sexta-feira, 2 de setembro de 2022

Los Poetas del Amor... José de Espronceda (España)

Los Poetas del Amor (87)




Os anos, infelizmente!, de ilusão passaram;
As doces esperanças que eles trouxeram,
Com seus sonhos brancos eles levaram,
E o futuro da escuridão eles vestiram;
As rosas do amor murcharam,
As flores viraram cardos,
E de tanta ânsia e tão sonhada glória
Apenas um túmulo permaneceu, uma memória.




A LA MUERTE DE TORRIJOS Y SUS COMPAÑEROS(1)

Helos allí: junto a la mar bravía
cadáveres están ¡ay! los que fueron
honra del libre, y con su muerte dieron
almas al cielo, a España nombradía.

Ansia de patria y libertad henchía
sus nobles pechos que jamás temieron,
y las costas de Málaga los vieron
cual sol de gloria en desdichado día.

Españoles, llorad; mas vuestro llanto
lágrimas de dolor y sangre sean,
sangre que ahogue a siervos y opresores,

y los viles tiranos con espanto
siempre delante amenazando vean
alzarse sus espectros vengadores.
José de Espronceda

1) José María Torrijos (1791-1831) militar español
de ideas liberales, fusilado en la playa de Málaga.




CANTO II
A TERESA (26)

DESCANSA EN PAZ

Bueno es el mundo, ¡bueno!, ¡bueno!, ¡bueno!
Como de Dios al fin obra maestra,
Por todas partes de delicias lleno,
De que Dios ama al hombre hermosa muestra;
Salga la voz alegre de mi seno
A celebrar esta vivienda nuestra:
¡Paz a los hombres!, ¡gloria en las altruas!
¡Cantad en vuestra jaula, criaturas!
(<María> por D. Miguel de los Santos Alvarez.)

¿Por qué volvéis a la memoria mía,
Tristes recuerdos del placer perdido,
A aumentar la ansiedad y la agonía
De este desierto corazón herido?
¡Ay!, que de aquellas horas de alegría
Le quedó al corazón sólo un gemido,
¡Y el llanto que al dolor los ojos niegan,
Lágrimas son de hiel que el alma anegan!

¿Dónde volaron, ¡ay!, aquellas horas
De juventud, de amor y de ventura,
Regaladas de músicas sonoras,
Adornadas de luz y de hermosura?
Imágenes de oro bullidoras,
Sus alas de carmín y nieve pura,
Al sol de mi esperanza desplegando,
Pasaban, ¡ay!, a mi alrededor cantando.

Gorjeaban los dulces ruiseñores,
El sol iluminaba mi alegría,
El aura susurraba entre las flores,
El bosque mansamente respondía,
Las fuentes murmuraban sus amores...
¡Ilusiones que llora el alma mía!
¡Oh! ¡Cuán suave resonó en mi oído
el bullicio del mundo y su ruïdo.!

Mi vida entonces, cual guerrera nave
Que el puerto deja por la vez primera
Y al soplo de los céfiros suave
Orgullosa despliega su bandera,
Y al mar dejando que a sus pies alabe
Su triunfo en roncos cantos, va velera,
Una ola tras otra bramadora
Hollando y dividiendo vencedora,

¡Ay! En el mar del mundo, en ansia ardiente
De amor volaba; el sol de la mañana
Llevaba yo sobre mi tersa frente,
Y el alma pura de su dicha ufana:
Dentro de ella, el amor, cual rica fuente
Que entre frescura y arboledas mana,
Brotaba entonces abundante río
De ilusiones y dulce desvarío.

Yo amaba todo: Un doble sentimiento
Exaltaba mi ánimo, y sentía
En mi pecho un secreto movimiento
De grandes hechos generoso guía.
La libertad, con su inmortal aliento,
Santa diosa, mi espíritu encendía,
Continuo imaginando en mi fe pura
Sueños de gloria al mundo y de ventura.

El puñal de Catón, La adusta frente
Del noble Bruto, la constancia fiera
Y el arrojo de Scévola valiente,
La doctrina de Sócrates severa,
La voz atronadora y elocuente
Del orador de Atenas, la bandera
Contra el tirano macedonio alzando
Y al espantado pueblo arrebatando.

