domingo, 23 de agosto de 2020

Los Poetas del Amor... Joaquín Pasos (Nicarágua)

Los Poetas del Amor (72)



Todos os ruídos do mundo formam um grande silêncio

Quando você envelhecer, respeitará a pedra,
se você envelhecer,
se então sobrou alguma pedra.


Quando você envelhecer, respeitará o ouro,
se você envelhecer,
se então sobrou ouro.


Vocês, dominadores de vidro, aqui estão seus óculos
fundidos.
Suas casas de porcelana, seus trens de plástico,
suas lágrimas embrulhadas em celofane, seus corações
de baquelite,
seus pés de borracha ridículos e fedorentos,
tudo derrete e corre para o chamado de guerra das coisas,
como derrete e escapa com ressentimento
o aço que tem sustentado tua estátua.


A vida dos que sobraram está cheia de buracos,
eles têm vazios completos,
como se pedaços de carne tivessem sido removidos de seus corpos.
Encoste-se neste buraco, este que tenho no meu peito,
para ver céus e infernos.
Olhe para minha cabeça perfurada por milhares de buracos:
através de um sol branco brilha, através de uma estrela negra.
Toca a minha mão, esta mão que ontem segurou um aço:
Você pode passar no ar, por ele, pelos dedos!
Aqui está a ausência do homem, voo da carne, do medo,
dias, coisas, almas, fogo.
Tudo ficou no tempo. Tudo queimou longe


mesmo sem saber onde você era verdadeira e você não era uma mentira,
nem quando você começou a viver nessas linhas,
por trás da luz dessas tardes perdidas,
por trás desses versículos aos quais você está tão apegada,
que neles o seu perfume não sabe onde começa ou
onde isso termina


Este gozo da alcova, tão linho, cheio de lençóis,
este latejar de almofadas sob as têmporas adormecidas,
este novo chegar até o coração da cama
e então saber que o pé, a mão, o que sobrou do
peito, busca, diz, escreve, grita teu nome


O que é isso senão a ausência do teu sono,
a perda da tua respiração ao meu lado?


aquela era a voz da tua carne nua falando com ele
intimamente às roupas passadas,
dizendo a ele que horas o braço serviria de travesseiro
e como o ventre quente latejaria como outro travesseiro vivo,
bainha de nervos e de sangue





