Capítulo 34
En setiembre del 80, pocos meses después del
Y las cosas que lee, una novela, mal escrita,
fallecimiento de mi padre, resolví apartarme de los
para colmo una edición infecta, uno se pregunta
negocios, cediéndolos a otra casa extractora de Jerez
cómo puede interesarle algo así. Pensar que se ha
tan acreditada como la mía; realicé los créditos que
pasado horas enteras devorando esta sopa fría y de-
pude, arrendé los predios, traspasé las bodegas y sus
sabrida, tantas otras lecturas increíbles, Elle y Fran-
existencias, y me fui a vivir a Madrid. Mi tío (primo
ce Soir, los tristes magazines que le prestaba Babs.
carnal de mi padre), don Rafael Bueno de Guzmán
Y me fui a vivir a Madrid, me imagino que después
y Ataide, quiso albergarme en su casa; mas yo me
de tragarse cinco o seis páginas uno acaba por en-
resistí a ello por no perder mi independencia. Por
granar y ya no puede dejar de leer, un poco como
fin supe hallar un término de conciliación, combi-
no se puede dejar de dormir o de mear, servidum-
nando mi cómoda libertad con el hospitalario deseo
bres o látigos o babas. Por fin supe hallar un tér-
de mi pariente; y alquilando un cuarto próximo a
mino de conciliación, una lengua hecha de frases
su vivienda, me puse en la situación más propia para
preacuñadas para transmitir ideas archipodridas, las
estar solo cuando quisiese o gozar del calor de
monedas de mano en mano, de generación degenera-
familia cuando lo hubiese menester. Vivía el buen la
ción, te voilà en pleine écholalie. Gozar del calor de
señor, quiero decir, vivíamos en el barrio que se ha
la familia, ésa es buena, joder si es buena. Ah Ma-
construido donde antes estuvo el Pósito. El cuarto
ga, cómo podías tragar esta sopa fría, y qué diablos
de mi tío era un principal de dieciocho mil reales,
es el Pósito, che. Cuántas horas leyendo estas cosas,
hermoso y alegre, si bien no muy holgado para tan-
probablemente convencida de que eran la vida, y te-
ta familia. Yo tomé el bajo, poco menos grande que
nías razón, son la vida, por eso habría que acabar
el principal, pero sobradamente espacioso para mí
con ellas. (El principal, qué es eso.) Y algunas tardes
solo, y lo decoré con lujo y puse en él todas las
cuando me había dado por recorrer vitrina por vitri-
comodidades a que estaba acostumbrado. Mi fortu-
na toda la sección egipcia del Louvre, y volvía deseo-
na, gracias a Dios, me lo permitía con exceso.
so de mate y de pan con dulce, te encontraba pega-
Mis primeras impresiones fueron de grata sor-
da a la ventana, con un novelón espantoso en la
presa en lo referente al aspecto de Madrid, donde
mano y a veces hasta llorando, sí, no lo niegues, llo-
yo no había estado desde los tiempos de González
rabas porque acababan de cortarle la cabeza a al-
Brabo. Causábanme asombro la hermosura y ampli-
guien, y me abrazabas con toda tu fuerza y querías
tud de las nuevas barriadas, los expeditivos medios
saber adónde había estado, pero yo no te lo decía
de comunicación, la evidente mejora en el cariz de
porque eras una carga en el Louvre, no se podía an-
los edificios, de las calles y aun de las personas; los
dar con vos al lado, tu ignorancia era de las que
bonitísimos jardines, plantados en las antes polvoro-
estropeaban todo goce, pobrecita, y en realidad la
sas plazuelas, las gallardas construcciones de los ri-
culpa de que leyeras novelones la tenía yo por egoís-
cos, las variadas y aparatosas tiendas, no inferiores
ta (polvorosas plazuelas, está bien, pienso en las pla-
por lo que desde la calle se ve, a las de París o Lon-
zas de los pueblos de la provincia, o las calles de
dres y, por fin, los muchos y elegantes teatros para
La Rioja, en el cuarenta y dos, las montañas violetas
todas las clases, gustos y fortunas. Esto y otras co-
al oscurecer, esa felicidad de estar solo en una pun-
sas que observé después en sociedad, hiciéronme
ta del mundo, y elegantes teatros. ¿De qué está ha-
comprender los bruscos adelantos que nuestra capi-
blando el tipo? Por ahí acaba de mencionar a París
tal había realizado desde el 68, adelantos más pare-
y a Londres, habla de gustos y de fortunas, ya ves,
cidos a saltos caprichosos que al andar progresivo
Maga, ya ves, ahora estos ojos se arrastran irónicos
y firme de los que saben adónde van; mas no eran
por donde vos andabas emocionada, convencida de
por eso menos reales. En una palabra, me daba en
que te estabas cultivando una barbaridad porque
la nariz cierto tufillo de cultura europea, de bienes-
leías a un novelista español con foto en la contra-
tar y aun de riqueza y trabajo.