El valor y la fe del caballero,
Del trovador el arpa y los cantares,
Del gótico castillo el altanero
Antiguo torreón, do sus pesares
Cantó tal vez con eco lastimero,
¡Ay!, arrancada de sus patrios lares,
Joven cautiva, al rayo de la luna,
Lamentando su ausencia y su fortuna.

El dulce anhelo del amor que aguarda
Tal vez, inquieto y con mortal recelo,
La forma bella que cruzó, gallarda
alla en la noche entre el medroso velo;
La ansiada cita que en llegar se tarda
Al impaciente y amoroso anhelo,
La mujer y la voz de su dulzura,
Que inspira al alma celestial ternura;

A un tiempo mismo en rápida tormenta,
Mi alma alborotada de continuo,
Cual las olas que azota con violenta
Cólera impetuoso torbellino;
Soñaba el héroe ya, la plebe atenta
En mi voz escuchaba su destino,
Ya al caballero, al trovador soñaba
Y de gloria y de amores suspiraba.

Hay una voz secreta, un dulce canto,
Que el alma sólo recogida entiende,
Un sentimiento misterioso y santo
Que del barro al espíritu desprende;
Agreste, vago y solitario encanto
Que en inefable amor el alma enciende,
Volando tras la imagen peregrina
El corazón de su ilusión divina.

Yo, desterrado en extranjera playa,
Con los ojos extáticos seguía
La nave audaz que argentada raya
Volaba al puerto de la patria mía;
Yo cuando en Occidente el sol desmaya,
Solo y perdido en la arboleda umbría,
Oír pensaba el armonioso acento
De una mujer, al suspirar del viento.

¡Una mujer! En el templado rayo
De la mágica luna se colora,
Del sol poniente al lánguido desmayo,
Lejos entre las nubes se evapora;
Sobre las cumbres que florece mayo,
Brilla fugaz al despuntar la aurora,
Cruza tal vez por entre el bosque umbío,
Juega en las aguas del sereno río.

¡Una mujer! Deslízase en el cielo
Allá en la noche desprendida estrella,
Si aroma el aire recogió en el suelo,
Es el aroma que le presta ella.
Blanca es la nube que en callado vuelo
Cruza la esfera que su planta huella,
Y en la tarde la mar olas le ofrece
De plata y de zafir donde se mece.

Mujer que amor en su ilusión figura,
Mujer que nada dice a los sentidos,
Ensueño de suavísima ternura,
Eco que regaló nuestros oídos:
De amor la llama generosa y pura,
Los goces dulces del placer cumplidos
Que engalana la rica fantasía,
Goces que avaro el corazón ansía.

¡Ay!, aquella mujer, tan sólo aquélla
Tanto delirio a realizar alcanza,
Y esa mujer tan cándida y tan bella
Es mentida ilusión de la esperanza:
Es el alma que vívida destella
Su luz al mundo cuando en él se lanza,
Y el mundo con su magia y galanura,
Es espejo no más de su hermosura.

Es el amor que al mismo amor adora,
El que creó las sílfides y ondinas,
La sacra ninfa que bordando mora
Debajo de las aguas cristalinas:
Es el amor que recordando llora
Las arboledas del Edén divinas,
Amor de allí arrancado, allí nacido,
Que busca en vano aquí su bien perdido.

¡Oh, llama santa! ¡Celestial anhelo!
¡Sentimiento purísimo! ¡Memoria
Acaso triste de un perdido cielo,
Quizá esperanza de futura gloria!
¡Huyes y dejas llanto y desconsuelo!
Oh, mujer, que en imagen ilusoria
Tan pura, tan feliz, tan placentera,
Brindó el amor a mi liusión primera!

¡Oh, Teresa! ¡Oh, dolor! Lágrimas mías,
¡Ah!, ¿Donde estáis que no corréis a mares?
¿Por qué, por qué como en mejores días
No consoláis vosotras mis pesares?
¡Oh!, Los que no sabéis las agonías
De un corazón que penas a millares,
¡Ay!, desgarraron, y que ya no llora,
¡Piedad tened de mi tormento ahora!

