sábado, 22 de outubro de 2016

24. Pedro Páramo: Fue Fulgor Sedano quien le dijo - Juan Rulfo

Juan Rulfo




24. Pedro Páramo: Fue Fulgor Sedano quien le dijo





Fue Fulgor Sedano quien le dijo: 

-Patrón, ¿sabe quién anda por aquí? 

-¿Quién? 

-Bartolomé San Juan. 

-¿Y eso? 

-Eso es lo que yo me pregunto. ¿Qué vendrá a hacer? 

-¿No lo has investigado? 

-No. Vale decirlo. Y es que no ha buscado casa. Llegó directamente a la antigua casa de usted. Allí desmontó y apeó sus maletas, como si usted de antemano se la hubiera alquilado. Al menos le vi esa seguridad. 

-¿Y qué haces tú, Fulgor, que no averiguas lo que pasa? ¿No estás para eso? 

-Me desorienté un poco por lo que le dije. Pero mañana aclararé las cosas si usted lo cree necesario. 

-Lo de mañana déjamelo a mí. Yo me encargó de ellos. ¿Han venido los dos? 

-Sí, él y su mujer. ¿Pero cómo lo sabe? 

-¿No será su hija? 

-Pues por el modo como la trata más bien parece su mujer. 

-Vete a dormir, Fulgor. 

-Si usted me lo permite. 



«Esperé treinta años a que regresaras, Susana. Esperé a tenerlo todo. No solamente algo, sino todo lo que se pudiera conseguir de modo que no nos quedara ningún deseo, sólo el tuyo, el deseo de ti. ¿Cuántas veces invité a tu padre a que viniera a vivir aquí nuevamente, diciéndole que yo lo necesitaba? Lo hice hasta con engaños. 


»Le ofrecí nombrarlo administrador, con tal de volverte a ver. ¿Y qué me contestó? "No hay respuesta -me decía siempre el mandadero-. El señor don Bartolomé rompe sus cartas cuando yo se las entrego." Pero por el muchacho supe que te habías casado y pronto me enteré que te habías quedado viuda y le hacías otra vez compañía a tu padre.» 

Luego el silencio. 

«El mandadero iba y venía y siempre regresaba diciéndome: 

»-No los encuentro, don Pedro. Me dicen que salieron de Mascota. Y unos me dicen que para acá y otros que para allá. 

»Y yo: 

»-No repares en gastos, búscalos. Ni que se los haya tragado la tierra. 

»Hasta que un día vino y me dijo: 

»-He repasado toda la sierra indagando el rincón donde se esconde don Bartolomé San Juan, hasta que he dado con él, allá, perdido en un agujero de los montes, viviendo en una covacha hecha de troncos, en el mero lugar donde están las minas abandonadas de La Andrómeda. 

Ya para entonces soplaban vientos raros. Se decía que había gente levantada en armas. Nos llegaban rumores. Eso fue lo que aventó a tu padre por aquí. No por él, según me dijo en su carta, sino por tu seguridad, quería traerte a algún lugar viviente. 

»Sentí que se abría el cielo. Tuve ánimos de correr hacia ti. De rodearte de alegría. De llorar. Y lloré, Susana, cuando supe que al fin regresarías.»



-Hay pueblos que saben a desdicha. Se les conoce con sorber un poco de aire viejo y entumido, pobre y flaco como todo lo viejo. Éste es uno de esos pueblos, Susana. 

»Allá, de donde venimos ahora, al menos te entretenías mirando el nacimiento de las cosas: nubes y pájaros, el musgo, ¿te acuerdas? Aquí en cambio no sentirás sino ese olor amarillo y acedo que parece destilar por todas partes. Y es que éste es un pueblo desdichado; untado todo de desdicha. 

» Él nos ha pedido que volvamos. Nos ha prestado su casa. Nos ha dado todo lo que podamos necesitar. Pero no debemos estarle agradecidos. Somos infortunados por estar aquí, porque aquí no tendremos salvación ninguna. Lo presiento. 

»¿Sabes qué me ha pedido Pedro Páramo? Yo ya me imaginaba que esto que nos daba no era gratuito. Y estaba dispuesto a que se cobrara con mi trabajo, ya que teníamos que pagar de algún modo. Le detallé todo lo referente a La Andrómeda y le hice ver que aquello tenía posibilidades, trabajándola con método. ¿Y sabes qué me contestó? "No me interesa su mina, Bartolomé San Juan. Lo único que quiero de usted es a su hija. Ése ha sido su mejor trabajo." 

»Así que te quiere a ti, Susana. Dice que jugabas con él cuando eran niños. Que ya te conoce. Que llegaron a bañarse juntos en el río cuando eran niños. Yo no lo supe; de haberlo sabido te habría matado a cintarazos. 

