quarta-feira, 2 de março de 2016

2. Pedro Páramo: Era ese tiempo

Juan Rulfo



2. Pedro Páramo: Era ese tiempo



Era ese tiempo de la canícula, cuando el aire de agosto sopla caliente, envenenado por el olor podrido de las saponarias. 

El camino subía y bajaba: «Sube o baja según se va o se viene. Para el que va, sube; para el que viene, baja». 

-¿Cómo dice usted que se llama el pueblo que se ve allá abajo? 

-Comala, señor. 

-¿Está seguro de que ya es Comala? 

-Seguro, señor. 

-¿Y por qué se ve esto tan triste? 

-Son los tiempos, señor. 

Yo imaginaba ver aquello a través de los recuerdos de mi madre; de su nostalgia, entre retazos de suspiros. Siempre vivió ella suspirando por Comala, por el retorno; pero jamás volvió. Ahora yo vengo en su lugar. Traigo los ojos con que ella miró estas cosas, porque me dio sus ojos para ver: «Hay allí, pasando el puerto de Los Colimotes, la vista muy hermosa de una llanura verde, algo amarilla por el maíz maduro. Desde ese lugar se ve Comala, blanqueando la tierra, iluminándola durante la noche». Y su voz era secreta, casi apagada, como si hablara consigo misma... Mi madre. 

-¿Y a qué va usted a Comala, si se puede saber? -oí que me preguntaban. 

-Voy a ver a mi padre -contesté. 

-¡Ah! -dijo él. 

Y volvimos al silencio. 

Caminábamos cuesta abajo, oyendo el trote rebotado de los burros. Los ojos reventados por el sopor del sueño, en la canícula de agosto. 

-Bonita fiesta le va a armar -volví a oír la voz del que iba allí a mi lado-. Se pondrá contento de ver a alguien después de tantos años que nadie viene por aquí. 

Luego añadió: 

-Sea usted quien sea, se alegrará de verlo. 

En la reverberación del sol, la llanura parecía una laguna transparente, deshecha en vapores por donde se traslucía un horizonte gris. Y más allá, una línea de montañas. Y todavía más allá, la más remota lejanía. 

-¿Y qué trazas tiene su padre, si se puede saber? 

-No lo conozco -le dije-. Sólo sé que se llama Pedro Páramo. -¡Ah!, vaya. 

-Sí, así me dijeron que se llamaba. 

Oí otra vez el «¡ah!» del arriero. 

Me había topado con él en Los Encuentros, donde se cruzaban varios caminos. Me estuve allí esperando, hasta que al fin apareció este hombre. 

-¿Adónde va usted? -le pregunté. 

-Voy para abajo, señor. 

-¿Conoce un lugar llamado Comala? 

-Para allá mismo voy. 

Y lo seguí. Fui tras él tratando de emparejarme a su paso, hasta que pareció darse cuenta de que lo seguía y disminuyó la prisa de su carrera. Después los dos íbamos tan pegados que casi nos tocábamos los hombros. 

-Yo también soy hijo de Pedro Páramo-me dijo. 

Una bandada de cuervos pasó cruzando el cielo vacío, haciendo cuar, cuar, cuar. 

Después de trastumbar los cerros, bajamos cada vez más. Habíamos dejado el aire caliente allá arriba y nos íbamos hundiendo en el puro calor sin aire. Todo parecía estar como en espera de algo. 

-Hace calor aquí -dije. 

-Sí, y esto no es nada -me contestó el otro-. Cálmese. Ya lo sentirá más fuerte cuando lleguemos a Comala. Aquello está sobre las brasas de la tierra, en la mera boca del infierno. Con decirle que muchos de los que allí se mueren, al llegar al infierno regresan por su cobija. 

-¿Conoce usted a Pedro Páramo? -le pregunté. 

Me atreví a hacerlo porque vi en sus ojos una gota de confianza. 

-¿Quién es? -volví a preguntar. 

-Un rencor vivo -me contestó él.


Y dio un pajuelazo contra los burros, sin necesidad, ya que los burros iban mucho más adelante de nosotros, encarrerados por la bajada. 

Sentí el retrato de mi madre guardado en la bolsa de la camisa, calentándome el corazón, como si ella también sudara. Era un retrato viejo, carcomido en los bordes; pero fue el único que conocí de ella. Me lo había encontrado en el armario de la cocina, dentro de una cazuela llena de yerbas; hojas de toronjil, flores de Castilla, ramas de ruda. Desde entonces lo guardé. Era el único. Mi madre siempre fue enemiga de retratarse. Decía que los retratos eran cosa de brujería. Y así parecía ser; porque el suyo estaba lleno de agujeros como de aguja, y en dirección del corazón tenía uno muy grande donde bien podía caber el dedo del corazón. 

