Juan Rulfo
18. Pedro Páramo: Como si hubiera retrocedido el tiempo
Las paredes reflejando el sol de la tarde. Mis pasos rebotando contra las piedras. El arriero que me decía: «¡Busque a doña Eduviges, si todavía vive!».
Luego un cuarto a oscuras. Una mujer roncando a mi lado. Noté que su respiración era dispareja como si estuviera entre sueños, más bien como si no durmiera y sólo imitara los ruidos que produce el sueño. La cama era de otate cubierta con costales que olían a orines, como si nunca los hubieran oreado al sol; y la almohada era una jerga que envolvía pochote o una lana tan dura o tan sudada que se había endurecido como leño.
Junto a mis rodillas sentía las piernas desnudas de la mujer, y junto a mi cara su respiración. Me senté en la cama apoyándome en aquel como adobe de la almohada.
-¿No duerme usted? -me preguntó ella.
-No tengo sueño. He dormido todo el día. ¿Dónde está su hermano?
-Se fue por esos rumbos. Ya usted oyó adónde tenía que ir. Quizá no venga esta noche.
-¿De manera que siempre se fue? ¿A pesar de usted?
-Sí. Y tal vez no regrese. Así comenzaron todos. Que voy a ir aquí, que voy a ir más allá. Hasta que se fueron alejando tanto, que mejor no volvieron. Él siempre ha tratado de irse, y creo que ahora le ha llegado su turno. Quizá sin yo saberlo, me dejó con usted para que me cuidara. Vio su oportunidad. Eso del becerro cimarrón fue sólo un pretexto. Ya verá usted que no vuelve.
Quise decirle: «Voy a salir a buscar un poco de aire, porque siento náuseas»; pero dije:
-No se preocupe. Volvérá.
Cuando me levanté, me dijo:
-He dejado en la cocina algo sobre las brasas. Es muy poco; pero es algo que puede calmarle el hambre.
Encontré un trozo de cecina y encima de las brasas unas tortillas.
-Son cosas que le pude conseguir -oí que me decía desde allá-. Se las cambié a mi hermana por dos sábanas limpias que yo tenía guardadas desde el tiempo de mi madre. Ella ha de haber venido a recogerlas. No se lo quise decir delante de Donis; pero fue ella la mujer que usted vio y que lo asustó tanto.
Un cielo negro, lleno de estrellas. Y junto a la luna la estrella más grande de todas.
-¿No me oyes? -pregunté en voz baja.
Y su voz me respondió:
-¿Dónde estás?
-Estoy aquí, en tu pueblo. Junto a tu gente. ¿No me ves?
-No, hijo, no te veo.
Su voz parecía abarcarlo todo. Se perdía más allá de la tierra.
-No te veo.
Regresé al mediotecho donde dormía aquella mujer y le dije:
-Me quedaré aquí, en mi mismo rincón. Al fin y al cabo la cama está igual de dura que el suelo. Si algo se le ofrece, avíseme.
Ella me dijo:
-Donis no volverá. Se lo noté en los ojos. Estaba esperando que alguien viniera para irse. Ahora tú te encargarás de cuidarme. ¿O qué, no quieres cuidarme? Vente a dormir aquí conmigo.
Aquí estoy bien.
-Es mejor que te subas a la cama. Allí te comerán las turicatas.
Entonces fui y me acosté con ella.
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COMO SE O TEMPO tivesse retrocedido. Tornei a ver a estrela ao lado da lua. As nuvens se desfazendo. As revoadas de tordos. E em seguida a tarde, ainda cheia de luz.
As paredes refletindo o sol da tarde. Meus passos ressoando nas pedras. O tropeiro que me dizia: “Procure a dona Eduviges, se é que ela ainda está viva!”
Depois um quarto escuro. Uma mulher roncando ao meu lado. Notei que sua respiração era desigual como se estivesse entre sonhos, ou como se não dormisse e só imitasse os ruídos que o sono produz. A cama era de palha coberta com sacos de estopa que cheiravam a urina, como se nunca tivessem sido arejados ao sol; e o travesseiro era um trapo que envolvia uma paina ou lã tão dura ou tão suada que tinha endurecido feito pau.