tapa, pero justamente el tipo habla de tufillo de
Mi tío es un agente de negocios muy conocido en
cultura europea, vos estabas convencida de que esas
Madrid. En otros tiempos desempeñó cargos de im-
lecturas te permitirían comprender el micro y el
portancia en la Administración: fue primero cónsul;
macrocosmo, casi siempre bastaba que yo llegara
después agregado de embajada; más tarde el matri-
para que sacases del cajón de tu mesa —porque te-
monio le obligó a fijarse en la corte; sirvió algún
nías una mesa de trabajo, eso no podía faltar nunca
tiempo en Hacienda, protegido y alentado por Bra-
aunque jamás me enteré de qué clase de trabajos
vo Murillo, y al fin las necesidades de su familia lo
podías hacer en esa mesa—, sí, del cajón sacabas la
estimularon a trocar la mezquina seguridad de un
plaqueta con poemas de Tristan L’Hermite, por ejem-
sueldo por las aventuras y esperanzas del trabajo
plo, o una disertación de Boris Schloezer, y me
libre. Tenía moderada ambición, rectitud, actividad
las mostrabas con el aire indeciso y a la, vez ufano
inteligencia, muchas relaciones; dedicóse a agenciar
de quien ha comprado grandes cosas y se va a po-
asuntos diversos, y al poco tiempo de andar en es-
ner a leerlas en seguida. No había manera de hacer-
tos trotes se felicitaba de ello y de haber dado car-
te comprender que así no llegarías nunca a nada,
petazo a los expedientes. De ellos vivía, no obstante,
que había cosas que eran demasiado tarde y otras
que eran demasiado pronto, y estabas siempre tan
despertando los que dormían en los archivos, im-
al borde de la desesperación en el centro mismo de
pulsando a los que se estacionaban en las mesas,
la alegría y del desenfado, había tanta niebla en tu
enderezando como podía el camino de algunos que
corazón desconcertado. Impulsando a los que se esta-
iban algo descarriados. Favorecíanle sus amistades
cionaban en las mesas, no, conmigo no podías con-
con gente de este y el otro partido, y la vara alta
tar para eso, tu mesa era tu mesa y yo no te ponía
que tenía en todas las dependencias del Estado. No
ni te quitaba de ahí, te miraba simplemente leer tus
había puerta cerrada para él. Podría creerse que los
novelas y examinar las tapas y las ilustraciones de
porteros de los ministerios le debían el destino, pues
tus plaquetas, y vos esperabas que yo me sentara a
le saludaban con cierto afecto filial y le franquea-
tu lado y te explicara, te alentara, hiciera lo que
ban las entra das considerándole como de casa. Oí
toda mujer espera que un hombre haga con ella, le
contar que en ciertas épocas había ganado mucho
arrolle despacito un piolín en la cintura y zás la
dinero poniendo su mano activa en afamados expe-
mande zumbando y dando vueltas, le dé el impulso
dientes de minas y ferrocarriles; pero que en otras
que la arranque a su tendencia a tejer pulóvers o a
su tímida honradez, le había sido desfavorable. Cuan-
hablar, hablar, interminablemente hablar de las mu-
do me establecí en Madrid, su posición debía de ser,
chas materias de la nada. Mirá si soy monstruoso,
por las apariencias, holgada sin sobrantes. No care-
qué tengo yo para jactarme, ni a vos te tengo ya
cía de nada, pero no tenía ahorros, lo que en verdad
porque estaba bien decidido que tenía que perderte
era poco lisonjero para un hombre que, después de
(ni siquiera perderte, antes hubiera tenido que ga-
trabajar tanto, se acercaba al término de la vida y
narte), lo que en verdad era poco lisonjero para un
y apenas tenía tiempo ya de ganar el terreno perdido.
