Mulheres
Eduardo Galeano
09.
AS FORMIGAS
Tracey Hill era menina num povoado de Connecticut, e se divertia com diversões próprias de sua idade, como qualquer outro doce anjinho de Deus no estado de Connecticut ou em qualquer outro lugar deste planeta.
Um dia, junto a seus companheirinhos de escola, Tracey se pôs a atirar fósforos acesos num formigueiro. Todos desfrutaram daquele sadio entretenimento infantil; Tracey, porém, ficou impressionada com uma coisa que os outros não viram, ou fizeram como se não vissem, mas que a deixou paralisada e deixou nela, para sempre, um sinal na memória: frente ao fogo, frente ao perigo, as formigas separavam-se em casais e assim, de duas em duas, bem juntinhas, esperavam a morte.
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Sarau... Mulheres: A Feira (Eduardo Galeano)_________________
Galeano, Eduardo, 1940-
Mulheres / Eduardo Galeano; tradução de Eric Nepomuceno.
1. Ficção uruguaia- Crônicas. I. Título. II. Série._________________
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Sarau... Mulheres: As Formigas (Eduardo Galeano)
Historia de los siete prodigios
Nunca hubo mujer tan difícil ni hombre más mago entre la boca del río de las Amazonas y la Bahía de Todos los Santos. Siete prodigios cumplió José para ganar los favores de María.
El padre de María dijo:
—Es un muerto de hambre.
Entonces José desplegó en el aire un mantel de encajes, hecho por ninguna mano, y ordenó:
—Póngase, mesa.
Y un banquete de muchas fuentes humeantes fue servido por nadie sobre el mantel que flotaba en la nada. Y aquello fue una alegría para las bocas de todos.
Pero María no comió ni un grano de arroz.
El rico del pueblo, señor de la tierra y de la gente, dijo:
—Es un pobretón de mierda.
Entonces José llamó a su cabra, que llegó brincando desde ninguna parte, y le ordenó:
—Cague, cabra.
Y la cabra cagó oro. Y hubo oro para las manos de todos.
Pero María se puso de espaldas al fulgor.
El novio de María, que era pescador, dijo:
—De pesca no entiende nada.
Entonces José sopló desde la orilla de la mar. Sopló con pulmones que no eran sus pulmones, y ordenó:
—Séquese, mar.
Y la mar se retiró, dejando la arena toda plateada de peces. Y los peces desbordaron las cestas de todos.
Pero María se apretó la nariz.
El difunto marido de María, que era un fantasma de fuego, dijo:
—Lo haré carbón.
Y las llamas atacaron a José por los cuatro costados.
Entonces José ordenó, con voz que no era su voz:
—Refrésqueme, fuego.
Y se bañó en la hoguera. Y a todos se les salían los ojos.
Pero María cerró sus párpados.
El cura del pueblo dijo:
—Merece el infierno.
Y declaró a José culpable de brujería y pacto con el demonio.
Entonces José atrapó al cura por el cuello y ordenó:
—Estírese, brazo.
Y el brazo de José, que ya no era su brazo, se llevó al cura hacia los ardientes abismos del universo. Y todos se quedaron con la boca abierta.
Pero María gritó de horror. Y en un santiamén, el larguísimo brazo trajo de vuelta al cura chamuscado.
El policía dijo:
—Merece la cárcel.
Y se vino encima de José, garrote en mano.
Entonces José ordenó:
—Pegue, palo.
Y el garrote del policía golpeó al policía, que salió corriendo, perseguido por su propia arma, y se perdió de vista. Y todos rieron. Y María también.
Y María ofreció a José una hoja de cilantro y una rosa blanca.
El juez dijo:
—Merece la muerte.
Y José fue condenado por desacato, violación del derecho de propiedad del padre sobre la hija y del muerto sobre la viuda, atentado contra el orden, agresión a la autoridad y tentativa de curicidio.
Y el verdugo alzó el hacha sobre el cuello de José, atado de pies y manos.
Entonces José ordenó:
— Aguante, pescuezo.
Y el hacha golpeó, y el cuello la hizo pedazos.
Y para todos fue una fiesta. Y todos celebraron la humillación de la ley humana y la derrota de la ley divina.
Y María ofreció a José un pedazo de queso y una rosa roja.
Y a José, vencedor desnudo, vencedor vencido, le temblaron las rodillas.
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