Juan Rulfo
30. Pedro Páramo: Faltaba mucho para el amanecer
Después sintió que don Pedro se iba por los largos corredores, dando aquellos zapatazos que sabía dar cuando estaba corajudo.
A la noche siguiente, ella, para evitar el disgusto, dejó la puerta entornada y hasta se desnudó para que él no encontrara dificultades.
Pero Pedro Páramo jamás regresó con ella.
Por eso ahora, cuando era la caporala de todas las sirvientas de la Media Luna, por haberse dado a respetar, ahora, que estaba ya vieja, todavía pensaba en aquella noche cuando el patrón le dijo:
«¡Ábremela puerta, Damiana!»
Y se acostó pensando en lo feliz que sería a estas horas la chacha Margarita.
Después volvió a oír otros golpes; pero contra la puerta grande, como si la estuvieran aporreando a culatazos.
Otra vez abrió la ventana y se asomó a la noche. No veía nada; aunque le pareció que la tierra estaba llena de hervores, como cuando ha llovido y se enchina de gusanos. Sentía que se levantaba algo así como el calor de muchos hombres. Oyó el croar de las ranas; los grillos; la noche quieta del tiempo de aguas. Luego volvió a oír los culatazos aporreando la puerta.
Una lámpara regó su luz sobre la cara de algunos hombres. Después se apagó.
«Son cosas que a mí no me interesan», dijo Damiana Cisneros, y cerró la ventana.
-Supe que te habían derrotado, Damasio. ¿Por qué te dejas hacer eso?
-Le informaron mal, patrón. A mí no me ha pasado nada. Tengo mi gente enterita. Ahí traigo setecientos hombres y otros cuantos arrimados. Lo que pasó es que unos pocos de los «viejos», aburridos de estar ociosos, se pusieron a disparar contra un pelotón de pelones, que resultó ser todo un ejército. Villistas, ¿sabe usted?
-¿Y de dónde salieron ésos?
-Vienen del Norte, arriando parejo con todo lo que encuentran. Parece, según se ve, que andan recorriendo la tierra, tanteando todos los terrenos. Son poderosos. Eso ni quien se los quite. -¿Y por qué no te juntas con ellos? Ya te he dicho que hay que estar con el que vaya ganando. -Ya estoy con ellos. . -¿Entonces para qué vienes a verme? -Necesitamos dinero, patrón. Ya estamos cansados de comer carne. Ya ni se nos antoja. Y nadie nos quiere fiar. Por eso venimos, para que usted nos provea y no nos veamos urgidos de robarle a nadie. Si anduviéramos remotos no nos importaría darle un «entre» a los vecinos; pero aquí todos estamos emparentados y nos remuerde robar. Total, es dinero lo que necesitamos para mercar aunque sea una gorda con chile. Estamos hartos de comer carne.
-¿Ahora te me vas a poner exigente, Damasio?
-De ningún modo, patrón. Estoy abogando por los muchachos; por mí, ni me apuro.
-Está bien que te acomidas por tu gente; pero sonsácales a otros lo que necesitas. Yo ya te di. Confórmate con lo que te di. Y éste no es un consejo ni mucho menos, ¿pero no se te ha ocurrido asaltar Contla? ¿Para qué crees que andas en la revolución? Si vas a pedir limosna estás atrasado. Valía más que mejor te fueras con tu mujer a cuidar gallinas. ¡Échate sobre algún pueblo! Si tú andas arriesgando el pellejo, ¿por qué diablos no van a poner otros algo de su parte? Contla está que hierve de ricos. Quítales tantito de lo que tienen. ¿O acaso creen que tú eres su pilmama y que estás para cuidarles sus intereses? No, Damasio. Hazles ver que no andas jugando ni divirtiéndote. Dales un pegue y ya verás como sales con centavos de este mitote.
-Lo que sea, patrón. De usted siempre saco algo de provecho.
-Pues que te aproveche.