CANTO DE GUERRA DE LAS COSAS


Cuando lleguéis a viejos, respetaréis la piedra,
si es que llegáis a viejos,
si es que entonces quedó alguna piedra.
Vuestros hijos amarán al viejo cobre,
al hierro fiel.
Recibiréis a los antiguos metales en el seno de vuestras
familias,
trataréis al noble plomo con la decencia que corresponde a su
carácter dulce;
os reconciliaréis con el zinc dándole un suave nombre;
con el bronce considerándolo como hermano del oro,
porque el oro no fue a la guerra por vosotros,
el oro se quedó, por vosotros, haciendo el papel de niño
mimado,
vestido de terciopelo, arropado, protegido por el resentido
acero...
Cuando lleguéis a viejos, respetaréis al oro,
si es que llegáis a viejos,
si es que entonces quedó algún oro.
El agua es la única eternidad de la sangre.
Su fuerza, hecha sangre. Su inquietud, hecha sangre.
Su violento anhelo de viento y cielo,
hecho sangre.
Mañana dirán que la sangre se hizo polvo,
mañana estará seca la sangre.
Ni sudor, ni lágrimas, ni orina
podrán llenar el hueco del corazón vacío.
Mañana envidiarán la bomba hidráulica de un inodoro
palpitante,
la constancia viva de un grifo,
el grueso líquido.
El río se encargará de los riñones destrozados
y en medio del desierto los huesos en cruz pedirán en vano
que regrese el agua a los cuerpos de los hombres.
Dadme un motor más fuerte que un corazón de hombre.
Dadme un cerebro de máquina que pueda ser agujereado sin
dolor.
Dadme por fuera un cuerpo de metal y por dentro otro
cuerpo de metal
igual al del soldado de plomo que no muere,
que no te pide, Señor, la gracia de no ser humillado por
tus obras,
como el soldado de carne blanducha, nuestro débil orgullo,
que por tu día ofrecerá la luz de sus ojos,
que por tu metal admitirá una bala en su pecho,
que por tu agua devolverá su sangre.
Y que quiere ser como un cuchillo, al que no puede herir
otro cuchillo.
Esta cal de mi sangre incorporada a mi vida
será la cal de mi tumba incorporada a mi muerte,
porque aquí está el futuro envuelto en papel de estaño,
aquí está la ración humana en forma de pequeños ataúdes,
y la ametralladora sigue ardiendo de deseos
y a través de los siglos sigue fiel el amor del cuchillo a la
carne.
Y luego, decid si no ha sido abundante la cosecha de balas,
si los campos no están sembrados de bayonetas,
si no han reventado a su tiempo las granadas...
Decid si hay algún pozo, un hueco, un escondrijo
que no sea un fecundo nido de bombas robustas;
decid si este diluvio de fuego líquido
no es más hermoso y más terrible que el de Noé,
¡sin que haya un arca de acero que resista
ni un avión que regrese con la rama de olivo!
Vosotros, dominadores del cristal, he ahí vuestros vidrios
fundidos.
Vuestras casas de porcelana, vuestros trenes de mica,
vuestras lágrimas envueltas en celofán, vuestros corazones
de bakelita,
vuestros risibles y hediondos pies de hule,
todo se funde y corre al llamado de guerra de las cosas,
como se funde y se escapa con rencor el acero que ha
sostenido una estatua.
Los marineros están un poco excitados. Algo les turba
su viaje.
Se asoman a la borda y escudriñan el agua,
se asoman a la torre y escudriñan el aire.
Pero no hay nada.
No hay peces, ni olas, ni estrellas, ni pájaros.
Señor capitán, ¿a dónde vamos?
Lo sabremos más tarde.
Cuando hayamos llegado.
Los marineros quieren lanzar el ancla,
los marineros quieren saber qué pasa.
Pero no es nada. Están un poco excitados.
El agua del mar tiene un sabor más amargo,
el viento del mar es demasiado pesado.
Y no camina el barco. Se quedó quieto en medio del viaje.
Los marineros se preguntan ¿qué pasa? con las manos,
han perdido el habla.
No ha pasado nada. Están un poco excitados.
Nunca volverá a pasar nada. Nunca lanzarán el ancla.
No había que buscarla en las cartas del naipe ni en los juegos
de la cábala.
En todas las cartas estaba, hasta en las de amor y en las
de navegar.
Todas los signos llevaban su signo.
Izaba su bandera sin color, fantasmas de bandera para ser
pintada con colores de sangre de fantasma,
bandera que cuando flotaba al viento parecía que flotaba el
viento.
Iba y venía, iba en el venir, venía en el yendo, como que si
fuera viniendo.
Subía, y luego bajaba hasta en medio de la multitud y
besaba a cada hombre.
Acariciaba cada cosa con sus dedos suaves de sobadora
de marfil.
Cuando pasaba un tranvía, ella pasaba en el tranvía;
cuando pasaba una locomotora, ella iba sentada en la trompa.
Pasaba ante el vidrio de todas las vitrinas,
Sobre el río de todos los puentes,
por el cielo de todas las ventanas.
Era la misma vida que flota ciega en las calles como una
niebla borracha.
Estaba de pie junto a todas las paredes como un ejército de
mendigos,
era un diluvio en el aire.
Era tenaz, y también dulce, como el tiempo.
Con la opaca voz de un destrozado amor sin remedio,
con el hueco de un corazón fugitivo,
con la sombra del cuerpo
con la sombra del alma, apenas sombra de vidrio,
con el espacio vacío de una mano sin dueño,