Es el mismo que traigo aquí, pensando que podría dar buen resultado para que mi padre me reconociera. 

-Mire usted -me dice el arriero, deteniéndose-: ¿Ve aquella loma que parece vejiga de puercos? Pues detrasito de ella está la Media Luna. Ahora voltié para allá. ¿Ve la ceja de Pedro Páramo Juan Rulfo 8 aquel cerro? Véala. Y ahora voltié para este otro rumbo. ¿Ve la otra ceja que casi no se ve de lo lejos que está? Bueno, pues eso es la Media Luna de punta a cabo. Como quien dice, toda la tierra que se puede abarcar con la mirada. Y es de él todo ese terrenal. El caso es que nuestras madres nos malparieron en un petate aunque éramos hijos de Pedro Páramo. Y lo más chistoso es que él nos llevó a bautizar. Con usted debe haber pasado lo mismo, ¿no? 

-No me acuerdo. 

-¡Váyase mucho al carajo! 

-¿Qué dice usted? 

-Que ya estamos llegando, señor. 

-Sí, ya lo veo. ¿Qué pasó por aquí? -Un correcaminos, señor. Así les nombran a esos pájaros. 

-No, yo preguntaba por el pueblo, que se ve tan solo, como si estuviera abandonado. Parece que no lo habitara nadie. 

-No es que lo parezca. Así es. Aquí no vive nadie. 

-¿Y Pedro Páramo? 

-Pedro Páramo murió hace muchos años.



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El mexicano Juan Rulfo (1918-1986) figura, a pesar de la brevedad de su obra, entre los grandes renovadores de la narrativa hispanoamericana del siglo XX. De formación autodidacta, trabajó como guionista para el cine y la televisión. Con sólo dos obras de ficción publicadas -el libro de relatos El llano en llamas y la novela Pedro Páramo-, ha ejercido una decisiva influencia en la literatura en castellano del último medio siglo. En 1983 recibió el premio Príncipe de Asturias de las Letras.


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2. Pedro Páramo: Aquele era o tempo




AQUELE ERA O TEMPO da canícula, quando o ar de agosto sopra quente, envenenado pelo odor apodrecido das flores do sabão-de-macaco. 

O caminho subia e descia: “Sobe ou desce conforme se vai ou se vem. Para quem vai, sobe; para quem vem, desce.” 

— Como é que o senhor disse que se chama o povoado que se vê lá embaixo? 

— Comala, senhor. 

— Tem certeza que é Comala? 

— Tenho sim, senhor. 

— E por que parece tão triste? 

— São os tempos, senhor. 

Eu imaginava ver aquilo através das recordações da minha mãe; da sua nostalgia, entre fiapos de suspiros. Ela viveu sempre suspirando por Comala, pelo regresso; mas jamais voltou. Agora, venho eu em seu lugar. Trago os olhos com que ela viu estas coisas, porque me deu seus olhos para ver: “Existe, passando o desfiladeiro dos Colimotes, a vista muito bela de uma planície verde, um pouco amarelada por causa do milho maduro. Desse lugar a gente vê Comala, branqueando a terra, iluminando a terra durante a noite.” E sua voz era secreta, quase apagada, como se falasse sozinha... Minha mãe. 

— E o que traz o senhor a Comala, se é que se pode saber? — ouvi que me perguntava. 

— Vou ver meu pai — respondi. 

— Ah! — disse ele. 

E voltamos ao silêncio. 

Caminhávamos ladeira abaixo, ouvindo o trote ecoado dos burros. Os olhos arrebentados pelo torpor do sono, no forte calor de agosto. 

— Decerto vai ter festança — tornei a ouvir a voz do que ia ali, ao meu lado. — Vai ficar contente de ver alguém depois de tantos anos sem aparecer ninguém por aqui. 

E acrescentou: 

— Seja o senhor quem for, ele vai ficar alegre de vê-lo. Na reverberação do sol, a planície parecia uma lagoa transparente, desfeita em vapores por onde se transluzia um horizonte acinzentado. E mais além, uma linha de montanhas. E mais além ainda, a mais remota lonjura. 

— E como é o seu pai, se é que se pode saber? 

— Não o conheço — respondi. — Só sei que se chama Pedro Páramo. 

— Ora, veja! 

— Pois é, me disseram que é esse o nome dele. 

Ouvi de novo um “Ah!” do tropeiro. 

Eu havia topado com ele em Los Encuentros, onde se cruzavam vários caminhos. Fiquei ali esperando, até que finalmente aquele homem apareceu. 

— Para onde o senhor está indo? — perguntei a ele. 

— Vou descendo, senhor. 

— Conhece um lugar chamado Comala? 

— Pois é para onde estou indo. 