¡Oh, dichosos mil veces, sí, dichosos
Los que podéis llorar! Y, ¡ay!, sin ventura
De mí, que, entre suspiros angustiosos,
¡Ahogar me siento en infernal tortura!
Retuécese entre nudos dolorosos
Mi corazón gimiendo de amargura...
También tu corazón hecho pavesa,
¡Ah!, llegó a no llorar, ¡pobre Teresa!

¿Quién pensara jamás, Teresa mía,
Que fuera eterno manantial de llanto
Tanto inocente amor, tanta alegría,
Tantas delicias y delirio tanto?
¿Quién pensara jamás llegase un día
en que, perdido el celestial encanto
Y caída la venda de los ojos,
Cuanto diera placer causara enojos?

Aún parece, Teresa, que te veo
Aérea cual dorada mariposa,
En sueño delicioso del deseo,
Sobre tallo gentil temprana rosa,
Del amor venturoso devaneo,
Angélica, purísima y dichosa,
Y oigo tu voz dulcísima, y respiro
Tu aliento perfumado en tu suspiro.

Y aún miro aquellos ojos que robaron
A los cielos su azul, y las rosadas
Tintas sobre la nieve, que envidiaron
Las de mayo serenas alboradas;
Y aquellas horas dulces que pasaron
Tan breves, ¡ay!, como después lloradas,
Horas de confianza y de delicias,
De abandono, y de amor, y de caricias.

Que así las horas rápidas pasaban,
Y pasaba a la par nuestra ventura;
Y nunca nuestras ansias las contaban,
Tú embriagada en mi amor, yo en tu hermosura
Las horas ¡ay! huyendo nos miraban,
Llanto tal vez vertiendo de ternura,
Que nuestro amor y juventud veían
Y temblaban las horas que vendrían.


Y llegaron en fin.. ¡Oh! ¿Quién, impío,
¡Ay!, agostó la flor de tu pureza?
Tú fuiste un tiempo un cristalino río,
Manantial de purísima limpieza;
Después torrente de color sombrío,
Rompiendo entre peñascos y maleza,
Y estanque, en fin, de aguas corrompidas,
Entre fétido fango detenidas.

¿Cómo caíste despeñado al suelo,
Astro de la mañana luminoso?
Ángel de luz, ¿quién te arrojó del cielo
A este valle de lágrimas odioso?
Aún cercaba tu frente el blanco velo
Del serafín, y entre ondas fulguroso,
Rayos al mundo tu esplendor vertía
Y otro cielo el amor te prometía.

Mas, ¡ay!, que es la mujer ángel caído
O mujer nada más y lodo inmundo,
Hermoso ser para llorar nacido,
O vivir como autómata en el mundo;
Sí, que el demonio en el Edén perdido
Abrasara con fuego del profundo
La primera mujer, y, ¡ay!, aquel fuego
La herencia ha sido de sus hijos luego.

Brota en el cielo del amor la fuente
Que a fecundar el universo mana,
Y en la tierra su límpida corriente
Sus márgenes con flores engalana:
Mas, ¡ay!, huid: el corazón ardiente
Que el agua clara por beber se afana,
Lágrimas verterá de duelo eterno,
Que su raudal lo envenenó el infierno.

Huid, si no queréis que llegue un día
En que, enredado en retorcidos lazos
El corazón, con bárbara porfía
Luchéis por arrancároslo a pedazos;
En que al cielo, en histérica agonía,
Frenéticos alcéis entrambos brazos,
Para en vuestra impotencia maldecirle,
Y escupiros, tal vez, al escupirle.

Los años, ¡ay!, de la ilusión pasaron;
Las dulces esperanzas que trajeron,
Con sus blancos ensueños se llevaron,
Y el porvenir de oscuridad vistieron;
Las rosas del amor se marchitaron,
Las flores en abrojos convirtieron,
Y de afán tanto y tan soñada gloria
Sólo quedó una tumba, una memoria.