con los labios heridos
con los párpados sin sueño,
con el pedazo de pecho donde está sembrado el musgo del
resentimiento
y el narciso,
con el hombro izquierdo
con el hombro que carga las flores y el vino,
con las uñas que aún están adentro
y no han salido,
con el porvenir sin premio con el pasado sin castigo,
con el aliento,
con el silbido,
con el último bocado de tiempo, con el último sorbo de
líquido
con el último verso del último libro.
Y con lo que será ajeno. Y con lo que fue mío.
Somos la orquídea de acero,
florecimos en la trinchera como el moho sobre el filo de la
espada,
somos una vegetación de sangre,
somos flores de carne que chorrean sangre,
somos la muerte recién podada
que florecerá muertes y más muertes hasta hacer un
inmenso jardín de muertes.
Como la enredadera púrpura de filosa raíz,
que corta el corazón y se siembra en la fangosa sangre
y sube y baja según su peligrosa marea.
Así hemos inundado el pecho de los vivos,
somos la selva que avanza.
Somos la tierra presente. Vegetal y podrida.
Pantano corrompido que burbujea mariposas y arco-iris.
Donde tu cáscara se levanta están nuestros huesos llorosos,
nuestro dolor brillante en carne viva,
oh santa y hedionda tierra nuestra,
humus humanos.
Desde mi gris sube mi ávida mirada,
mi ojo viejo y tardo, ya encanecido,
desde el fondo de un vértigo lamoso
sin negro y sin color completamente ciego.
Asciendo como topo hacia el aire
que huele mi vista,
el ojo de mi olfato, y el murciélago
todo hecho de sonido.
Aqui la piedra es piedra, pero ni el tacto sordo
puede imaginar si vamos o venimos,
pero venimos, sí, desde mi fondo espeso,
pero vamos, ya lo sentimos, en los dedos podridos
y en esta cruel mudez que quiere cantar.
Como un súbito amanecer que la sangre dibuja
irrumpe el violento deseo de sufrir,
y luego el llanto fluyendo como la uña de la carne
y el rabioso corazón ladrando en la puerta.
Y en la puerta un cubo que se palpa
y un camino verde bajo los pies hasta el pozo,
hasta más hondo aún, hasta el agua,
y en el agua una palabra samaritana
hasta más hondo aún, hasta el beso,
Del mar opaco que me empuja
llevo en mi sangre el hueco de su ola,
el hueco de su huida,
un precipicio de sal aposentada.
Si algo traigo para decir, dispensadme,
em el bello camino lo he olvidado.
Por un descuido me comí la espuma,
perdonadme, que vengo enamorado.
Detrás de ti quedan ahora cosas despreocupadas, dulces.
Pájaros muertos, árboles sin riego.
Una hiedra marchita. Un olor de recuerdo.
No hay nada exacto, no hay nada malo ni bueno,
y parece que la vida se ha marchado hacia el país del trueno.
Tú, que vista en un jarrón de flores el golpe de esta fuerza,
tú, la invitada al viento en fiesta.
tu, la dueña de una cotorra y un coche de ágiles ruedas, sobre
la verja
tú que miraste a un caballo del tiovivo
y quedar sobre la grama como esperando que lo montasen
los niños de la escuela,
asiste ahora, con ojos pálidos, a esta naturaleza muerta.
Los frutos no maduran en este aire dormido
sino lentamente, de tal suerte que parecen marchitos,
y hasta los insectos se equivocan en esta primavera
sonámbula, sin sentido.
La naturaleza tiene ausente a su marido.
No tienen ni fuerzas suficientes para morir las semillas del
cultivo
y su muerte se oye como el hilito de sangre que sale de
la boca del hombre herido.
Rosas solteronas, flores que parecen usadas en la fiesta del olvido,
débil olor de tumbas, de hierbas que mueren sobre mármoles
inscritos.
Ni un solo grito. Ni siquiera la voz de un pájaro o de un niño
o el ruido de un bravo asesino con su cuchillo.
¡Qué dieras hoy por tener manchado de sangre el vestido!
¡Qué dieras por encontrar habitado algún nido!
¡Qué dieras porque sembraran en tu carne un hijo!
Por fin, Señor de los Ejércitos, he aquí el dolor supremo.
He aquí, sin lástimas, sin subterfugios, sin versos,
el dolor verdadero.
Por fin, Señor, he aquí frente a nosotros el dolor parado
en seco.
No es un dolor por los heridos ni por los muertos,
ni por la sangre derramada ni por la tierra llena de lamentos
ni por las ciudades vacías de casas ni por los campos llenos de
huérfanos.
Es el dolor entero.
No pueden haber lágrimas ni duelo
ni palabras ni recuerdos,
pues nada cabe ya dentro del pecho.
Todos los ruidos del mundo forman un gran silencio.
Todos los hombres del mundo forman un solo espectro.
En medio de este dolor, ¡soldado!, queda tu puesto
vacío o lleno.
Las vidas de los que quedan están con huecos,
tienen vacíos completos,
como si se hubieran sacado bocados de carne de sus cuerpos.
Asómate a este boquete, a éste que tengo en el pecho,
para ver cielos e infiernos.
Mira mi cabeza hendida por millares de agujeros:
a través brilla un sol blanco, a través un astro negro.
Toca mi mano, esta mano que ayer sostuvo un acero:
¡puedes pasar en el aire, a través de ella, tus dedos!
He aquí la ausencia del hombre, fuga de carne, de miedo,
días, cosas, almas, fuego.
Todo se quedó en el tiempo. Todo se quemó allá lejos.






