sábado, 16 de abril de 2022

Sarau... Mulheres: As Formigas (Eduardo Galeano)

Mulheres




Eduardo Galeano


09.

AS FORMIGAS



Tracey Hill era menina num povoado de Connecticut, e se divertia com diversões próprias de sua idade, como qualquer outro doce anjinho de Deus no estado de Connecticut ou em qualquer outro lugar deste planeta.

Um dia, junto a seus companheirinhos de escola, Tracey se pôs a atirar fósforos acesos num formigueiro. Todos desfrutaram daquele sadio entretenimento infantil; Tracey, porém, ficou impressionada com uma coisa que os outros não viram, ou fizeram como se não vissem, mas que a deixou paralisada e deixou nela, para sempre, um sinal na memória: frente ao fogo, frente ao perigo, as formigas separavam-se em casais e assim, de duas em duas, bem juntinhas, esperavam a morte.


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Galeano, Eduardo, 1940-
Mulheres / Eduardo Galeano; tradução de Eric Nepomuceno.
1. Ficção uruguaia- Crônicas. I. Título. II. Série.


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Historia de los siete prodigios



Nunca hubo mujer tan difícil ni hombre más mago entre la boca del río de las Amazonas y la Bahía de Todos los Santos. Siete prodigios cumplió José para ganar los favores de María.

El padre de María dijo:

—Es un muerto de hambre.

Entonces José desplegó en el aire un mantel de encajes, hecho por ninguna mano, y ordenó:

—Póngase, mesa.

Y un banquete de muchas fuentes humeantes fue servido por nadie sobre el mantel que flotaba en la nada. Y aquello fue una alegría para las bocas de todos.

Pero María no comió ni un grano de arroz.

El rico del pueblo, señor de la tierra y de la gente, dijo:

—Es un pobretón de mierda.

Entonces José llamó a su cabra, que llegó brincando desde ninguna parte, y le ordenó:

—Cague, cabra.

Y la cabra cagó oro. Y hubo oro para las manos de todos.

Pero María se puso de espaldas al fulgor.

El novio de María, que era pescador, dijo:

—De pesca no entiende nada.

Entonces José sopló desde la orilla de la mar. Sopló con pulmones que no eran sus pulmones, y ordenó:

—Séquese, mar.

Y la mar se retiró, dejando la arena toda plateada de peces. Y los peces desbordaron las cestas de todos.

Pero María se apretó la nariz.

El difunto marido de María, que era un fantasma de fuego, dijo:

—Lo haré carbón.

Y las llamas atacaron a José por los cuatro costados.

Entonces José ordenó, con voz que no era su voz:

—Refrésqueme, fuego.

Y se bañó en la hoguera. Y a todos se les salían los ojos.

Pero María cerró sus párpados.

El cura del pueblo dijo:

—Merece el infierno.

Y declaró a José culpable de brujería y pacto con el demonio.

Entonces José atrapó al cura por el cuello y ordenó:

—Estírese, brazo.

Y el brazo de José, que ya no era su brazo, se llevó al cura hacia los ardientes abismos del universo. Y todos se quedaron con la boca abierta.

Pero María gritó de horror. Y en un santiamén, el larguísimo brazo trajo de vuelta al cura chamuscado.

El policía dijo:

—Merece la cárcel.

Y se vino encima de José, garrote en mano.

Entonces José ordenó:

—Pegue, palo.

Y el garrote del policía golpeó al policía, que salió corriendo, perseguido por su propia arma, y se perdió de vista. Y todos rieron. Y María también.

Y María ofreció a José una hoja de cilantro y una rosa blanca.

El juez dijo:

—Merece la muerte.

Y José fue condenado por desacato, violación del derecho de propiedad del padre sobre la hija y del muerto sobre la viuda, atentado contra el orden, agresión a la autoridad y tentativa de curicidio.

Y el verdugo alzó el hacha sobre el cuello de José, atado de pies y manos.

Entonces José ordenó:

— Aguante, pescuezo.

Y el hacha golpeó, y el cuello la hizo pedazos.

Y para todos fue una fiesta. Y todos celebraron la humillación de la ley humana y la derrota de la ley divina.

Y María ofreció a José un pedazo de queso y una rosa roja.

Y a José, vencedor desnudo, vencedor vencido, le temblaron las rodillas.

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