Pedro Páramo miró cómo los hombres se iban. Sintió desfilar frente a él el trote de caballos oscuros, confundidos con la noche. El sudor y el polvo; el temblor de la tierra. Cuando vio los cocuyos cruzando otra vez sus luces, se dio cuenta de que todos los hombres se habían ido. Quedaba él, solo, como un tronco duro comenzando a desgajarse por dentro.
Pensó en Susana San Juan. Pensó en la muchachita con la que acababa de dormir apenas un rato. Aquel pequeño cuerpo azorado y tembloroso que parecía iba a echar fuera su corazón por la boca. «Puñadito de carne», le dijo. Y se había abrazado a ella tratando de convertirla en la carne de Susana San Juan. «Una mujer que no era de este mundo.»
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FALTAVA MUITO PARA o amanhecer. O céu estava cheio de estrelas, gordas, inchadas de tanta noite. A lua havia saído um pouco e depois tinha ido embora. Era uma dessas luas tristes que ninguém olha, que ninguém faz caso. Ficou um tempinho lá, desfigurada, sem dar nenhuma luz, e depois foi se esconder atrás dos morros.
30. Pedro Páramo: Faltaba mucho para el amanecer
Faltaba mucho para el amanecer. el cielo estaba lleno de estrellas, gordas, hinchadas de tanta noche. La luna había salido un rato y luego se había ido. Era una de esas lunas tristes que nadie mira, a las que nadie hace caso. Estuvo un rato allí desfigurada, sin dar ninguna luz, y después fue a esconderse detrás de los cerros.
Lejos, perdido en la oscuridad, se oía el bramido de los toros.
«Esos animales nunca duermen -dijo Damiana Cisneros-. Nunca duermen. Son como el diablo, que siempre anda buscando almas para llevárselas al infierno.»
Se dio vuelta en la cama, acercando la cara a la pared. Entonces oyó los golpes.
Detuvo la respiración y abrió los ojos. Volvió a oír tres golpes secos, como si alguien tocara con los nudos de la mano en la pared. No aquí, junto a ella, sino más lejos; pero en la misma pared.
«¡Válgame! Si no serán los tres toques de San Pascual Bailón, que viene a avisarle a algún devoto suyo que ha llegado la hora de su muerte.»
Y como ella había perdido el novenario desde hacía tiempo, a causa de sus reumas, no se preocupó; pero le entró miedo y, más que miedo, curiosidad.
Se levantó del catre sin hacer ruido y se asomó a la ventana.
Los campos estaban negros. Sin embargo, lo conocía tan bien, que vio cuándo el cuerpo enorme de Pedro Páramo se columpiaba sobre la ventana de la chacha Margarita.
-¡Ah, qué don Pedro! -dijo Damiana-. No se le quita lo gatero. Lo que no entiendo es por qué le gusta hacer las cosas tan escondidas; con habérmelo avisado, yo le hubiera dicho a la Margarita que el patrón la necesitaba para esta noche, y él no hubiera tenido ni la molestia de levantarse de su cama.
Cerró la ventana al oír el bramido de los toros. Se echó sobre el catre cobijándose hasta las orejas, y luego se puso a pensar en lo que le estaría pasando a la chacha Margarita.
Más tarde tuvo que quitarse el camisón porque la noche comenzó a ponerse calurosa...
-¡Damiana! -oyó.
Entonces ella era muchacha.
-¡Ábreme la puerta, Damiana!
Le temblaba el corazón como si fuera un sapo brincándole entre las costillas.
-Pero ¿para qué, patrón?
-¡Ábreme, Damiana!
-Pero si ya estoy dormida, patrón. Lejos, perdido en la oscuridad, se oía el bramido de los toros.
«Esos animales nunca duermen -dijo Damiana Cisneros-. Nunca duermen. Son como el diablo, que siempre anda buscando almas para llevárselas al infierno.»
Se dio vuelta en la cama, acercando la cara a la pared. Entonces oyó los golpes.
Detuvo la respiración y abrió los ojos. Volvió a oír tres golpes secos, como si alguien tocara con los nudos de la mano en la pared. No aquí, junto a ella, sino más lejos; pero en la misma pared.
