Juan Rulfo
13. Pedro Páramo: Tocó nuevamente con el mango del chicote
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El mexicano Juan Rulfo (1918-1986) figura, a pesar de la brevedad de su obra, entre los grandes renovadores de la narrativa hispanoamericana del siglo XX. De formación autodidacta, trabajó como guionista para el cine y la televisión. Con sólo dos obras de ficción publicadas -el libro de relatos El llano en llamas y la novela Pedro Páramo-, ha ejercido una decisiva influencia en la literatura en castellano del último medio siglo. En 1983 recibió el premio Príncipe de Asturias de las Letras.
13. Pedro Páramo: Bateu novamente com o cabo do chicote
Bateu novamente com o cabo do chicote, só para insistir, pois já sabia que não abririam até que Pedro Páramo resolvesse abrir. Olhando para a soleira da porta, disse: “Esses laços negros são bonitos, cada qual com seu dono.”
Nesse momento abriram a porta e ele entrou.
— Entre, Fulgor. A questão do Toribio Aldrete está resolvida?
— Está liquidada, patrão.
— Fica faltando a questão dos Fregosos. Deixe pendente. Porque agora estou ocupado com a minha “lua de mel”.
— Esta cidade está cheia de ecos. Parece até que estão trancados no oco das paredes ou debaixo das pedras. Quando você caminha, sente que vão pisando seus passos. Ouve rangidos. Risos. Umas risadas já muito velhas, como cansadas de rir. E vozes já desgastadas pelo uso. Você ouve tudo isso. Acho que vai chegar o dia em que esses sons se apagarão.
Isso era o que Damiana Cisneros vinha me dizendo, enquanto atravessávamos a cidade.
— Teve um tempo em que andei ouvindo durante muitas noites o barulho de uma festa. Os ruídos chegavam até a Media Luna. Cheguei perto para ver aquela animação e vi isto: o que estamos vendo agora. Nada. Ninguém. As ruas tão solitárias como estão agora.
“Depois deixei de ouvir a festa. É que a alegria cansa. Por isso não estranhei quando aquilo terminou.
“Sim — tornou a dizer Damiana Cisneros. — Esta cidade está cheia de ecos. Eu já não me espanto. Ouço o uivo dos cães e deixo que uivem. Nos dias de brisa a gente vê o vento arrastando folhas das árvores, quando aqui, como você vê, já não há árvores. Existiram em algum tempo, porque se não tivessem existido de onde essas folhas sairiam?
“E o pior de tudo é quando você ouve as pessoas falarem, como se as vozes saíssem de alguma fenda, e ainda assim tão claras que dá para reconhecê-las. Sem tirar nem pôr, agora que eu vinha vindo, encontrei um velório. Parei para rezar um pai-nosso. E nisso estava eu, quando uma mulher se afastou das outras e veio me dizer:
“— Damiana! Roga a Deus por mim, Damiana!
“Soltou o xale e reconheci a cara da minha irmã Sixtina.
“— O que você está fazendo aqui? — perguntei a ela.
“Então ela correu para se esconder entre as outras mulheres.
“Minha irmã Sixtina, se por acaso você não sabe, morreu quando eu tinha 12 anos. Era a mais velha. E na minha casa fomos 16 de família, daí dá para você fazer as contas do tempo que ela está morta. E olha ela aí até agora, ainda vagando por este mundo. Por isso não se assuste se ouvir ecos mais recentes, Juan Preciado.
— A senhora também recebeu aviso de minha mãe dizendo que eu ia vir? — perguntei.
— Não. E aliás, o que foi feito da sua mãe?
— Morreu — disse.
— Já morreu? E de quê?
— Eu não soube de quê. Talvez de tristeza. Suspirava muito. — Isso é ruim. Em cada suspiro é como se a gente se desfizesse de um sorvo de vida. Quer dizer que morreu?
— Morreu. Achei que a senhora tinha ficado sabendo...
— E por que eu haveria de saber? Faz muitos anos que não sei de nada.
— E então como é que a senhora deu comigo? – ...
— A senhora está viva, dona Damiana? Diga, Damiana!
E de repente me encontrei sozinho naquelas ruas vazias. As janelas das casas abertas ao céu, deixando aparecer os talos ressecados do capim. Paredes esfoladas que mostravam seus adobes revirados. — Damiana! — gritei.
— Damiana Cisneros!
O eco me respondeu: “...ana... neros...! ...ana... neros..!”
