de raro prazê aos amante em seu leito. Foi tanto contentamento, sabô e gozo qui ela parecia castigá o hôme qui lhe sucumbia pela sede do gosto. Sem Oxum e as muié terrena o hôme num tem podê na fecundidade, fica sem os fiô e as fia pra criá, sem braço novo pra lhe dá proteção ou guerreá, perde a linhagem qui num vai contá das suas memória com pé na terra e mão no vento. A muié faz a vida prosperá, enfeitiça a terra inté ela florescê, faz quebrá o quebranto qui tudo morria, ela cria, Josino lhe perguntô, o qui mudô pra ocê aceitá a fecundidade com tanto assanhamento, num mudô nada, ocê mudô ocê mudô, minha preta, pode sê pode num sê, meu preto, quem te manda, ninguém me manda, já sei, num qué chorá só, pode sê pode num sê ou pode sê qui eu decidi qui vô fazê criola bunita criolo bunito, o meu sangue de África vai continuá, a vida num é branda, minha preta, eu sei, meu preto, uns vão acavalo otros vão em pé, minha preta valente, ela lhe oiô devagá antes de enfiá os dedo na carne das costa, é assim qui as muié qui faz a vida prosperá, elas continua os fiô dos criadô do mundo se num achá coisa meió pra fazê, me entra e num sai.

A muié da mata voltava dos trabáio, trazia junto tanta alegria qui nem os óio dos trabáio dos urubu podia atrapaiá, tava uma muié emprenhada. Era o qui queria tê e tava animada com os caminho aberto. Ainda num tinha pisado no chão da terra com todo peso do seu novo corpo, parte dela flutuava no saco da criação, sonhava com o banho da cachôera qui escutava na boca de Rita, a pancada da água nas costa tem força pra espantá as coisa ruim do corpo, ela respondeu rápido, nunca vi cachôera, a preta Rita qui já foi muié escrava do muriquinho piquinino, agora só era escrava, sorriu suas tristeza, um dia mais ou dia menos, ocê vai encontrá, é assim, desde qui tudo existiu, mais ocê precisa vê qui encontrô, tem veiz qui ocê acha, mais num atina de vê.

A terra. O baobá. A muié enraizando, mais houve um tempo qui só tinha água, nada vivia ou morria. Milagres gostava das história de Rita. Sentava, num ia passeá, quando a preta soltava as palavra qui tinha guardada dos mais antigo, ficava noite adentro com as história daqui e de lá qui Rita escutô da mãe. E da mãe qui aprendeu com a mãe das mãe, inté chegá na primêra Mãe. Gostava de tudo, mais gostava de pedí sempre a mesma história, as veiz Rita atendia, otras num atendia, conta a história do começo de tudo, essa já contei, conta mais uma veiz, era as única veiz qui Milagres lembra de vê um jeito de rí qui quase era riso no oiá daquela muié, ela repetia, pra começo de tudo foi preciso Olorum, deus dos céu, se cansá da solidão do além-mundo e decidí criá o mundo e os orixá. Os fiô de Olorum veio com a missão de conduzí, aconseiá as coisa desencaminhada no mundo recém criado. Deu pra cada fiô um conhecimento pra juntos governá a guerra, a paz, os hôme e as muié. Decidí a cura das doença do espritu e do corpo. Ensiná a agricultura, a caça, a pesca. Mostrá qui as chave pra escapá e se afastá da morte tem tempo de uso, assim como a chuva, o sol, os vento, as tempestade, tudo se completa com a grande mãe dos deuses, dos homens, dos peixes. Iemanjá. O panteão da criação criô o mundo material e a humanidade. Oxalá, o fiô mais véio, recebeu de Olorum a bolsa da criação. Então, desceu inté o mundo recém feito, carregava na sacola as terra e o baobá. A vida se modificava no saco da criação e pesava nas costa de Oxalá, qui esqueceu as recomendação do seu pai, Olorum, e num pediu ajuda do seu irmão mais novo, Exu. Oxalá esqueceu Exu. Isso num foi bão, o irmão mais novo de todos os fiô de Olorum gostava de modificá a lagarta em borboleta, tinha habilidade pra fazê o reviramento da imaginação em aparência. Oxalá só pensava na criação do mundo. Num fez oferenda ao irmão mais novo e começô perdê tempo com os acidente qui Exu preparava no seu caminho. A estrada num terminava, Oxalá ia e vinha e num avançava. Sol quente, um calô afogueado arrasava as vontade de qualqué um, inté qui precisô durmí, tava cansado. Enquanto Oxalá durumia, Odudua, otro dos fiô de Olorum, ofereceu a Exu um ebó de presente: bode, galo, farofa e inhame. Depois de agradá o irmão mais novo, pegô a sacola da criação qui tava durumindo ao lado de Oxalá e seguiu pro lugá da amamentação da infância. A mão cheia de terra qui tirô da sacola jogô sobre as água. A terra se alargô. Foi quando Oxalá acordô e viu qui o mundo existiu. Ele foi procurá Olorum, tava triste. Sabia qui foi enganado pelo seu desdém e vaidade. Na casa do pai foi repreendido, mais ganhô otra coisa de importância pra fazê, criá as pessoa qui devia admirá o encanto de tudo qui tinha sido feito. Os humano.

