sábado, 21 de setembro de 2024

Sarau... Mulheres: A moça da cicatriz no queixo 12 e 13 (Eduardo Galeano)

Mulheres




Eduardo Galeano


025.


A MOÇA DA CICATRIZ NO QUEIXO


12

     Decidi ir embora com Carrizo ao amanhecer.
     O velho Matias, que era guia, aprontou os cavalos.
     Ele nos acompanharia.

– Não vai me deixar dar-lhe um abraço? 

     O Capitão estava de costas. 
     Escutou minhas explicações. 
     Abriu a janela, observou o céu, farejou a brisa: era bom dia para navegar. 
     Esquentou água, parcimonioso, para o chimarrão. 
     Não dizia nada e continuava virado de costas. 
     Eu tossi.

– Vá – disse-me asperamente, por fim. – Vá de uma vez.

– Vamos queimar a sua casa – prosseguiu – e tudo o que é seu. 

     Montei e fiquei esperando, sem decidir-me. 
     Então ele saiu e deu uma chicotada na anca do cavalo.



13


     Íamos a trote e pensei nesse corpo terno e violento. Vai me perseguir até o fim, pensei. Quando abrir a porta, vou querer encontrar alguma mensagem dela e quando me deitar para dormir em algum chão ou cama vou escutar e contar os passos na escada, um a um, ou o barulho do elevador, andar a andar, não por medo dos milicos mas pelo louco desejo de que ela esteja viva e volte. Vou confundi-la com outras. Procurarei seu nome e sua voz e seu rosto. Sentirei seu cheiro na rua. Vou me embebedar e não me servirá de nada, pensei, se não é com saliva ou lágrimas dessa mulher.


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Galeano, Eduardo, 1940-
Mulheres / Eduardo Galeano; tradução de Eric Nepomuceno.
1. Ficção uruguaia- Crônicas. I. Título. II. Série.
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Leia também: 

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Sarau... Mulheres: Amares
Sarau... Mulheres: A moça da cicatriz no queixo 12 e 13

pag 036...



Celebración de la amistad


     Juan Gelman me contó que una señora se había batido a paraguazos, en una avenida de París, contra toda una brigada de obreros municipales. Los obreros estaban cazando palomas cuando ella emergió de un increíble Ford a bigotes, un coche de museo, de aquellos que arrancaban a manivela; y blandiendo su paraguas, se lanzó al ataque.
     A mandobles se abrió paso, y su paraguas justiciero rompió las redes donde las palomas habían sido atrapadas. Entonces, mientras las palomas huían en blanco alboroto, la señora la emprendió a paraguazos contra los obreros.
     Los obreros no atinaron más que a protegerse, como pudieron, con los brazos, y balbuceaban protestas que ella no oía: más respeto, señora, haga el favor, estamos trabajando, son órdenes superiores, señora, por qué no le pega al alcalde, cálmese, señora, qué bicho la picó, se ha vuelto loca esta mujer…
      Cuando a la indignada señora se le cansó el brazo, y se apoyó en una pared para tomar aliento, los obreros exigieron una explicación.
      Después de un largo silencio, ella dijo:

 —Mi hijo murió.

      Los obreros dijeron que lo lamentaban mucho, pero que ellos no tenían la culpa. También dijeron que esa mañana había mucho que hacer, usted comprenda…

 —Mi hijo murió —repitió ella.

      Y los obreros: que sí, que sí, pero que ellos se estaban ganando el pan, que hay millones de palomas sueltas por todo París, que las jodidas palomas son la ruina de esta ciudad…

 —Cretinos —los fulminó la señora.

     Y lejos de los obreros, lejos de todo, dijo:

—Mi hijo murió y se convirtió en paloma.

      Los obreros callaron y estuvieron un largo rato pensando. Y por fin, señalando a las palomas que andaban por los cielos y los tejados y las aceras, propusieron:

 —Señora: ¿por qué no se lleva a su hijo y nos deja trabajar en paz?

     Ella se enderezó el sombrero negro:

 —¡Ah, no! ¡Eso sí que no!

      Miró a través de los obreros, como si fueran de vidrio, y muy serenamente dijo:

 —Yo no sé cuál de las palomas es mi hijo. Y si supiera, tampoco me lo llevaría. Porque ¿qué derecho tengo yo a separarlo de sus amigos?

segue en la pag 27

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