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Rulfo, Juan Pedro Páramo / tradução e prefácio de Eric Nepomuceno. — Rio de Janeiro: BestBolso, 2008. Tradução de: Pedro Páramo ISBN 978-85-7799-116-7 1. Romance mexicano. I. Nepomuceno, Eric. II. Título
Pedro Páramo – Romance mais aclamado da literatura mexicana, Pedro Páramo é o primeiro de dois livros lançados em toda a vida de Juan Rulfo. O enredo, simples, trata da promessa feita por um filho à mãe moribunda, que lhe pede que saia em busca do pai, Pedro Páramo, um malvado lendário e assassino. Juan Preciado, o filho, não encontra pessoas, mas defuntos repletos de memórias, que lhe falam da crueldade implacável do pai. Vergonha é o que Juan sente. Alegoricamente, é o México ferido que grita suas chagas e suas revoluções, por meio de uma aldeia seca e vazia onde apenas os mortos sobrevivem para narrar os horrores da história. O realismo fantástico como hoje se conhece não teria existido sem Pedro Páramo; é dessa fonte que beberam o colombiano Gabriel Garcia Márquez e o peruano Mario Vargas Llosa, que também narram odisseias latino-americanas.
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12. Pedro Páramo: Fue muy fácil encampanarse a la Dolores - Juan Rulfo
14. Pedro Páramo: Oí que ladraban los perros - Juan Rulfo
13. Pedro Páramo: Tocó nuevamente con el mango del chicote
Tocó nuevamente con el mango del chicote, nada más por insistir, ya que sabía que no abrirían hasta que se le antojara a Pedro Páramo. Dijo mirando hacia el dintel de la puerta: «Se ven bonitos esos moños negros, lo que sea de cada quien».
En ese momento abrieron y él entró.
—Pasa, Fulgor. ¿Está arreglado el asunto de Toribio Aldrete?
—Está liquidado, patrón.
—Nos queda la cuestión de los Fregosos. Deja eso pendiente. Ahorita estoy muy ocupado con mi «luna de miel».
—Este pueblo está lleno de ecos. Tal parece que estuvieran cerrados en el hueco de las paredes o debajo de las piedras. Cuando caminas, sientes que te van pisando los pasos. Oyes crujidos. Risas. Unas risas ya muy viejas, como cansadas de reír. Y voces ya desgastadas por el uso. Todo eso oyes. Pienso que llegará el día en que estos sonidos se apaguen.
Eso me venía diciendo Damiana Cisneros mientras cruzábamos el pueblo.
—Hubo un tiempo que estuve oyendo durante muchas noches el rumor de una fiesta.
»Me llegaban los ruidos hasta la Media Luna. Me acerqué para ver el mitote aquel y vi esto: lo que estamos viendo ahora. Nada. Nadie. Las calles tan solas como ahora.
»Luego dejé de oírla. Y es que la alegría cansa. Por eso no me extrañó que aquello terminara.
»Sí —volvió a decir Damiana Cisneros—. Este pueblo está lleno de ecos. Yo ya no me espanto. Oigo el aullido de los perros y dejo que aúllen. Y en días de aire se ve al viento arrastrando hojas de árboles, cuando aquí, como tú ves, no hay árboles. Los hubo en algún tiempo, porque si no ¿de dónde saldrían esas hojas?
»Y lo peor de todo es cuando oyes platicar a la gente, como si las voces salieran de alguna hendidura y, sin embargo, tan claras que las reconoces. Ni más ni menos, ahora que venía, encontré un velorio. Me detuve a rezar un padrenuestro. En esto estaba, cuando una mujer se apartó de las demás y vino a decirme:
»—¡Damiana! ¡Ruega a Dios por mí, Damiana!
»—¿Qué andas haciendo aquí? —le pregunté.
»Entonces ella corrió a esconderse entre las demás mujeres.
»Mi hermana Sixtina, por si no lo sabes, murió cuando yo tenía doce años. Era la mayor. Y en mi casa fuimos dieciséis de familia, así que hazte el cálculo del tiempo que lleva muerta. Y mírala ahora, todavía vagando por este mundo. Así que no te asustes si oyes ecos más recientes, Juan Preciado.
—¿También a usted le avisó mi madre que yo vendría? —le pregunté.
—No. Y a propósito, ¿qué es de tu madre?
—Murió —dije.
—¿Ya murió? ¿Y de qué?
—No supe de qué. Tal vez de tristeza. Suspiraba mucho.
—Eso es malo. Cada suspiro es como un sorbo de vida del que uno se deshace. ¿De modo que murió?