«¡Válgame! Si no serán los tres toques de San Pascual Bailón, que viene a avisarle a algún devoto suyo que ha llegado la hora de su muerte.»
Y como ella había perdido el novenario desde hacía tiempo, a causa de sus reumas, no se preocupó; pero le entró miedo y, más que miedo, curiosidad.
Se levantó del catre sin hacer ruido y se asomó a la ventana.
Los campos estaban negros. Sin embargo, lo conocía tan bien, que vio cuándo el cuerpo enorme de Pedro Páramo se columpiaba sobre la ventana de la chacha Margarita.
-¡Ah, qué don Pedro! -dijo Damiana-. No se le quita lo gatero. Lo que no entiendo es por qué le gusta hacer las cosas tan escondidas; con habérmelo avisado, yo le hubiera dicho a la Margarita que el patrón la necesitaba para esta noche, y él no hubiera tenido ni la molestia de levantarse de su cama.
Cerró la ventana al oír el bramido de los toros. Se echó sobre el catre cobijándose hasta las orejas, y luego se puso a pensar en lo que le estaría pasando a la chacha Margarita.
Más tarde tuvo que quitarse el camisón porque la noche comenzó a ponerse calurosa...
-¡Damiana! -oyó.
Entonces ella era muchacha.
-¡Ábreme la puerta, Damiana!
Le temblaba el corazón como si fuera un sapo brincándole entre las costillas.
-Pero ¿para qué, patrón?
-¡Ábreme, Damiana!
Después sintió que don Pedro se iba por los largos corredores, dando aquellos zapatazos que sabía dar cuando estaba corajudo.
A la noche siguiente, ella, para evitar el disgusto, dejó la puerta entornada y hasta se desnudó para que él no encontrara dificultades.
Pero Pedro Páramo jamás regresó con ella.
Por eso ahora, cuando era la caporala de todas las sirvientas de la Media Luna, por haberse dado a respetar, ahora, que estaba ya vieja, todavía pensaba en aquella noche cuando el patrón le dijo:
«¡Ábremela puerta, Damiana!»
Y se acostó pensando en lo feliz que sería a estas horas la chacha Margarita.
Después volvió a oír otros golpes; pero contra la puerta grande, como si la estuvieran aporreando a culatazos.
Otra vez abrió la ventana y se asomó a la noche. No veía nada; aunque le pareció que la tierra estaba llena de hervores, como cuando ha llovido y se enchina de gusanos. Sentía que se levantaba algo así como el calor de muchos hombres. Oyó el croar de las ranas; los grillos; la noche quieta del tiempo de aguas. Luego volvió a oír los culatazos aporreando la puerta.
Una lámpara regó su luz sobre la cara de algunos hombres. Después se apagó.
«Son cosas que a mí no me interesan», dijo Damiana Cisneros, y cerró la ventana.
-Supe que te habían derrotado, Damasio. ¿Por qué te dejas hacer eso?
-Le informaron mal, patrón. A mí no me ha pasado nada. Tengo mi gente enterita. Ahí traigo setecientos hombres y otros cuantos arrimados. Lo que pasó es que unos pocos de los «viejos», aburridos de estar ociosos, se pusieron a disparar contra un pelotón de pelones, que resultó ser todo un ejército. Villistas, ¿sabe usted?
-¿Y de dónde salieron ésos?
-Vienen del Norte, arriando parejo con todo lo que encuentran. Parece, según se ve, que andan recorriendo la tierra, tanteando todos los terrenos. Son poderosos. Eso ni quien se los quite. -¿Y por qué no te juntas con ellos? Ya te he dicho que hay que estar con el que vaya ganando. -Ya estoy con ellos. . -¿Entonces para qué vienes a verme? -Necesitamos dinero, patrón. Ya estamos cansados de comer carne. Ya ni se nos antoja. Y nadie nos quiere fiar. Por eso venimos, para que usted nos provea y no nos veamos urgidos de robarle a nadie. Si anduviéramos remotos no nos importaría darle un «entre» a los vecinos; pero aquí todos estamos emparentados y nos remuerde robar. Total, es dinero lo que necesitamos para mercar aunque sea una gorda con chile. Estamos hartos de comer carne.
