Su
Majestad el Futbol
(a Luiz Barreto)
Somos treinta niños
maduros jugando
a la pelota: encantamiento
puro, el sol en los pies.
Peleamos en un baile
fraternal, y sin embargo duro.
Olímpicamente desorientados
sabemos soportar
la fortuna o la desgracia
de las artes que inventamos:
el arabesco del cuerpo,
la talud interrogada
por el combado pelotazo
de engañoso destino,
el tiro suelto al viento
en su dulce geometría,
la mano que se deshace
desencajada y grotesca
en el vértice
del arco contra el suelo,
la frente que desvía
un rumbo inexorable,
el músculo empeñado
en la intención cristalina
el arabesco perfecto
inútil
pero radiante.
Fútbol: dolor y fiesta,
la perfección dormida
sobre el pecho del pie
de repente se yergue
y se cumple y florece:
es el corazón viajando
por el trayecto
del sol en el viento
la delicada esfera,
la indomable, la rosa.
Somos treinta jugando
concentrados desde la víspera.
Frecuentemente lluve,
cuando llega la tarde de los sábados:
pero nunca falta el sol en el campo.
Sentados aquí en Gávea,
los ángeles se divierten
con esta arquitectura
de impecables lances
malogrados.
Los treinta somos
un solo niño tras la infancia
que nos llega rodando, resplandeciente,
traída a nuestra alma
a lo largo del césped de la tarde.
Somos humildes, no tenemos
nuestros nombres en boca
de la multitud. Pero la mano
de nuestros hijos encuentra
más confiada y más suave
nuestra mano, mano de treinta,
cuando, olímpicamente
fatigados, volvemos
a ser los hombres que somos.
Thiago
de Mello
Fútbol
Treinta Por Treinta
“Thiago De Mello, uno de los mejores poetas
contemporáneos del Brasil, pertence a la ‘generación del 45’, nacida a la vida
literaria después de la muerte de Mário de Andrade. Thiago empuña la poesía
como un arma de combate, lo que no impide que escriba, también, cantos tan
simplesmente gozosos como éste, de su libro A fruta aberta.”
(a Luiz Barreto)
Somos treinta niños
maduros jugando
a la pelota: encantamiento
puro, el sol en los pies.
Peleamos en un baile
fraternal, y sin embargo duro.
Olímpicamente desorientados
sabemos soportar
la fortuna o la desgracia
de las artes que inventamos:
el arabesco del cuerpo,
la talud interrogada
por el combado pelotazo
de engañoso destino,
el tiro suelto al viento
en su dulce geometría,
la mano que se deshace
desencajada y grotesca
en el vértice
del arco contra el suelo,
la frente que desvía
un rumbo inexorable,
el músculo empeñado
en la intención cristalina
el arabesco perfecto
inútil
pero radiante.
Fútbol: dolor y fiesta,
la perfección dormida
sobre el pecho del pie
de repente se yergue
y se cumple y florece:
es el corazón viajando
por el trayecto
del sol en el viento
la delicada esfera,
la indomable, la rosa.
Somos treinta jugando
concentrados desde la víspera.
Frecuentemente lluve,
cuando llega la tarde de los sábados:
pero nunca falta el sol en el campo.
Sentados aquí en Gávea,
los ángeles se divierten
con esta arquitectura
de impecables lances
malogrados.
Los treinta somos
un solo niño tras la infancia
que nos llega rodando, resplandeciente,
traída a nuestra alma
a lo largo del césped de la tarde.
Somos humildes, no tenemos
nuestros nombres en boca
de la multitud. Pero la mano
de nuestros hijos encuentra
más confiada y más suave
nuestra mano, mano de treinta,
cuando, olímpicamente
fatigados, volvemos
a ser los hombres que somos.
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