-No lo dudo. 

-¿Fuiste tú la que dijiste: no lo dudo? 

-Yo lo dije. 

-¿De manera que estás dispuesta a acostarte con él? 

-Sí, Bartolomé. 

-¿No sabes que es casado y ,que ha tenido infinidad de mujeres? 

-Sí, Bartolomé. 

-No me digas Bartolomé. ¡Soy tu padre! 

Bartolomé San Juan, un minero muerto. Susana San Juan, hija de un minero muerto en las minas de La Andrómeda. Veía claro. «Tendré que ir allá a morir», pensó. Luego dijo: 

-Le he dicho que tú, aunque viuda, sigues viviendo con tu marido, o al menos así te comportas; he tratado de disuadirlo, pero se le hace torva la mirada cuando yo le hablo, y en cuanto sale a relucir tu nombre, cierra los ojos. Es, según yo sé, la pura maldad. Eso es Pedro Páramo. 

-¿Y yo quién soy? 

-Tú eres mi hija. Mía. Hija de Bartolomé San Juan. 

En la mente de Susana San Juan comenzaron a caminar las ideas, primero lentamente, luego se detuvieron, para después echar a correr de tal modo que no alcanzó sino a decir: 

-No es cierto. No es cierto. 

-Este mundo, que lo aprieta a uno por todos lados, que va vaciando puños de nuestro polvo aquí y allá, deshaciéndonos en pedazos como si rociara la tierra con nuestra sangre. ¿Qué hemos hecho? ¿Por qué se nos ha podrido el alma? Tu madre decía que cuando menos nos queda la caridad de Dios. Y tú la niegas, Susana. ¿Por qué me niegas a mí como tu padre? ¿Estás loca? 

-¿No lo sabías? 

-¿Estás loca? 

-Claro que sí, Bartolomé. ¿No lo sabías?





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FOI FULGOR SEDANO quem disse a ele: 


— Patrão, sabe quem anda por aqui? 

— Quem? 

— Bartolomé San Juan. 

— E daí? 

— E daí que eu me pergunto o que será que ele veio fazer. 

— E você não foi investigar? 

— Não. A verdade seja dita. E é que ele não procurou pouso. Chegou direto na sua antiga casa, dom Pedro. Ali desmontou e apeou suas maletas, como se o senhor tivesse alugado para ele de antemão. Pelo menos senti nele essa segurança. 

— E o que é que você está fazendo, Fulgor, que não foi descobrir o que acontece? Não é essa a sua função? 

— É que eu me desorientei um pouco por causa disso que disse. Mas amanhã mesmo esclareço tudo, se o senhor acha que é necessário. 

— O que for para ser feito amanhã você deixa para mim. Eu me encarrego deles. Vieram os dois? 

— Sim, ele e a mulher. Mas como é que o senhor sabe? 

— Não será a filha dele? 

— Pois do jeito que ele a trata, parece mais ser sua mulher. 

— Vá dormir, Fulgor. 

— Com a sua licença, patrão.


“ESPEREI TRINTA ANOS pelo seu regresso, Susana. Esperei até eu ter tudo. Não somente alguma coisa, mas tudo que se pudesse conseguir de maneira que não nos sobrasse nenhum desejo, só o seu, o desejo por você. Quantas vezes convidei seu pai para tornar a morar aqui, dizendo que precisava dele? Fiz isso até com mentiras. 

“Ofereci nomeá-lo administrador, com tal de tomar a ver você. E o que foi que ele me respondeu? ‘Não tem resposta’ me dizia sempre o leva-e-traz recados. ‘O senhor dom Bartolomé rasga as suas cartas, assim que eu as entrego.’ Mas pelo leva-e-traz fiquei sabendo que você tinha casado e logo fiquei sabendo que você tinha ficado viúva e estava outra vez fazendo companhia ao seu pai. 

“Depois, o silêncio. “O leva-e-traz ia e vinha e sempre voltava me dizendo: 

“— Não os encontro, dom Pedro. Disseram para mim que saíram de Mascote. E uns me dizem que para cá, e outros, que para lá. 

“E eu: 

“— Não repare em gastos, vá atrás deles, procure. Nem que a terra tenha engolido os dois. 

“Até que um dia veio e me disse: 

“— Vasculhei a serra inteira indagando qual o canto em que dom Bartolomé San Juan se esconde, até que dei com ele, lá, perdido num buraco nas montanhas, vivendo numa cova feita de troncos, no mesmo lugar onde estão as minas abandonadas da La Andromeda. 

“Já naquela época sopravam ventos raros. Dizia-se por aí que havia gente rebelada e com armas. Os rumores nos chegavam. Foi isso que trouxe o seu pai por aqui. Não por ele, segundo me disse em sua carta, e sim pela sua segurança, queria trazer você de volta à vida entre os vivos. 