-¿Ahora te me vas a poner exigente, Damasio?
-De ningún modo, patrón. Estoy abogando por los muchachos; por mí, ni me apuro.
-Está bien que te acomidas por tu gente; pero sonsácales a otros lo que necesitas. Yo ya te di. Confórmate con lo que te di. Y éste no es un consejo ni mucho menos, ¿pero no se te ha ocurrido asaltar Contla? ¿Para qué crees que andas en la revolución? Si vas a pedir limosna estás atrasado. Valía más que mejor te fueras con tu mujer a cuidar gallinas. ¡Échate sobre algún pueblo! Si tú andas arriesgando el pellejo, ¿por qué diablos no van a poner otros algo de su parte? Contla está que hierve de ricos. Quítales tantito de lo que tienen. ¿O acaso creen que tú eres su pilmama y que estás para cuidarles sus intereses? No, Damasio. Hazles ver que no andas jugando ni divirtiéndote. Dales un pegue y ya verás como sales con centavos de este mitote.
-Lo que sea, patrón. De usted siempre saco algo de provecho.
-Pues que te aproveche.
Pedro Páramo miró cómo los hombres se iban. Sintió desfilar frente a él el trote de caballos oscuros, confundidos con la noche. El sudor y el polvo; el temblor de la tierra. Cuando vio los cocuyos cruzando otra vez sus luces, se dio cuenta de que todos los hombres se habían ido. Quedaba él, solo, como un tronco duro comenzando a desgajarse por dentro.
Pensó en Susana San Juan. Pensó en la muchachita con la que acababa de dormir apenas un rato. Aquel pequeño cuerpo azorado y tembloroso que parecía iba a echar fuera su corazón por la boca. «Puñadito de carne», le dijo. Y se había abrazado a ella tratando de convertirla en la carne de Susana San Juan. «Una mujer que no era de este mundo.»
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FALTAVA MUITO PARA o amanhecer. O céu estava cheio de estrelas, gordas, inchadas de tanta noite. A lua havia saído um pouco e depois tinha ido embora. Era uma dessas luas tristes que ninguém olha, que ninguém faz caso. Ficou um tempinho lá, desfigurada, sem dar nenhuma luz, e depois foi se esconder atrás dos morros.
Longe, perdido na escuridão, ouvia-se o bramido dos touros.
“Esses animais não dormem nunca” disse Damiana Cisneros. “Nunca dormem. São como o diabo, que anda sempre buscando almas para levar para o inferno.”
“Esses animais não dormem nunca” disse Damiana Cisneros. “Nunca dormem. São como o diabo, que anda sempre buscando almas para levar para o inferno.”
Deu voltas na cama, aproximando a cara da parede. Então ouviu as batidas.
Deteve a respiração e abriu os olhos. Tornou a ouvir três batidas secas, como se alguém golpeasse a parede com os nós dos dedos. Não aqui, ao lado dela, e sim mais longe; mas na mesma parede.
“Valha-me! Será que serão as três batidas de São Pascual Bailón, que vem avisar a algum devoto que chegou a hora da sua morte?”
E como ela havia perdido a novena fazia tempo, por causa de seus reumatismos, não se preocupou; mas sentiu medo, e mais do que medo, curiosidade.
Levantou-se do catre sem fazer ruído e foi espiar pela janela.
Os campos estavam negros. No entanto conhecia ele tão bem, que reconheceu o corpo enorme de Pedro Páramo entrando pela janela da moça Margarita.
— Ah!, esse dom Pedro — disse Damiana. — Não perde a mania. O que não entendo é por que gosta de fazer as coisas tão às escondidas; se tivesse me avisado, eu teria dito para a Margarita que o patrão ia necessitá-la esta noite, e ele não teria tido nem o trabalho de sair da sua cama.