hombre que... Lisonjero, desde quién sabe cuándo
Era entonces un señor menos viejo de lo que
no oía esa palabra, cómo se nos empobrece el len-
parecía, vestido siempre como los jóvenes elegantes,
guaje a los criollos, de chico yo tenía presentes mu-
pulcro y distinguidísimo. Se afeitaba toda la cara,
chas más palabras que ahora, leía esas mismas no-
siendo esto como un alarde de fidelidad a la genera-
velas, me adueñaba de un inmenso vocabulario per-
ción anterior, de la que procedía. Su finura y jovia-
fectamente inútil por lo demás, pulcro y distinguidí-
lidad, sostenidas en el fiel de la balanza, jamás caían
simo, eso sí. Me pregunto si verdaderamente te me-
del lado de la familiaridad impertinente ni del de la
tías en la trama de esta novela, o si te servía de
petulancia. En la conversación estaba su principal
trampolín para irte por ahí, a tus países misterio-
mérito y también su defecto, pues sabiendo lo que
sos que yo te envidiaba vanamente mientras vos me
valía hablando, dejábase vencer del prurito de dar
envidiabas mis visitas al Louvre, que debías sospe-
por menores y de diluir fatigosamente sus relatos.
char aunque no dijeras nada. Y así nos íbamos acer-
Alguna vez los tomaba desde el principio y adorná-
cando a esto que tenía que ocurrirnos un día cuan-
balos con tan pueriles minuciosidades, que era preci-
do vos comprendieras plenamente que yo no te iba
so suplicarle por Dios que fuera breve. Cuando re-
a dar más que una parte de mi tiempo y de mi vida,
fería un incidente de caza (ejercicio por el cual te-
y de diluir fatigosamente sus relatos, exactamente
nía gran pasión), pasaba tanto tiempo desde el exor-
esto, me pongo pesado hasta cuando hago memoria.
dio hasta el momento de salir el tiro, que al oyente
Pero qué hermosa estabas en la ventana, con el gris
se le iba el santo al cielo distrayéndose del asunto,
del cielo posado en una mejilla, las manos teniendo
y en sonando el pum, llevábase un mediano susto. No
el libro, la boca siempre un poco ávida, los ojos du-
sé si apuntar como defecto físico su irritación cró-
dosos. Había tanto tiempo perdido en vos, eras de
nica del aparato lacrimal, que a veces, principalmente
tal manera el molde de lo que hubieras podido ser
en invierno, le ponía los ojos tan húmedos y encen-
bajo otras estrellas, que tomarte en los brazos y
didos como si estuviera llorando a moco y baba. No
hacerte el amor se volvían una tarea demasiado tier-
he conocido hombre que tuviera mayor ni más rico
na, de masiado lindante con la obra pía, y ahí me
surtido de pañuelos de hilo. Por esto y su costum-
engañaba yo, me dejaba caer en el imbécil orgullo
bre de ostentar a cada instante el blanco lienzo en
del intelectual que se cree equipado para entender
la mano derecha o en ambas manos, un amigo mío,
(¿llorando a moco y baba?, pero es sencillamente
andaluz, zumbón y buena persona, de quien hablaré asqueroso como expresión). Equipado para entender, después, llamaba esto sólo a mi tío la Verónica.