“Senti que o céu se abria. Tive vontade de correr até você. De rodear você de alegria. De chorar. E chorei, Susana, quando soube que você enfim iria voltar.”


— EXISTEM POVOADOS que têm sabor de infortúnio. A gente os conhece só de sorver um pouco do seu ar velho e intumescido, pobre e magro como tudo que é velho. Este aqui é um desses povoados, Susana. 

“Lá, de onde viemos agora, pelo menos você se distraía olhando o nascimento das coisas: nuvens e pássaros, o musgo, lembra? Aqui, porém, você não sentirá nada a não ser esse odor amarelo e azedo que parece destilar por todo lado. É que este é um povoado infeliz; todo sufocado nos infortúnios. 

“Ele nos pediu que voltássemos. Emprestou-nos a casa. E nos deu tudo que poderíamos necessitar. Mas não devemos estar agradecidos. Somos desgraçados por estarmos aqui, porque aqui não teremos salvação alguma. Eu pressinto isso. 

“Sabe o que Pedro Páramo me pediu? Eu bem que pensei que isso tudo que ele nos dava não era gratuito. E estava disposto que ele cobrasse com meu trabalho, já que de algum modo tínhamos de pagar. Detalhei para ele tudo em relação a La Andromeda, e mostrei que, trabalhando com método, aquilo tinha possibilidades. E sabe o que ele me respondeu? ‘Sua mina não me interessa, Bartolomé San Juan. A única coisa sua que eu quero é a filha. Ela é o seu melhor trabalho.’

“Então, ele quer é você, Susana. Diz que você brincava com ele quando eram crianças. Que conhece você. Que chegaram a tomar banho de rio juntos quando eram pequenos. Eu não fiquei sabendo; se tivesse ficado, mataria você com chibatadas do meu cinturão. 

— Não duvido. 

— Foi você quem disse: não duvido? 

— Eu disse. 

— Então você está disposta a se deitar com ele? 

— Sim, Bartolomé. 

— Você não sabe que ele é casado e que teve uma infinidade de mulheres? 

— Sim, Bartolomé. 

— Não me chame de Bartolomé. Sou seu pai! 

Bartolomé San Juan, um mineiro morto. Susana San Juan, filha de um mineiro morto nas minas de La Andromeda. Enxergava claro. “Terei de ir até lá para morrer”, pensou. Depois ele disse: 

— Disse a ele que você, embora viúva, continua vivendo com seu marido, ou pelo menos é assim que se comporta; tratei de dissuadi-lo, mas seu olhar se turva quando falo com ele, e assim que seu nome aparece, ele fecha os olhos. Ele é, pelo que eu sei, a maldade pura. Isso é Pedro Páramo. 

— E quem sou eu? 

— Você é minha filha. Minha. Filha de Bartolomé San Juan. 

Na mente de Susana San Juan começaram a caminhar as ideias, primeiro lentamente, depois se detiveram, para depois começarem a correr de tal maneira que só conseguiu dizer: 

— Não é verdade. Não é verdade. 

— Este mundo, que nos dilacera por todos os lados, que vai esvaziando punhados de nosso pó aqui e acolá, desfazendo-nos em pedaços como se regasse a terra com nosso sangue. O que fizemos? Por que nossa alma apodreceu? Sua mãe dizia que pelo menos nos restava a misericórdia de Deus. E você a renega, Susana. Por que me renega, a mim, como seu pai? Você está louca? 

— Você não sabia? 

— Você está louca? 

— Claro que sim, Bartolomé. Você não sabia?




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Rulfo, Juan Pedro Páramo / tradução e prefácio de Eric Nepomuceno. — Rio de Janeiro: BestBolso, 2008. Tradução de: Pedro Páramo ISBN 978-85-7799-116-7 1. Romance mexicano. I. Nepomuceno, Eric. II. Título

Pedro Páramo – Romance mais aclamado da literatura mexicana, Pedro Páramo é o primeiro de dois livros lançados em toda a vida de Juan Rulfo. O enredo, simples, trata da promessa feita por um filho à mãe moribunda, que lhe pede que saia em busca do pai, Pedro Páramo, um malvado lendário e assassino. Juan Preciado, o filho, não encontra pessoas, mas defuntos repletos de memórias, que lhe falam da crueldade implacável do pai. Vergonha é o que Juan sente. Alegoricamente, é o México ferido que grita suas chagas e suas revoluções, por meio de uma aldeia seca e vazia onde apenas os mortos sobrevivem para narrar os horrores da história. O realismo fantástico como hoje se conhece não teria existido sem Pedro Páramo; é dessa fonte que beberam o colombiano Gabriel Garcia Márquez e o peruano Mario Vargas Llosa, que também narram odisseias latino-americanas.


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