Fechou a janela ao ouvir o mugido dos touros. Jogou-se sobre o catre cobrindo-se até as orelhas, e depois se pôs a pensar no que estaria acontecendo com a Margarita tão formosa.
Mais tarde teve de tirar a camisola porque a noite começou a ficar abafada demais...
— Damiana! — ouviu.
Naquele tempo era ela moça.
— Abra essa porta, Damiana!
Seu coração tremia como se fosse um sapo saltando entre suas costelas.
— Mas para quê, patrão?
— Abra, Damiana!
— Mas é que estou dormindo, patrão!
Depois sentiu que dom Pedro ia embora pelos corredores compridos, dando aquelas pisadas que sabia dar quando estava irritado.
Na noite seguinte, ela, para evitar aborrecê-lo, deixou a porta encostada e até se despiu para que ele não encontrasse nenhuma dificuldade.
Mas Pedro Páramo jamais a procurou de novo.
Por isso agora, quando era a chefe de todas as serventas da Media Luna, por ter-se dado ao respeito, agora, que já estava velha, ainda pensava naquela noite quando o patrão disse:
“Abra essa porta, Damiana!”
E deitou-se pensando em como naquela hora seria feliz a criada Margarita.
Depois tomou a ouvir outras batidas; mas contra a porta grande, como se estivessem arrebentando-a a golpes de fuzil.
Outra vez abriu a janela e espiou a noite. Não se via nada; mas ainda assim achou que a terra estava cheia de ardores, como quando chove e ela se pavimenta de minhocas. Sentia que se levantava uma coisa parecida ao calor de muitos homens. Ouviu o croar das rãs; os grilos; a noite quieta do tempo das águas. Depois tornou a ouvir os golpes de fuzil contra a porta.
Uma lamparina regou sua luz sobre a cara de alguns homens. Depois se apagou.
“São coisas que não me interessam”, disse Damiana Cisneros, e fechou a janela.
— SOUBE QUE DERROTARAM você, Damasio. Por que deixou fazerem isso?
— SOUBE QUE DERROTARAM você, Damasio. Por que deixou fazerem isso?
— O senhor foi mal-informado, patrão. Comigo não aconteceu nada. Meu pessoal está inteirinho. Trago aí setecentos homens e outros tantos arrimados. O que aconteceu é que uns poucos dos “velhos”, cansados de estar ociosos, se puseram a disparar contra um pelotão de beócios, que na verdade era um exército inteiro. Villistas, de Pancho Villa, o senhor ouviu falar?
— E esses de onde saíram?
— Eles vêm do Norte, arrasando tudo que encontram pela frente. Parece, pelo que se vê, que andam percorrendo a terra, tateando todos os terrenos. São poderosos. Isso ninguém há de negar.
— E por que você não se junta a eles? Eu já disse a você que temos de estar com quem estiver ganhando.
— Pois eu já estou com eles.
— Então veio me ver para quê?
— Precisamos de dinheiro, patrão. Já estamos cansados de comer carne de vaca. Nem temos mais vontade. E ninguém mais quer fiar para a gente. Por isso viemos, para que o senhor nos abasteça e para que a gente não se veja na urgência de roubar ninguém. Se estivéssemos no longe remoto não nos importaria dar um “passe para cá” nos vizinhos; mas aqui somos todos aparentados com alguém e roubar nos dá remorso. Enfim, é dinheiro o que necessitamos para comprar nem que seja uma tortilhona grossa com pimenta. Estamos fartos de comer carne.
— Quer dizer que agora o senhor vai me bancar o exigente, Damasio?
— De jeito nenhum, patrão. Estou pedindo pelos rapazes; por mim, nem pensar.