Junto aos meus joelhos sentia as pernas nuas da mulher, e junto à minha cara a sua respiração. Sentei-me na cama apoiando-me naquela espécie de adobe do travesseiro.
— O senhor não dorme? — ela me perguntou.
— Não tenho sono. Dormi o dia inteiro. Onde está o seu irmão?
— Saiu por aí. O senhor ouviu onde ele tinha de ir. Talvez não volte esta noite.
— Quer dizer que acabou indo mesmo? Apesar da senhora?
— É. E talvez não volte. Assim foi com todos. Que vou até aqui, que vou até ali. Até que foram se afastando tanto que no fim não voltaram. Ele sempre quis ir embora, e acho que agora chegou a vez. Talvez sem que eu soubesse, me deixou com o senhor para que o senhor cuidasse de mim. Viu que era a oportunidade. Essa história do bezerro fujão foi só um pretexto. O senhor vai ver como ele não volta.
Quis dizer a ela: “Vou sair para buscar um pouco de ar, porque sinto náuseas”, mas disse:
— Não se preocupe. Ele volta.
Quando me levantei, ela me disse:
— Deixei alguma coisa em cima do braseiro. É muito pouco; mas pode ser que acalme a sua fome.
Encontrei um pedaço de carne-seca e em cima das brasas umas tortilhas. — São as coisas que consegui — ouvi que ela dizia lá de onde estava. — Troquei com minha irmã por dois lençóis limpos que eu tinha guardado desde os tempos da minha mãe. Ela deve ter vindo aqui buscar. Não quis dizer nada na frente de Donis; mas foi ela a mulher que o senhor viu e que o assustou tanto.
Um céu negro, cheio de estrelas. E ao lado da lua, a maior estrela de todas.
— ESTÁ ME OUVINDO? — perguntei em voz baixa.
E sua voz me respondeu:
— Onde você está?
— Estou aqui, no seu povoado. Com a sua gente. Não está me vendo?
— Não, filho, não vejo você.
Sua voz parecia cobrir tudo. Perdia-se mais além da terra.
— Não vejo você.
REGRESSEI AO PEDAÇO DE TETO onde aquela mulher dormia e disse a ela:
— Vou ficar aqui, no meu mesmo canto. Afinal, a cama está tão dura como o chão. Se precisar de alguma coisa, me avise.
Ela me disse:
— Donis não vai voltar. Vi em seus olhos. Estava esperando alguém chegar para ir embora. Agora você é que vai cuidar de mim. Ou não quer cuidar de mim? Venha dormir aqui comigo.
— Estou bem aqui.
— É melhor você subir na cama. Aí, vai ser comido pelos carrapatos.
Então fui e me deitei com ela.
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Rulfo, Juan Pedro Páramo / tradução e prefácio de Eric Nepomuceno. — Rio de Janeiro: BestBolso, 2008. Tradução de: Pedro Páramo ISBN 978-85-7799-116-7 1. Romance mexicano. I. Nepomuceno, Eric. II. Título
Pedro Páramo – Romance mais aclamado da literatura mexicana, Pedro Páramo é o primeiro de dois livros lançados em toda a vida de Juan Rulfo. O enredo, simples, trata da promessa feita por um filho à mãe moribunda, que lhe pede que saia em busca do pai, Pedro Páramo, um malvado lendário e assassino. Juan Preciado, o filho, não encontra pessoas, mas defuntos repletos de memórias, que lhe falam da crueldade implacável do pai. Vergonha é o que Juan sente. Alegoricamente, é o México ferido que grita suas chagas e suas revoluções, por meio de uma aldeia seca e vazia onde apenas os mortos sobrevivem para narrar os horrores da história. O realismo fantástico como hoje se conhece não teria existido sem Pedro Páramo; é dessa fonte que beberam o colombiano Gabriel Garcia Márquez e o peruano Mario Vargas Llosa, que também narram odisseias latino-americanas.
17. Pedro Páramo: Por el techo abierto al cielo
19. Pedro Páramo: El calor me hizo despertar - Juan Rulfo
18. Pedro Páramo: Como si hubiera retrocedido el tiempo
Como si hubiera retrocedido el tiempo. Volví a ver la estrella junto a la luna. Las nubes deshaciéndose. Las parvadas de los tordos. Y en seguida la tarde todavía llena de luz.