¡Pobre Teresa! Al recordarte siento
Un pesar tan intenso... Embarga impío
Mi quebrantada voz mi sentimiento,
Y suspira tu nombre el labio mío;
Para allí su carrera el pensammiento,
Hiela mi corazón punzante frío,
Ante mis ojos la funesta losa,
Donde, vil polvo, tu beldad reposa.

Y tú, feliz, que hallastes en la muerte
Sombra a que descansar en tu camino,
Cuando llegabas mísera a perderte
Y era llorar tu único destino;
Cuando en tu frente la implacable suerte
Grababa de los réprobos el sino...
¡Feliz!, la muerte te arrancó del suelo,
Y otra vez ángel te volviste al cielo.

Roída de recuerdos de amargura,
Arido el corazón sin ilusiones,
La delicada flor de tu hermosura
Ajaron del dolor los aquilones;
Sola y envilecida, y sin ventura,
Tu corazón secaron las pasiones;
Tus hijos, ¡ay!, de ti se avergonzaran,
Y hasta el nombre de madre te negaran.

Tus ojos escaldados por el llanto
Tu rostro cadavérico y hundido,
Unico desahogo en tu quebranto,
El histérico, ¡ay!, de tu gemido:
¿Quién, quién pudiera en infortunio tanto
envolver tu desdicha en el olvido,
Disipar tu dolor y recogerte
En su seno de paz? ¡Sólo la muerte!

¡Y tan joven, y ya tan desgraciada!
Espirítu indomable, alma violenta,
En ti, mezquina sociedad lanzada
A romper tus barreras turbulenta;
Nave contra las rocas quebrantada,
Allá vaga, a merced de la tormenta,
En las olas tal vez náufraga tabla,
Que sólo ya de sus grandezas habla.

Un recuerdo de amor que nunca muere
Y está en mi corazón; un lastimero
Tierno quejido que en el alma hiere,
Eco suave de su amor primero:
¡Ay! De tu luz, en tanto yo viviere,
Quedará un rayo en mí, blanco lucero,
Que iluminaste con tu luz querida
La dorada mañana de mi vida.

Que yo como una flor que en la mañana
Abre su cáliz al naciente día,
¡Ay!, al amor abrí tu alma temprana,
Y exalté tu inocente fantasía.
Yo, inocente también, ¡oh, cuán ufana
Al porvenir mi mente sonreía,
Y en alas de mi amor con cuánto anhelo
Pensé contigo remontarme al cielo!

Y alegre, audaz, ansioso, enamorado,
En tus brazos, en lánguido abandono,
De glorias y deleites rodeado,
Levantar para ti soñé yo un trono:
Y allí, tú venturosa y yo a tu lado,
Vencer del mundo el implacable encono,
Y en un tiempo sin horas y medida
Ver como un sueño resbalar la vida.

¡Pobre Teresa! Cuando ya tus ojos
Aridos ni una lágrima brotaban;
Cuando ya su color tus labios rojos
En cárdenos matices cambïaban;
Cuando, de tu dolor tristes despojos,
La vida y su ilusión te abandonaban
Y consumía lenta calentura
Tu corazón al par de tu amargura;

Si en tu penosa y última agonía
Volviste a lo pasado el pensamiento;
Si comparaste a tu existencia un día
Tu triste soledad y tu aislamiento;
Si arrojó a tu dolor tu fantasía
Tus hijos, ¡ay!, en tu postrer momento,
A otra mujer tal vez acariciando,
Madre tal vez a otra mujer llamando.

Si el cuadro de tus breves glorias viste
Pasar como fantástica quimera,
Y si la voz de tu conciencia oíste
Dentro de ti gritándote severa;
Sí, en fin, entonces tú llorar quisiste
Y no brotó una lágrima siquiera
Tu seco corazón, y a Dios llamaste,
Y no te escuchó Dios, y blasfemaste;

¡Oh, cruel! ¡Muy cruel! ¡Matirio horrendo!
¡Espantosa expiación de tu pecado!
¡Sobre un lecho de espinas maldiciendo,
Morir el corazón desesperado!
Tus mismas manos de dolor mordiendo,
Presente a tu conciencia lo pasado,
Buscando en vano con los ojos fijos
Y extendiendo tus brazos a tus hijos.