—Sí. Quizá usted debió saberlo.
—¿Y por qué iba a saberlo? Hace muchos años que no sé nada.
—Entonces ¿cómo es que dio usted conmigo?
—…
—¿Está usted viva, Damiana? ¡Dígame, Damiana!
Y me encontré de pronto solo en aquellas calles vacías. Las ventanas de las casas abiertas al cielo, dejando asomar las varas correosas de la yerba. Bardas descarapeladas que enseñaban sus adobes revenidos.
—¡Damiana! —grité—. ¡Damiana Cisneros!
Me contestó el eco: «¡… ana… neros…! ¡… ana… neros…!».
En ese momento abrieron y él entró.
—Pasa, Fulgor. ¿Está arreglado el asunto de Toribio Aldrete?
—Está liquidado, patrón.
—Nos queda la cuestión de los Fregosos. Deja eso pendiente. Ahorita estoy muy ocupado con mi «luna de miel».
—Este pueblo está lleno de ecos. Tal parece que estuvieran cerrados en el hueco de las paredes o debajo de las piedras. Cuando caminas, sientes que te van pisando los pasos. Oyes crujidos. Risas. Unas risas ya muy viejas, como cansadas de reír. Y voces ya desgastadas por el uso. Todo eso oyes. Pienso que llegará el día en que estos sonidos se apaguen.
Eso me venía diciendo Damiana Cisneros mientras cruzábamos el pueblo.
—Hubo un tiempo que estuve oyendo durante muchas noches el rumor de una fiesta.
»Me llegaban los ruidos hasta la Media Luna. Me acerqué para ver el mitote aquel y vi esto: lo que estamos viendo ahora. Nada. Nadie. Las calles tan solas como ahora.
»Luego dejé de oírla. Y es que la alegría cansa. Por eso no me extrañó que aquello terminara.
»Sí —volvió a decir Damiana Cisneros—. Este pueblo está lleno de ecos. Yo ya no me espanto. Oigo el aullido de los perros y dejo que aúllen. Y en días de aire se ve al viento arrastrando hojas de árboles, cuando aquí, como tú ves, no hay árboles. Los hubo en algún tiempo, porque si no ¿de dónde saldrían esas hojas?
»Y lo peor de todo es cuando oyes platicar a la gente, como si las voces salieran de alguna hendidura y, sin embargo, tan claras que las reconoces. Ni más ni menos, ahora que venía, encontré un velorio. Me detuve a rezar un padrenuestro. En esto estaba, cuando una mujer se apartó de las demás y vino a decirme:
»—¡Damiana! ¡Ruega a Dios por mí, Damiana!
»—¿Qué andas haciendo aquí? —le pregunté.
»Entonces ella corrió a esconderse entre las demás mujeres.
»Mi hermana Sixtina, por si no lo sabes, murió cuando yo tenía doce años. Era la mayor. Y en mi casa fuimos dieciséis de familia, así que hazte el cálculo del tiempo que lleva muerta. Y mírala ahora, todavía vagando por este mundo. Así que no te asustes si oyes ecos más recientes, Juan Preciado.
—¿También a usted le avisó mi madre que yo vendría? —le pregunté.
—No. Y a propósito, ¿qué es de tu madre?
—Murió —dije.
—¿Ya murió? ¿Y de qué?
—No supe de qué. Tal vez de tristeza. Suspiraba mucho.
—Eso es malo. Cada suspiro es como un sorbo de vida del que uno se deshace. ¿De modo que murió?
—Sí. Quizá usted debió saberlo.
—¿Y por qué iba a saberlo? Hace muchos años que no sé nada.
—Entonces ¿cómo es que dio usted conmigo?
—…
—¿Está usted viva, Damiana? ¡Dígame, Damiana!
Y me encontré de pronto solo en aquellas calles vacías. Las ventanas de las casas abiertas al cielo, dejando asomar las varas correosas de la yerba. Bardas descarapeladas que enseñaban sus adobes revenidos.
—¡Damiana! —grité—. ¡Damiana Cisneros!
Me contestó el eco: «¡… ana… neros…! ¡… ana… neros…!».
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13. Pedro Páramo: Bateu novamente com o cabo do chicote
Nesse momento abriram a porta e ele entrou.
— Entre, Fulgor. A questão do Toribio Aldrete está resolvida?
— Está liquidada, patrão.
— Fica faltando a questão dos Fregosos. Deixe pendente. Porque agora estou ocupado com a minha “lua de mel”.