si dan ganas de reírse, Maga. Oí, esto sólo para vos,
Mostrábame afecto sincero, y en los primeros días
para que no se lo cuentes a nadie. Maga, el molde
de mi residencia en Madrid no se apartaba de mí
hueco era yo, vos temblabas, pura y libre como una
para asesorarme en todo lo relativo a mi instalación
llama, como un río de mercurio, como el primer can-
y ayudarme en mil cosas. Cuando hablábamos de la
to de un pájaro cuando rompe el alba, y es dulce
familia y sacaba yo a relucir re cuerdos de mi infan-
decírtelo con las palabras que te fascinaban porque
cia o anécdotas de mi padre, entrábale al buen tío
no creías que existieran fuera de los poemas, y que
como una desazón nerviosa, un entusiasmo febril por
tuviéramos derecho a emplearlas. Dónde estarás,
las grandes personalidades que ilustraron el apellido
dónde estaremos desde hoy, dos puntos en un uni-
de Bueno de Guzmán y sacando el pañuelo me re-
verso inexplicable, cerca o lejos, dos puntos que
fería historias que no tenían término. Conceptuá-
crean una línea, dos puntos que se alejan y se acer-
bame como el último re presentante masculino de una
can arbitrariamente (personalidades que ilustraron
raza fecunda en caracteres, y me acariciaba y mi-
el apellido de Bueno de Guzmán, pero mirá las cur-
maba como a un chiquillo, a pesar de mis treinta y
silerías de este tipo, Maga, de cómo podías pasar de la
seis años. ¡Pobre tío! En esas demostraciones afec-
página cinco...), pero no te explicaré eso que llaman
tuosas que aumentaban considerablemente el manan-
movimientos brownoideos, por supuesto no te los
tial de sus ojos, descubría yo una pena secreta y agu-
explicaré y sin embargo los dos, Maga, estamos com-
dísima, espina clavada en el corazón de aquel exce-
poniendo una figura, vos un punto en alguna parte,
lente hombre. No sé cómo pude hacer este descu-
yo otro en alguna parte, desplazándonos, vos ahora
brimiento: pero tenía certidumbre de la disimulada
a lo mejor en la rue de la Huchette, yo ahora descu-
herida como si la hubiera visto con mis ojos y toca-
briendo en tu pieza vacía esta novela, mañana vos en
do con mis dedos. Era un desconsuelo profundo,
la Gare de Lyon (si te vas a Lucca, amor mío) y yo
abrumador, el sentimiento de no verme casado con
en la rue du Chemin Vert, donde me tengo descu-
una de sus tres hijas; contrariedad irremediable, por-
bierto un vinito extraordinario, y poquito a poco,
que sus tres hijas,¡ay, dolor! estaban ya casadas.
Maga, vamos componiendo una figura absurda, dibujamos con nuestros movimientos una figura idéntica a la que dibujan las moscas cuando vuelan en una pieza, de aquí para allá, bruscamente dan media vuelta, de allá para aquí, eso es lo que se llama movimiento brownoideo, ¿ahora entendés?, un ángulo recto, una línea que sube, de aquí para allá, del fondo al frente, hacia arriba, hacia abajo, espasmódicamente, frenando en seco y arrancando en el mismo instante en otra dirección, y todo eso va tejiendo un dibujo, una figura, algo inexistente como vos y como yo, como los dos puntos perdidos en París que van de aquí para allá, de allá para aquí, haciendo su dibujo, danzando para nadie, ni siquiera para ellos mismos, una interminable figura sin sentido.
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