Milagres num fez ruído de gente quando entrô no casarão, flutuava os pé, tava carregada pelos espritu. Rita sentiu a chegada da muié emprenhada, num precisava oiá pra sabê, as notícia chegava antes de chegá. Sem desviá as vista das tarefa qui terminava foi avisando, a siá dona de tudo aguarda os preparativo do banho, já qué determiná com a mocinha do mato as tarefa do dia quinda num nasceu.

A muié recém chegada oiô o vapô das água queimando em cima do fogo, num agradeceu o serviço qui já tava adiantado, esse era o jeito da preta Rita compensá as malvadez do fiô. Um bastardo com uma vista verde, otra preta, os dois mundo nos óio e cego das coisa da vida qui importava vê. Um fiô da mãe qui num tinha pai declarado, mais carregava numa das vista o pai qui tinha, isso devia sê um fogo qui incendiava por dentro, queimava as arrumação do pensamento, quase sê alguma coisa qui nunca ia sê, vô avisá do banho...

Precisa ajutório?

A escrava Rita já tinha terminado as tarefa qui tinha, sempre ajudava mais qui devia, parecia qui sempre devia além de antes. A amancebada Rita devia se recoiê pra ficá esperando o qui nunca ia tê mais, as intimidade com o muriquinho piquinino. Sabia quando resolveu qui num ia tirá o fiô enraizado qui as coisa ia modificá. Num sabe explicá as coisa qui fez ela num tirá, pode sê qui cansô dos chá ou das partêra abortêra ou resolveu creditá na sua criação do mundo. Uma criação diferente, uma invenção das mistura, mais num é mistura animada quando uma das criatura usa corrente e num tem querê nem de chorá. Num é mistura facêra quando uma das criatura só grita e humilha e faz a otra cumprí um destino qui fica mais pesado a cada passo. Num é mistura prazentêra quando uma das criatura tem o corpo qui lateja inté num tê força pra nada, nem chorá. Num é mistura contente quando uma das criatura qué tira tudo da otra inté as lembrança do lugá de lá. É mistura abatumada quando uma das criatura nada pode tê de seu. É mistura quando o fiô do pai pode sê o fiô do pai do pai enquanto o fiô do pai credita qui fez fiô e pensa qui é seu fiô o irmão qui o pai do pai fez na sua preta escrava. O uso qui o siô dono de terra dava pra preta era mistura, ele jurava qui num era, mais era. O Capitão era mistura de fiô dos dois pai. A vista verde era de fiô do pai, a otra preta era mistura de fiô do pai do pai. Mais podia num sê, num tinha como sabê. O andamento da povoação da Villa foi tumbém com o fiô irmão do pai. Coisas qui o siô dono de terra num gosta de falá nem dá liceça pras mistura creditá qui é bão misturá, aqui na Villa, cuidamos como deve ser cuidado o gado, a cavalaria e os negros, nenhum têm do que se queixar. Mais tê ôio verde tumbém era coisa de preto, as mistura desalegre continuava nunca ia pará. Num adianta num dá licença pra misturá 
o propósito de enraizá na sua muié de mãe África as raiz do baobá, vem camará me entrá, vem brincá esse jogo, pode ví criolo bunito, vem me acavalá, já chego e vô te dá suadôro, vem camará me entrá, vem brincá esse jogo, lhe trouxe pra me entrá, tô dentro então me acavalo, vem camará me entrá, vem brincá esse jogo, tá de munta conversa, só tenho ocê qui me mande, àárò omode omoge àárò.



Pintura de Carybé


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domingo, 7 de junho de 2015

Federico García Lorca (España)

Los Poetas del Amor (24)


¡Te quiero! ¡Te quiero muerto
igual que te quise vivo!




Cancion Otoñal 

Hoy siento en el corazón
un vago temblor de estrellas,
pero mi senda se pierde
en el alma de la niebla.
La luz me troncha las alas
y el dolor de mi tristeza
va mojando los recuerdos
en la fuente de la idea.

Todas las rosas son blancas,
tan blancas como mi pena,
y no son las rosas blancas,
que ha nevado sobre ellas.
Antes tuvieron el iris.
También sobre el alma nieva.
La nieve del alma tiene
copos de besos y escenas
que se hundieron en la sombra
o en la luz del que las piensa.