¡Oh, cruel! ¡Muy cruel!... ¡Ah!, yo, entrentanto,
Dentro del pecho mi dolor oculto,
Enjugo de mis párpados el llanto
Y doy al mundo el exigido culto;
Yo escondo con vergüenza mi quebranto,
Mi propia pena con mi risa insulto,
Y me divierto en arrancar del pecho
Mi mismo corazón pedazos hecho.

Gocemos, sí; la cristalina esfera
Gira bañada en luz: ¡bella es la vida!
¿Quién a parar alcanza la carrera
Del mundo hermoso que al placer convida?
Brilla radiante el sol, la primavera
Los campos pinta en la estación florida:
Truéquese en risa mi dolor profundo...
Que haya un cadáver mas, ¡qué importa al mundo!




EL PELAYO

Fragmento primero

I

De los pasados siglos la memoria
trae a mi alma, inspiración divina,
que las tinieblas de la antigua historia
con tus fulgentes rayos ilumina.
Virtud contemplo, libertad y gloria,
crímenes, sangre, asolación, ruina,
rasgando el velo de la edad mi mente,
que osada vuela a la remota gente.

II

Tornan los siglos a emprender su giro
de la sublime eternidad saliendo,
y antiguas gentes y ciudades miro
súbito ante mi vista apareciendo;
de ellos a par en mi ilusión respiro,
oigo del pueblo el bullicioso estruendo,
y, lleno el pecho de agradable susto,
contemplo el brillo del palacio augusto.

III

Al blando son de la armoniosa lira
oigo la voz de alegres trovadores,
el aura siento que fragancia espira,
y al eco escucho murmurando amores;
al sol contemplo que a Occidente gira
reverberando fúlgidos colores,
do la corte del godo poderío
se alza orgullosa sobre el áureo río.

IV

Toledo, que de mágicos jardines
cercada eleva su muralla altiva,
no guardada de fuertes paladines,
ornada sí de juventud festiva.
Allí entregado a espléndidos festines,
Rodrigo alegre y descuidado liba
copas de néctar de fragancia pura,
al deleite brindando y la hermosura.

V

Allí con ojos lánguidos respira
dulce placer, beldad voluptuosa,
y aroma exhala, si feliz suspira,
del puro labio de encarnada rosa.
Rodrigo en ella codicioso mira
la que a su amor se muestra desdeñosa,
que más que todas es cándida y linda
la dulce, bella, celestial Florinda.

VI

El ruido crece del festín en tanto,
y el grato néctar al deleite llama;
su pecho inunda deleitoso encanto
y el fuego impuro del amor le inflama.
Ebrio Rodrigo, desceñido el manto,
alza la mano trémula, derrama
el áureo vaso, y atrevido sella
dulce beso en el rostro a la doncella.

VII

Todo es placer: de su mansión de rosa
la primavera cándida desciende,
y en el regazo de la tierra ansiosa
el fuego animador de vida enciende;
templa del mar la furia procelosa,
el viento en calma plácido suspende,
y derrama la aurora en sus albores
luz regalada y regaladas flores.

VIII

Abre la flor naciente el lindo seno,
y, recibiendo el encendido rayo,
en la esmeralda del otero ameno
vierte su dulce olor, gloria del mayo.
Pasa el arroyo plácido y sereno,
solícito besándola al soslayo;
ella en vivos colores se ilumina,
y al dulce beso la cabeza inclina.

IX

Y en el pensil do con rosada frente
el halagüeño abril pasa riendo,
a la sombra de un árbol eminente
está la juventud danzas tejiendo;
cual a la margen de la herbosa fuente
canta, blando laúd diestro tañendo,
y cual del baile y del cantor se aleja,
y a su dulce beldad tierno se queja.

X

Allí Rodrigo con incierta huella
lascivo sigue a la fatal Florinda;
ciego, arrastrado de ominosa estrella,
intenta audaz que a su furor se rinda.
no oye, infeliz, su mísera querella;
la ve humilde a sus pies, la ve más linda,
y con lascivos ojos, con desdoro
mancha la hermosa flor de su decoro.