— Esta cidade está cheia de ecos. Parece até que estão trancados no oco das paredes ou debaixo das pedras. Quando você caminha, sente que vão pisando seus passos. Ouve rangidos. Risos. Umas risadas já muito velhas, como cansadas de rir. E vozes já desgastadas pelo uso. Você ouve tudo isso. Acho que vai chegar o dia em que esses sons se apagarão.
Isso era o que Damiana Cisneros vinha me dizendo, enquanto atravessávamos a cidade.
— Teve um tempo em que andei ouvindo durante muitas noites o barulho de uma festa. Os ruídos chegavam até a Media Luna. Cheguei perto para ver aquela animação e vi isto: o que estamos vendo agora. Nada. Ninguém. As ruas tão solitárias como estão agora.
“Depois deixei de ouvir a festa. É que a alegria cansa. Por isso não estranhei quando aquilo terminou.
“Sim — tornou a dizer Damiana Cisneros. — Esta cidade está cheia de ecos. Eu já não me espanto. Ouço o uivo dos cães e deixo que uivem. Nos dias de brisa a gente vê o vento arrastando folhas das árvores, quando aqui, como você vê, já não há árvores. Existiram em algum tempo, porque se não tivessem existido de onde essas folhas sairiam?
“E o pior de tudo é quando você ouve as pessoas falarem, como se as vozes saíssem de alguma fenda, e ainda assim tão claras que dá para reconhecê-las. Sem tirar nem pôr, agora que eu vinha vindo, encontrei um velório. Parei para rezar um pai-nosso. E nisso estava eu, quando uma mulher se afastou das outras e veio me dizer:
“— Damiana! Roga a Deus por mim, Damiana!
“Soltou o xale e reconheci a cara da minha irmã Sixtina.
“— O que você está fazendo aqui? — perguntei a ela.
“Então ela correu para se esconder entre as outras mulheres.
“Minha irmã Sixtina, se por acaso você não sabe, morreu quando eu tinha 12 anos. Era a mais velha. E na minha casa fomos 16 de família, daí dá para você fazer as contas do tempo que ela está morta. E olha ela aí até agora, ainda vagando por este mundo. Por isso não se assuste se ouvir ecos mais recentes, Juan Preciado.
— A senhora também recebeu aviso de minha mãe dizendo que eu ia vir? — perguntei.
— Não. E aliás, o que foi feito da sua mãe?
— Morreu — disse.
— Já morreu? E de quê?
— Eu não soube de quê. Talvez de tristeza. Suspirava muito. — Isso é ruim. Em cada suspiro é como se a gente se desfizesse de um sorvo de vida. Quer dizer que morreu?
— Morreu. Achei que a senhora tinha ficado sabendo...
— E por que eu haveria de saber? Faz muitos anos que não sei de nada.
— E então como é que a senhora deu comigo? – ...
— A senhora está viva, dona Damiana? Diga, Damiana!
E de repente me encontrei sozinho naquelas ruas vazias. As janelas das casas abertas ao céu, deixando aparecer os talos ressecados do capim. Paredes esfoladas que mostravam seus adobes revirados. — Damiana! — gritei.
— Damiana Cisneros!
O eco me respondeu: “...ana... neros...! ...ana... neros..!”
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Rulfo, Juan Pedro Páramo / tradução e prefácio de Eric Nepomuceno. — Rio de Janeiro: BestBolso, 2008. Tradução de: Pedro Páramo ISBN 978-85-7799-116-7 1. Romance mexicano. I. Nepomuceno, Eric. II. Título
Pedro Páramo – Romance mais aclamado da literatura mexicana, Pedro Páramo é o primeiro de dois livros lançados em toda a vida de Juan Rulfo. O enredo, simples, trata da promessa feita por um filho à mãe moribunda, que lhe pede que saia em busca do pai, Pedro Páramo, um malvado lendário e assassino. Juan Preciado, o filho, não encontra pessoas, mas defuntos repletos de memórias, que lhe falam da crueldade implacável do pai. Vergonha é o que Juan sente. Alegoricamente, é o México ferido que grita suas chagas e suas revoluções, por meio de uma aldeia seca e vazia onde apenas os mortos sobrevivem para narrar os horrores da história. O realismo fantástico como hoje se conhece não teria existido sem Pedro Páramo; é dessa fonte que beberam o colombiano Gabriel Garcia Márquez e o peruano Mario Vargas Llosa, que também narram odisseias latino-americanas.
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14. Pedro Páramo: Oí que ladraban los perros - Juan Rulfo
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