POEMA INMENSO 


En estas tardes tu perfil no tiene línea precisa
pues no hay un límite en tu gesto para el principio de
tu sonrisa
pero de repente está en tu boca y no se sabe cómo se filtra
y cuando se va nunca se puede decir si está allí todavía
lo mismo que tu palabra de la cual jamás oímos la primera
sílaba
y nunca terminamos de escuchar lo que decías
porque estás tan cercana en esta lejanía
que es inútil preguntar cuándo vino tu venida
pues entonces nos parece que has estado aquí toda la vida
con esa voz eterna, con esa mirada continua,
con ese contorno inmarcable de tu mejilla,
sin que podamos decir aquí comienza el aire y aquí la carne
viva,
sin conocer aún dónde fuiste verdad y no fuiste mentira,
ni cuándo principiaste a vivir en estas líneas,
detrás de la luz de estas tardes perdidas,
detrás de estos versos a los cuales estás tan unida,
que en ellos tu perfume no se sabe ni dónde comienza ni
dónde termina.






CANCIÓN DE CAMA


Este gozo de alcoba, tan de lino, lleno de sábanas,
este palpitar de almohadas bajo las sienes dormidas,
este nuevo llegar hasta el corazón de la cama
y luego saber que el pie, la mano, lo que a uno le queda de
pecho, busca, dice, escribe, grita tu nombre,
y cualquiera siente el momento que se aproxima de morir
acostado.
¿Qué es esto sino la ausencia de tu sueño,
la pérdida de tu respiración a mi lado?
Se ha perdido ya el hueco de tu cuerpo
que era la voz de tu carne desnuda hablándole
íntimamente a la ropa planchada,
diciéndole a qué horas el brazo serviría de almohada
y cómo el tibio vientre palpitaría como otra almohada viva,
funda de seda de nervios y de sangre.