XI

En tanto encubre pavorosa nube
el cielo enantes transparente y terso,
y relumbra la espada del querube,
ministro del Señor del universo;
que ya la voz de la inocencia sube,
que en llanto el gozo trocará al perverso,
y a la luz del relámpago se muestra
del rayo armada la divina diestra.

XII

Súbito un trueno retumbar se siente:
«¡himnos, vivas al Rey! La danza siga,
y nuestra dicha y júbilo acreciente
el mutuo amor que nuestras almas liga.»
Tal grita aquella juventud demente,
y al Rey ensalza que Jehová castiga:
«¡himnos, vivas al Rey!» Súbito un rayo
heló sus pechos con mortal desmayo.

XIII

Envuelto en noche tenebrosa el mundo,
las densas nubes agitando, ondean
con sus alas los genios del profundo,
que con cárdeno surco centellean;
y al ronco trueno, al eco tremebundo
de los opuestos vientos que pelean,
se oye la voz de la celeste saña:
«¡ay Rodrigo infeliz! ¡Ay triste España!»

XIV

Todo desapareció: lóbrego luto
reina y silencio do el placer ardía,
do el mísero monarca disoluto
en vil torpeza y embriaguez yacía.
Guerra y desolación el triste fruto
al fin será de su lascivia impía,
y horrenda esclavitud: Rodrigo en tanto
verterá entre sus hembras débil llanto.

XV

¡Maldición, maldición! Yertas las flores,
del huracán violento arrebatadas,
el alegre pensil de los amores
verá sus hojas por doquier sembradas;
la música, el banquete, los favores
dulces de amor, las danzas animadas,
el canto de las damas y galanes
trocados miro en lágrimas y afanes.

XVI

Tal otro tiempo en la soberbia cena
donde mofaba de Jehová el impío,
ya la medida al sufrimiento llena,
rebosó de ira caudaloso río;
y el Rey Asirio con amarga pena
vio en el muro de mármol con sombrío
fuego animarse escrito sobre humano,
trazado allí por invisible mano.