E eu o segui. Fui atrás dele tratando de me emparelhar com seu passo, até que pareceu perceber que eu o seguia e diminuiu a pressa de seu andar. Depois nós dois íamos tão próximos que nossos ombros quase se tocavam. 

— Eu também sou filho de Pedro Páramo — ele me disse. 

Uma revoada de corvos passou, cruzando o céu vazio, fazendo “cuar, cuar, cuar”. 

Depois de varar os montes, descemos cada vez mais. Havíamos deixado o ar quente lá de cima e fomos nos afundando no puro calor sem ar. Tudo parecia estar à espera de alguma coisa. 

— Faz calor aqui — eu disse. 

— Pois é, mas isso não é nada — respondeu o outro. — Fique tranquilo. Quando chegarmos a Comala, o senhor vai ver o que é calor forte. Aquilo fica em cima das brasas da terra, bem na boca do inferno. Digo eu que muitos dos que morrem por lá, quando chegam ao inferno voltam para buscar um cobertor. 

— O senhor conhece Pedro Páramo? — perguntei. 

Eu me atrevi a perguntar porque vi nos olhos dele uma gota de confiança. 

— Quem é ele? — tornei a perguntar. 

— O rancor em pessoa — respondeu ele. 


E deu uma chibatada nos burros, sem necessidade, pois os burros iam muito na nossa frente, encarreirados por causa da descida. 

Senti o retrato de minha mãe guardado no bolso da camisa, esquentando meu coração, como se ela também suasse. Era um retrato velho, carcomido nas beiradas; mas foi o único que conheci. Eu havia encontrado o retrato no armário da cozinha, dentro de uma caçarola cheia de ervas: folhas de capim-limão, flores de Castela, ramos de arruda. Desde então guardei o retrato. Minha mãe sempre foi inimiga de deixar-se fotografar. Dizia que os retratos eram coisa de bruxaria. E pareciam ser; porque o dela estava cheio de furos como de agulha, e na direção do coração tinha um bem grande onde podia muito bem caber o dedo médio. 

É esse mesmo retrato que trago aqui, achando que poderia ajudar meu pai a me reconhecer. 

— Veja bem, senhor — me diz o tropeiro, detendo-se. — Está vendo aquele morro que parece bexiga de porco? Pois justo atrás dele fica a Media Luna. Agora, vire para lá. Vê o topo daquele morro? Pois veja. E agora vire para este outro rumo. Vê aquele outro topo que quase não dá para ver de tão longe? Bem, pois isso é a Media Luna de cabo a rabo. Como se diz por aí, toda terra que dá para percorrer com o olhar. E esse terrenão todo é dele. A verdade é que nossas mães nos malpariram numa esteira, apesar de sermos filhos de Pedro Páramo. E o mais engraçado é que ele nos levou para batizar. Com o senhor deve ter acontecido a mesma coisa, não é? 

— Eu não me lembro. 

— Pois então vai para o caralho!

 — O que foi que o senhor disse? 

— Que já estamos chegando, senhor. 

— Pois é, estou vendo. O que foi que aconteceu? 

— Um corre-caminhos, senhor. É assim que chamam esses pássaros. 

— Não, eu perguntava o que foi que aconteceu com o povoado, que parece tão solitário, como se estivesse abandonado. Parece que ninguém mora nele. 

— Não é que pareça. É que é. Aqui não mora ninguém. 

— E Pedro Páramo? 

— Pedro Páramo morreu faz muitos anos.





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Rulfo, Juan Pedro Páramo / tradução e prefácio de Eric Nepomuceno. — Rio de Janeiro: BestBolso, 2008. Tradução de: Pedro Páramo ISBN 978-85-7799-116-7 1. Romance mexicano. I. Nepomuceno, Eric. II. Título

Pedro Páramo – Romance mais aclamado da literatura mexicana, Pedro Páramo é o primeiro de dois livros lançados em toda a vida de Juan Rulfo. O enredo, simples, trata da promessa feita por um filho à mãe moribunda, que lhe pede que saia em busca do pai, Pedro Páramo, um malvado lendário e assassino. Juan Preciado, o filho, não encontra pessoas, mas defuntos repletos de memórias, que lhe falam da crueldade implacável do pai. Vergonha é o que Juan sente. Alegoricamente, é o México ferido que grita suas chagas e suas revoluções, por meio de uma aldeia seca e vazia onde apenas os mortos sobrevivem para narrar os horrores da história. O realismo fantástico como hoje se conhece não teria existido sem Pedro Páramo; é dessa fonte que beberam o colombiano Gabriel Garcia Márquez e o peruano Mario Vargas Llosa, que também narram odisseias latino-americanas.

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Leia também:

1. Pedro Páramo: Vine a Comala

3. Pedro Páramo: Era la hora

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