— Está certo que você se empenhe pelo seu pessoal; mas trata de tirar de outro o que você precisa. Eu já dei. Conforme-se com o que eu dei. E este não é um conselho, nem nada parecido, mas você já pensou em assaltar Contla? Para que você acha que está na revolução? Se é para pedir esmola para esses sujeitos, você é estúpido. Mais valia que fosse com sua mulher criar galinhas. Avança em cima de algum povoado! Se você anda arriscando o pescoço, por que diabos os outros não vão pôr sua parte? Contla está que ferve de tanto rico. Tire um pouquinho do que eles têm. Ou será que acham que você é a babá deles, e que está aí só para cuidar dos seus interesses? Não, Damasio. Faça com que vejam que você não está de brincadeira nem está se divertindo. Dá um pega neles e você vai só ver como consegue uns tostões desta algazarra.
— Seja como quiser, patrão. Do senhor eu sempre tiro alguma coisa de bom.
— Pois esteja à vontade.
Pedro Páramo viu como os homens iam embora. Sentiu desfilar na sua frente o trote de cavalos escuros, confundidos com a noite. O suor e o pó; o tremor da terra. Quando viu os pirilampos cruzando outra vez suas luzes, percebeu que todos os homens tinham ido. Só restava ele, sozinho, como um tronco duro começando a se despedaçar por dentro.
Pensou em Susana San Juan. Pensou na mocinha com quem fazia pouco acabara de dormir. Aquele pequeno corpo sobressaltado e tremelicante que parecia que ia pôr o coração pela boca. “Punhadinho de carne”, disse a ela. E tinha se abraçado a ela tratando de transformá-la na carne de Susana San Juan. “Uma mulher que não era deste mundo.”
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Rulfo, Juan Pedro Páramo / tradução e prefácio de Eric Nepomuceno. — Rio de Janeiro: BestBolso, 2008. Tradução de: Pedro Páramo ISBN 978-85-7799-116-7 1. Romance mexicano. I. Nepomuceno, Eric. II. Título
Pedro Páramo – Romance mais aclamado da literatura mexicana, Pedro Páramo é o primeiro de dois livros lançados em toda a vida de Juan Rulfo. O enredo, simples, trata da promessa feita por um filho à mãe moribunda, que lhe pede que saia em busca do pai, Pedro Páramo, um malvado lendário e assassino. Juan Preciado, o filho, não encontra pessoas, mas defuntos repletos de memórias, que lhe falam da crueldade implacável do pai. Vergonha é o que Juan sente. Alegoricamente, é o México ferido que grita suas chagas e suas revoluções, por meio de uma aldeia seca e vazia onde apenas os mortos sobrevivem para narrar os horrores da história. O realismo fantástico como hoje se conhece não teria existido sem Pedro Páramo; é dessa fonte que beberam o colombiano Gabriel Garcia Márquez e o peruano Mario Vargas Llosa, que também narram odisseias latino-americanas.
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31. Pedro Páramo: En el comienzo del amanecer - Juan Rulfo
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Rulfo, Juan Pedro Páramo / tradução e prefácio de Eric Nepomuceno. — Rio de Janeiro: BestBolso, 2008. Tradução de: Pedro Páramo ISBN 978-85-7799-116-7 1. Romance mexicano. I. Nepomuceno, Eric. II. Título
Pedro Páramo – Romance mais aclamado da literatura mexicana, Pedro Páramo é o primeiro de dois livros lançados em toda a vida de Juan Rulfo. O enredo, simples, trata da promessa feita por um filho à mãe moribunda, que lhe pede que saia em busca do pai, Pedro Páramo, um malvado lendário e assassino. Juan Preciado, o filho, não encontra pessoas, mas defuntos repletos de memórias, que lhe falam da crueldade implacável do pai. Vergonha é o que Juan sente. Alegoricamente, é o México ferido que grita suas chagas e suas revoluções, por meio de uma aldeia seca e vazia onde apenas os mortos sobrevivem para narrar os horrores da história. O realismo fantástico como hoje se conhece não teria existido sem Pedro Páramo; é dessa fonte que beberam o colombiano Gabriel Garcia Márquez e o peruano Mario Vargas Llosa, que também narram odisseias latino-americanas.
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31. Pedro Páramo: En el comienzo del amanecer - Juan Rulfo
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