Canción del pirata 
- José de Espronceda





________________________

José de Espronceda Delgado nasceu em 25 de março de 1808 em um lugar localizado perto de Almendralejo (Badajoz) chamado Pajares de la Vega, pertencente à região autónoma da Extremadura (Espanha). Seu pai, Juan José Camilo de Espronceda e Pimenta, militar. Sua mãe, María del Carmen Delgado e Lara. Espronceda teve mais três irmãos, mas eles morreram pouco depois de nascerem.
No mesmo ano do seu nascimento, a Espanha sofreu a invasão do exército francês sob o comando do imperador Napoleão, e foi desencadeada a chamada Guerra da Independência. Durante seus primeiros anos de vida, Espronceda experimentou a peregrinação com sua família, ao ritmo das vicissitudes da campanha de guerra, encharcando seus olhos infantis das grandes misérias e das efêmeras glórias que uma guerra traz.
Por volta de 1820 a família Espronceda mudou-se para Madrid. 
No ano seguinte, ganhou com um lugar na Academia de Artilharia de Segóvia, a pedido do pai, local onde ele nunca chegou a ocupar porque estudou humanidades na escola de San Mateo, sob a direção do Sr. Alberto Lista, grande poeta romântico, o que provavelmente o influenciou a decidir sua inclinação para o estudo das letras e para a ideologia liberal. 
Em 1823, o militar liberal Rafael de Riego y Núñez foi executado por enforcamento, pelo regime da monarquia absolutista governada por Fernando VII, acontecimento que foi presenciado pelo jovem
Espronceda. Aos quinze anos, Espronceda fundou com outros jovens uma sociedade patriótica maçônica chamada «Los Numantinos» e ele foi seu presidente. Quando o regime absolutista descobriu a existência desta célula secreta, que se reunia no porão de uma Rua Madrid, aprisionou todos os seus membros. Espronceda foi condenado a cinco anos de prisão em um convento-prisão em Guadalajara, mas depois de algumas semanas e por influência de seu pai, que era coronel, foi absolvido. 
Naquele convento-prisão foi onde começou a escrever o poema épico "El Pelayo", clássico. Em 1826 empreendeu uma viagem a Lisboa a partir de Gibraltar, uma colónia ingleses do sul da Andaluzia-, que naqueles anos reunia uma grande número de liberais espanhóis.
Na capital portuguesa, Espronceda conheceu um jovem de 16 anos anos de idade chamada Teresa Mancha, filha de um emigrante militar espanhol a Lisboa pelas suas ideias liberais. No final de 1827 Espronceda parte para a Inglaterra, país onde havia um grande número de emigrantes Espanhóis. O soldado Mancha também parte para aquele país com toda a sua família. Dali partiria para a Holanda e logo para Paris, onde possivelmente lutou nas barricadas do a Revolução de Julho de 1830, um de cujos triunfos foi derrubar a monarquia absolutista Bourbon.
Dali viria o primeiro monarca liberal-burguês, Luis Felipe de Orleans. De lá, o poeta tenta ir para a Espanha com uma coluna de liberais sob o comando da guerrilha "Chapalangarra". Eles falharam totalmente na tentativa e nosso poeta retorna a Paris. Dali, em 1831 mudou-se para Londres, onde a família Mancha vivia uma vida de miséria honesta. Quando Espronceda retorna a Londres,
a situação difícil levou Teresa a se casar com Gregorio del Bayo, rico comerciante biscaiano-espanhol estabelecido em Londres, que deu tudo para sua esposa, exceto amor. Quando ela encontra seu querido novamente, renasceu em Teresa a memória do seu amor em Lisboa, aninhando tanto na ideia de fuga. Teresa teve que ir para Paris com seu marido e Espronceda a esperavam ali. Na noite do dia 15 outubro de 1831 ela deixou o hotel onde estava hospedada e fugiu com o Espronceda. 
Em 1833, aproveitando a anistia geral a favor de todos os emigrantes liberais, José e Teresa, retornam para a Espanha, paraa viver em Madrid, deixando este breve período no humor do poeta, memórias indeléveis. 
O gênio altivo de Espronceda não contribuiu para a paz do lar, e assim aconteceu que Teresa fugiu um dia para Valladolid com um certo Dom Alfonso, abandonando Espronceda e Blanca, sua filha. 
O poeta consegue encontrar-se com ela na referida cidade, durando a reconciliação pouco tempo, porque Espronceda é novamente perseguido por suas ideias liberais e tem que se refugiar na casa de um amigo até que em 1839 ela morreu de tuberculose, sendo enterrado em Madrid.
Mais tarde, Espronceda ingressou na Guarda do Corpo, mas devido à publicação de poesia liberal-patriótica, ele é expulso para Cuéllar, uma cidade em Castilla la Vieja, onde escreveu seu único romance: "Sancho Saldaña ou o castelhano de Cuéllar" Volta a Madrid e chega a sendo deputado e fundador de vários jornais de tendência liberal qualquer democrático. 
Em 1840 publicou dois livros de poesia: "Poesías" e "Mundo Diabo". No ano seguinte, é designado para a embaixada espanhol na Holanda. Pouco depois, voltou à Espanha para ocupar o cargo de deputado da província de Almería, e em 1842, Numa quarta-feira, 25 de maio, Espronceda morre aos 34 anos, consequência da difteria para a laringe.

* * *

O estilo poético de José de Espronceda insere-se no gênero do romantismo, corrente político-cultural europeia pertencente até a primeira metade do século XIX. Em seu verso iluminado e cheio de evocações líricas e patrióticas, numa perspectiva liberal de ver vida, você pode vislumbrar o ímpeto juvenil com que está escrito toda a sua obra poética, que foi dividida em três seções: O poema épico; poesia lírica; suas obras dramáticas.

Entre os poemas líricos, destaca-se "Canto a Teresa", intercalado em "A Jarifa numa orgia"; "O Mundo do Diabo"; "O carrasco"; "O mendigo"; "O sol"; "A Canção do Pirata"; o grande poema "O Estudante de Salamanca"; etc. Finalmente, o grupo de seu obras dramáticas, incluindo "Blanca de Borbón", "Ni nem o tio nem o sobrinho", "O amor vinga suas queixas".



Nenhum comentário:

Postar um comentário