Las paredes reflejando el sol de la tarde. Mis pasos rebotando contra las piedras. El arriero que me decía: «¡Busque a doña Eduviges, si todavía vive!».
Luego un cuarto a oscuras. Una mujer roncando a mi lado. Noté que su respiración era dispareja como si estuviera entre sueños, más bien como si no durmiera y sólo imitara los ruidos que produce el sueño. La cama era de otate cubierta con costales que olían a orines, como si nunca los hubieran oreado al sol; y la almohada era una jerga que envolvía pochote o una lana tan dura o tan sudada que se había endurecido como leño.
Junto a mis rodillas sentía las piernas desnudas de la mujer, y junto a mi cara su respiración. Me senté en la cama apoyándome en aquel como adobe de la almohada.
-¿No duerme usted? -me preguntó ella.
-No tengo sueño. He dormido todo el día. ¿Dónde está su hermano?
-Se fue por esos rumbos. Ya usted oyó adónde tenía que ir. Quizá no venga esta noche.
-¿De manera que siempre se fue? ¿A pesar de usted?
-Sí. Y tal vez no regrese. Así comenzaron todos. Que voy a ir aquí, que voy a ir más allá. Hasta que se fueron alejando tanto, que mejor no volvieron. Él siempre ha tratado de irse, y creo que ahora le ha llegado su turno. Quizá sin yo saberlo, me dejó con usted para que me cuidara. Vio su oportunidad. Eso del becerro cimarrón fue sólo un pretexto. Ya verá usted que no vuelve.
Quise decirle: «Voy a salir a buscar un poco de aire, porque siento náuseas»; pero dije:
-No se preocupe. Volvérá.
Cuando me levanté, me dijo:
-He dejado en la cocina algo sobre las brasas. Es muy poco; pero es algo que puede calmarle el hambre.
Encontré un trozo de cecina y encima de las brasas unas tortillas.
-Son cosas que le pude conseguir -oí que me decía desde allá-. Se las cambié a mi hermana por dos sábanas limpias que yo tenía guardadas desde el tiempo de mi madre. Ella ha de haber venido a recogerlas. No se lo quise decir delante de Donis; pero fue ella la mujer que usted vio y que lo asustó tanto.
Un cielo negro, lleno de estrellas. Y junto a la luna la estrella más grande de todas.
-¿No me oyes? -pregunté en voz baja.
Y su voz me respondió:
-¿Dónde estás?
-Estoy aquí, en tu pueblo. Junto a tu gente. ¿No me ves?
-No, hijo, no te veo.
Su voz parecía abarcarlo todo. Se perdía más allá de la tierra.
-No te veo.
Regresé al mediotecho donde dormía aquella mujer y le dije:
-Me quedaré aquí, en mi mismo rincón. Al fin y al cabo la cama está igual de dura que el suelo. Si algo se le ofrece, avíseme.
Ella me dijo:
-Donis no volverá. Se lo noté en los ojos. Estaba esperando que alguien viniera para irse. Ahora tú te encargarás de cuidarme. ¿O qué, no quieres cuidarme? Vente a dormir aquí conmigo.
Aquí estoy bien.
-Es mejor que te subas a la cama. Allí te comerán las turicatas.
Entonces fui y me acosté con ella.
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COMO SE O TEMPO tivesse retrocedido. Tornei a ver a estrela ao lado da lua. As nuvens se desfazendo. As revoadas de tordos. E em seguida a tarde, ainda cheia de luz.
As paredes refletindo o sol da tarde. Meus passos ressoando nas pedras. O tropeiro que me dizia: “Procure a dona Eduviges, se é que ela ainda está viva!”
Depois um quarto escuro. Uma mulher roncando ao meu lado. Notei que sua respiração era desigual como se estivesse entre sonhos, ou como se não dormisse e só imitasse os ruídos que o sono produz. A cama era de palha coberta com sacos de estopa que cheiravam a urina, como se nunca tivessem sido arejados ao sol; e o travesseiro era um trapo que envolvia uma paina ou lã tão dura ou tão suada que tinha endurecido feito pau.