La nieve cae de las rosas,
pero la del alma queda,
y la garra de los años
hace un sudario con ellas.

¿Se deshelará la nieve
cuando la muerte nos lleva?
¿O después habrá otra nieve
y otras rosas más perfectas?
¿Será la paz con nosotros
como Cristo nos enseña?
¿O nunca será posible
la solución del problema?

¿Y si el amor nos engaña?
¿Quién la vida nos alienta
si el crepúsculo nos hunde
en la verdadera ciencia
del Bien que quizá no exista,
y del Mal que late cerca?

¿Si la esperanza se apaga
y la Babel se comienza,
qué antorcha iluminará
los caminos en la Tierra?

¿Si el azul es un ensueño,
qué será de la inocencia?
¿Qué será del corazón
si el Amor no tiene flechas?

¿Y si la muerte es la muerte,
qué será de los poetas
y de las cosas dormidas
que ya nadie las recuerda?
¡Oh sol de las esperanzas!
¡Agua clara! ¡Luna nueva!
¡Corazones de los niños!
¡Almas rudas de las piedras!
Hoy siento en el corazón
un vago temblor de estrellas
y todas las rosas son
tan blancas como mi pena.






Miguel Hernández (España)



Vientos Del Pueblo Me Llevan


Vientos del pueblo me llevan,
vientos del pueblo me arrastran,
me esparcen el corazón
y me aventan la garganta.

Los bueyes doblan la frente,
impotentemente mansa,
delante de los castigos:
los leones la levantan
y al mismo tiempo castigan
con su clamorosa zarpa.

No soy de un pueblo de bueyes,
que soy de un pueblo que embargan
yacimientos de leones,
desfiladeros de águilas
y cordilleras de toros
con el orgullo en el asta.
Nunca medraron los bueyes
en los páramos de España.
¿Quién habló de echar un yugo
sobre el cuello de esta raza?
¿Quién ha puesto al huracán
jamás ni yugos ni trabas,
ni quién al rayo detuvo
prisionero en una jaula?

Asturianos de braveza,
vascos de piedra blindada,
valencianos de alegría
y castellanos de alma,
labrados como la tierra
y airosos como las alas;
andaluces de relámpagos,
nacidos entre guitarras
y forjados en los yunques
torrenciales de las lágrimas;
extremeños de centeno,
gallegos de lluvia y calma,
catalanes de firmeza,
aragoneses de casta,
murcianos de dinamita
frutalmente propagada,
leoneses, navarros, dueños
del hambre, el sudor y el hacha,
reyes de la minería,
señores de la labranza,
hombres que entre las raíces,
como raíces gallardas,
vais de la vida a la muerte,
vais de la nada a la nada:
yugos os quieren poner
gentes de la hierba mala,
yugos que habéis de dejar
rotos sobre sus espaldas.
Crepúsculo de los bueyes
está despuntando el alba.

Los bueyes mueren vestidos
de humildad y olor de cuadra:
las águilas, los leones
y los toros de arrogancia,
y detrás de ellos, el cielo
ni se enturbia ni se acaba.
La agonía de los bueyes
tiene pequeña la cara,
la del animal varón
toda la creación agranda.

Si me muero, que me muera
con la cabeza muy alta.
Muerto y veinte veces muerto,
la boca contra la grama,
tendré apretados los dientes
y decidida la barba.

Cantando espero a la muerte,
que hay ruiseñores que cantan
encima de los fusiles
y en medio de las batallas.






Rafael de León (España)


Así Te Quiero
                                                  
A Conchita Piquer

El día trece de julio
yo me tropecé contigo.

Las campanas de mi frente,
amargas de bronce antiguo,
dieron al viento tu nombre
en repique de delirio.
Mi corazón de madera
muerto de flor y de nidos,
floreció en un verde nuevo
de naranjos y de gritos,
y por mi sangre corrió
un toro de escalofrío,
que me dejó traspasado
en la plaza del suspiro.

¡Ay trece, trece de julio,
cuando me encontré contigo!

¡Ay, tus ojos de manzana
y tus labios de cuchillo
y las nueve, nueve letras
de tu nombre sobre el mío
que borraron diferencias
de linaje y apellido!

¡Bendita sea la madre,
la madre que te ha parido,
porque sólo te parió
para darme a mí un jacinto,
y se quedó sin jardines
porque yo tuviera el mío!

¿Quieres que me abra las venas
para ver si doy contigo?
¡Pídemelo y al momento
seré un clavel amarillo!
¿Quieres que vaya descalzo
llamando por los postigos?

¡Dímelo y no habrá aldabón
que no responda a mi brío!
¿Quieres que cuente la arena
de los arroyos más finos?
Haré lo que se te antoje,
lo que mande tu capricho,
que es mi corazón cometa
y está en tu mano el ovillo;
que es mi sinrazón campana
y tu voluntad sonido.