POEMA INMENSO 


En estas tardes tu perfil no tiene línea precisa 
pues no hay un límite en tu gesto para el principio de 
tu sonrisa 
pero de repente está en tu boca y no se sabe cómo se filtra 
y cuando se va nunca se puede decir si está allí todavía 
lo mismo que tu palabra de la cual jamás oímos la primera 
sílaba 
y nunca terminamos de escuchar lo que decías 
porque estás tan cercana en esta lejanía 
que es inútil preguntar cuándo vino tu venida 
pues entonces nos parece que has estado aquí toda la vida 
con esa voz eterna, con esa mirada continua, 
con ese contorno inmarcable de tu mejilla, 
sin que podamos decir aquí comienza el aire y aquí la carne 
viva, 
sin conocer aún dónde fuiste verdad y no fuiste mentira, 
ni cuándo principiaste a vivir en estas líneas, 
detrás de la luz de estas tardes perdidas, 
detrás de estos versos a los cuales estás tan unida, 
que en ellos tu perfume no se sabe ni dónde comienza ni 
dónde termina.



___________________


 José Joaquín Pasos

(Poeta nicaraguense. Granada, 1914 - Manágua, 1947)

Nasceu em Granada em 14 de maio de 1914 e estudou no Colegio Centroamérica. Anteriormente, havia cursado parte do ensino fundamental na escola de uma apreciada e lembrada professora da cidade, a quem dedicaria - anos depois - seu ocasional poema “La era de la Carmela Noguera”. Conseqüentemente, a presença de Granada - com o cais de seu porto lacustre e o quiosque de seu Parque Colón, as meninas estudando piano às dez da manhã e os coqueiros, à meia-noite, estremecendo sob a lua - estão presentes no início poético.
Isso remonta aos seus quatorze anos, quando residiu temporariamente em Manágua. Lá, em meados de 1928, leu "Cinco Parques" de José Coronel Urtecho, publicado em revista dirigida por seu irmão Luis Pasos Argüello, Luis Alberto Cabrales e José Coronel Urtecho. Tanto o impressionaram que os omitiu em três de seus primeiros poemas: “Prólogo”, “Motivos de blanco y negro” e “Con neblina”, que apareceu poucos meses depois no El Diario Nicaragüense. Esses textos motivaram o comentário anônimo ("Cenáculo de Jovens Poetas de Manágua"), onde se afirmava que a geração recém-saída da infância havia respondido ao convite à aventura e à exploração que se notava naquela "perigosa poesia de vanguarda", introduzida por Coronel Urtecho.
Dentro de sua atividade permanente e alegre no desenvolvimento do Movimento de Vanguarda, Joaquín usou seu heterônimo, Juan Argüelles Darmstadt, e se inscreveu em uma seção eleitoral - no final de 1932 - como poeta. Sem dúvida, ele foi o primeiro nicaraguense a se declarar assim.
1932 foi o ano do seu florescimento de vanguarda, rico em experiências literárias. Alguns levam muito a sério, como Pedro J. Cuadra Ch., Diretor deO Jornal da Nicarágua , que lhe dedica algumas glosas de seus combativos artigos em um pequeno livro: Pontos de literatura . De 1933 a 1934, enquanto colaborava em Suplemento , La Reacción e La Voz de Oriente , estudou Direito em sua cidade natal. Mas em 1935 ele se mudou para Manágua para continuar sua carreira. Trabalha e colabora em várias revistas: Opera bufa , Centro , Los Mondays de la Nueva Prensa(onde é responsável pelas sessões fixas “Laboratório” e “Asilo”). Ele termina o quinto ano de direito na Universidade Central, mas não se preocupa em obter o diploma. Ele viaja de avião para San José, Costa Rica, em busca do livro Tudo pode acontecer, de George e Helen Papashvily. Sua família arruma suas coisas pessoais na casa de uma namorada, com quem ele nunca se casa; em vez disso, ele tem um filho com outro. A dipsomania o atormenta, prepara sua agonia; e em 20 de janeiro de 1947, quatro meses antes de completar 33 anos, termina sua vida: um jovem poeta que deslumbrou seus contemporâneos e continua a fazê-lo até hoje com aqueles que o admiram.
Ele corrigiu as provas de uma seleção poéticaBreve soma (Manágua: Editorial Nuevos Horizontes). Sua obra completa está atualmente sob o título Poemas de un joven , um livro que fecha com a monumental "Canção de Guerra das Coisas".



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