Junto aos meus joelhos sentia as pernas nuas da mulher, e junto à minha cara a sua respiração. Sentei-me na cama apoiando-me naquela espécie de adobe do travesseiro.
— O senhor não dorme? — ela me perguntou.
— Não tenho sono. Dormi o dia inteiro. Onde está o seu irmão?
— Saiu por aí. O senhor ouviu onde ele tinha de ir. Talvez não volte esta noite.
— Quer dizer que acabou indo mesmo? Apesar da senhora?
— É. E talvez não volte. Assim foi com todos. Que vou até aqui, que vou até ali. Até que foram se afastando tanto que no fim não voltaram. Ele sempre quis ir embora, e acho que agora chegou a vez. Talvez sem que eu soubesse, me deixou com o senhor para que o senhor cuidasse de mim. Viu que era a oportunidade. Essa história do bezerro fujão foi só um pretexto. O senhor vai ver como ele não volta.
Quis dizer a ela: “Vou sair para buscar um pouco de ar, porque sinto náuseas”, mas disse:
— Não se preocupe. Ele volta.
Quando me levantei, ela me disse:
— Deixei alguma coisa em cima do braseiro. É muito pouco; mas pode ser que acalme a sua fome.
Encontrei um pedaço de carne-seca e em cima das brasas umas tortilhas. — São as coisas que consegui — ouvi que ela dizia lá de onde estava. — Troquei com minha irmã por dois lençóis limpos que eu tinha guardado desde os tempos da minha mãe. Ela deve ter vindo aqui buscar. Não quis dizer nada na frente de Donis; mas foi ela a mulher que o senhor viu e que o assustou tanto.
Um céu negro, cheio de estrelas. E ao lado da lua, a maior estrela de todas.
— ESTÁ ME OUVINDO? — perguntei em voz baixa.
E sua voz me respondeu:
— Onde você está?
— Estou aqui, no seu povoado. Com a sua gente. Não está me vendo?
— Não, filho, não vejo você.
Sua voz parecia cobrir tudo. Perdia-se mais além da terra.
— Não vejo você.
REGRESSEI AO PEDAÇO DE TETO onde aquela mulher dormia e disse a ela:
— Vou ficar aqui, no meu mesmo canto. Afinal, a cama está tão dura como o chão. Se precisar de alguma coisa, me avise.
Ela me disse:
— Donis não vai voltar. Vi em seus olhos. Estava esperando alguém chegar para ir embora. Agora você é que vai cuidar de mim. Ou não quer cuidar de mim? Venha dormir aqui comigo.
— Estou bem aqui.
— É melhor você subir na cama. Aí, vai ser comido pelos carrapatos.
Então fui e me deitei com ela.
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Rulfo, Juan Pedro Páramo / tradução e prefácio de Eric Nepomuceno. — Rio de Janeiro: BestBolso, 2008. Tradução de: Pedro Páramo ISBN 978-85-7799-116-7 1. Romance mexicano. I. Nepomuceno, Eric. II. Título
Pedro Páramo – Romance mais aclamado da literatura mexicana, Pedro Páramo é o primeiro de dois livros lançados em toda a vida de Juan Rulfo. O enredo, simples, trata da promessa feita por um filho à mãe moribunda, que lhe pede que saia em busca do pai, Pedro Páramo, um malvado lendário e assassino. Juan Preciado, o filho, não encontra pessoas, mas defuntos repletos de memórias, que lhe falam da crueldade implacável do pai. Vergonha é o que Juan sente. Alegoricamente, é o México ferido que grita suas chagas e suas revoluções, por meio de uma aldeia seca e vazia onde apenas os mortos sobrevivem para narrar os horrores da história. O realismo fantástico como hoje se conhece não teria existido sem Pedro Páramo; é dessa fonte que beberam o colombiano Gabriel Garcia Márquez e o peruano Mario Vargas Llosa, que também narram odisseias latino-americanas.
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17. Pedro Páramo: Por el techo abierto al cielo
19. Pedro Páramo: El calor me hizo despertar - Juan Rulfo
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