Nunca quise a nadie así;
voy borracho de cariño,
desnudo de conveniencias
y abroquelado de ritmos
como un Quijote de luna
con armadura de lirios.

Te quiero de madrugada,
cuando la noche y el trigo
hablan de amor a la sombra
morena de los olivos;
cuando se callan los niños
y las mocitas esperan
en los balcones dormidos;
te quiero siempre: mañana,
tarde, noche... ¡por los siglos,
de los siglos! ¡Amén! Te
querré constante y sumiso,
y cuando ya me haya muerto
antes que llegue tu olvido,
por la savia de un ciprés
subiré delgado y lírico,
hecho solamente voz
para decirte en un grito:
¡Te quiero! ¡Te quiero muerto
igual que te quise vivo!



sábado, 6 de junho de 2015

Fabio Hernandez (Cuba)

“E ela vivia me agradecendo por tê-la ensinado a gozar com penetração”



Diário do Centro do Mundo



Postado em 30 mai 2015
por : Fabio Hernandez







Meu tio Fábio, um homem sábio do interior, um dia me entregou um livro do Plutarco. Confesso que tremi diante da idéia de enfrentar, na inexpugnável solidão da leitura, as páginas com certeza brilhantes mas inevitavelmente árduas do grego. Mas, prático que é, e conhecedor das limitações de seu sobrinho como leitor, tio Fábio me avisou que desejava que eu lesse somente um trecho marcado numa determinada página.

Ali se contava a história de um soldado que salvara a vida de um rei numa batalha. Um sábio imediatamente aconselhou o soldado a fugir. O soldado preferiu ficar, na esperança de ser recompensado pelo rei que salvara. Acabou morto. E logo. Quando terminei de ler essa história, imediatamente me lembrei de outro trecho de livro que tio Fábio me passara. Platão – tio Fábio sempre bebeu na sabedoria grega – contava que Sócrates disse mais ou menos o seguinte aos homens que o condenaram a tomar cicuta: que bem fiz eu a vocês para que me tratem assim?

As duas história tratam do mesmo tema: a ingratidão. E francamente: não sei por que iniciei minha coluna com a dupla história grega de ingratidão humana. Ou melhor. Sei sim. É que eu queria fazer uma conexão entre aqueles episódios e a vida amorosa. O fato cruel e inescapável é o seguinte: o amor é ingrato. O amor tem uma série de virtude: ele ilumina, ele embeleza a vida, ele torna divertido um congestionamento. Mas ele é ingrato como o rei que matou o soldado que o salvara e os atenienses que fizeram Sócrates beber cicuta.

Um amigo meu, Roni Maldonado, outro dia veio desabafar comigo. Ele acabara de romper com a namorada, uma loira de fazer cego olhar para trás, e ela além de gritar-lhe insultos arrebentou a pontapés a porta de seu carro. Roni é essencialmente um ingênuo do amor, um otimista das relações sentimentais. Ele sinceramente achava que, por fatos como ter arrumado um bom emprego para a namorada e num período de depressão ter-lhe até financiado um terapeuta de 400 reais a hora, receberia de volta alguma gratidão, e não uma porta de carro arrebentada a golpes de salto alto.

Tive vontade de apresentar Roni a tio Fábio e pedir a ele (meu tio) que falasse um pouco a meu amigo sobre a gratidão humana. Tive vontade de falar um pouco do soldado e de Sócrates, do rei assassino e da cicuta. Mas apenas balancei a cabeça numa muda expressão de solidariedade a meu amigo ferido na alma. Roni, refleti, passará a vida inteira atrás de uma ilusão, de uma fantasia tão irreal quanto a espada de Artur: a gratidão amorosa. O que você possa ter feito de bom a alguém numa relação amorosa não conta no final. O que vale são apenas os crimes, geralmente imaginários, que você cometeu. Não conheço caso de amor que termine com uma declaração sincera de agradecimento pelos serviços prestados.

Roni me contou, em sua estupefação tola, que até em relação ao sexo ouviu palavras que quase o reduzem a um eunuco da corte de Ramsés. “E ela vivia me agradecendo por tê-la ensinado a gozar com penetração”, me repetia ele. “No final me disse que eu não tinha nenhuma imaginação quanto a sexo. Que eu era um idiota sexual.”

O meu ponto é o seguinte: faça sempre tudo que puder por sua namorada, mulher, amante. Tudo. Agrade-a de todas as maneiras possíveis. Flores, beijos, bom sexo, atenção. Dê tudo. Mas jamais cometa o erro fatal do soldado. Não faça nada esperando gratidão. O amor é ingrato como o rei que matou o homem que o salvara da morte.





Sobre o Autor
O cubano Fabio Hernandez é, em sua autodefinição, um "escritor barato".